La maldición de los “detalles”

El estreno de Giráldez en Balaídos se salda con un trabajado empate sin goles

El Celta mereció mejor suerte: remató dos veces al palo, se le anuló un gol legal a Jailson y reclamó un penalti por derribo a Iago Aspas

Momento en el que Aspas cae al suelo y reclama el derribo de Espino.

Momento en el que Aspas cae al suelo y reclama el derribo de Espino. / FdV

Juan Carlos Álvarez

Juan Carlos Álvarez

Resulta complicado encontrar similitudes entre el Celta de Rafa Benítez y el de Claudio Giráldez. Apenas tres semanas han bastado para cambiarlo casi todo, para remover ideas y conceptos y lanzarse en busca de la salvación por una senda diferente. Sin embargo hay algo que los mantienen estrechamente unidos. El equipo de Claudio parece haber heredado parte de la desgracia que acumuló hasta el aburrimiento Rafa Benítez en aquel trágico arranque de temporada. Ante el Rayo, sin hacer un partido deslumbrante, el Celta puede lamentar que todos los “detalles” cayesen siempre en el saco del rival.

El equipo de Giráldez estrelló dos balones en la madera, reclamó con pasión un penalti que, más allá del posible exceso teatral de Iago Aspas, siempre se pita, y por si fuera poco Hernández Hernández le anuló un gol legal a Jailson por un empujón en el área que solo él advirtió. En este catálogo funesto se resume el partido. Debió ganar el Celta aunque solo fuera por insistencia y ganas ante un Rayo Vallecano que le planteó una lucha feroz, sobre todo en el primer tiempo, pero que pagó con el paso de los minutos el esfuerzo y acabó resistiendo como buenamente pudo la última carga de los vigueses.

Pocos reproches se le pueden poner a Claudio en su ilusionante estreno en Balaídos. No fue el Celta un equipo brillante, pero sí tenaz. Se agarra a una idea de juego y trata de defenderla de manera apasionada, siendo consciente de sus peligros pero sobre todo de los beneficios que supone en caso de interpretarla de forma correcta.

El Rayo no le puso las cosas sencillas porque Iñigo Pérez, otro joven estudioso del fútbol y técnico al que habrá que seguir la pista, se ha aburrido estas dos semanas de estudiar el método de Giráldez. Lejos de meterse en su área se fue en busca de un Celta que repitió la idea de Sevilla. Llegar a través del pase, buscar el espacio que se generaba en los costados (Hugo Alvarez se fue de inicio en esta ocasión a la derecha) después de atraer al rival en el centro. Le costó generar al equipo vigués que dominó buenos tramos del partido, pero que siempre se sintió amenazado por el cuadro madrileño que, gracias al trabajo de sus medios, comprometió a Beltrán y Sotelo, y buscó un error (le sucedió a Starfelt en el comienzo del choque) o un balón a la espalda de los centrales para castigar la propuesta de Claudio.

Fue de origen un partido sin grandes ocasiones, con los equipos gruñéndose pero sin llegar a morder. Como los perros que se desafían a través de una reja pero que luego, sin ella, mantienen elegantemente las distancias. Siempre tuvo más trabajo Dimitrievski que un inédito Guaita pese a que el Celta sufrió para tener continuidad en sus progresiones. Lo hizo con cuentagotas por culpa del buen trabajo de los madrileños y del escaso pie de los vigueses donde el criterio de Hugo Alvarez y de Beltrán fue lo más reconocible en el modelo de Claudio.

Hugo Sotelo estuvo impreciso (aunque deja detalles de una clase asombrosa); Bamba perdido en ese trabajo de venirse al medio para liberar la banda y perder así sus principales cualidades; Aspas estuvo completamente desacertado y Larsen aún debía estar dándole vueltas a la traducción de su entrevista en Noruega porque su cuerpo estaba en Balaídos, pero su mente no. Aún así el noruego tuvo la más clara en un centro de Hugo Alvarez que cabeceó de forma perfecta a la madera. Incluso el rechace, que parecía ir en dirección a Bamba, lo desvió Dimitrievski de forma acrobática con el pie.

En el segundo tiempo el partido mantuvo la misma tónica. El Rayo se sintió cómodo ante un Celta que buscó alternativas (Tapia entró por Starfelt para ayudar en la salida de la pelota porque los de Vallecas negaban siempre a Mingueza, su gran preocupación). Decidido a remover el árbol Claudio dio entrada a Jailson para poner al brasileño en el origen del juego y situar a Tapia en el centro del campo. Fue entonces cuando el partido empezó a inclinarse hacia el área del Rayo Vallecano. Los de Iñigo Pérez ya no llegaban a la presión con la frescura del primer tiempo. El Celta había aumentado los recursos para construir el juego y aunque firmaron un par de transiciones esperanzadoras el partido empezó a coger ecolor celeste.

Sucedió entonces que los fantasmas que persiguieron a Rafa Benítez (antes de que involucionase el juego del equipo) salieron de su escondrijo para presentarse a Claudio Giráldez. Porque en el minuto 66 Hernández Hernández anuló de manera incomprensible un gol a Jailson que remató de forma sobresaliente una falta lanzada desde la derecha por Oscar Mingueza. Un supuesto empujón (un soplido más bien) de Carlos Domínguez fue la justificación que encontró el colegiado canario para dejar al Celta con el grito a medias. Esa acción, que generó la lógica protesta en Balaídos, acabó por desbocar al Celta hacia el campo de los vallecanos que sacaron el paraguas para resistir. Los vigueses ya encontraban el camino, casi siempre por la banda derecha (decisivo que Hugo Alvarez haya jugado en este costado por su incidencia en el juego) y con Carles Pérez y Douvikas, que entró quizá más tarde de lo necesario en lugar de Larsen, sobre el campo Claudio añadió nuevas amenazas.

El partido estuvo cerca de caer del lado de los vigueses. Tapia falló un remate completamente solo y poco después fue Douvikas el que cabeceó ligeramente desviado en una posición muy complicada. No dejó de insistir el Celta, en un ejercicio de enorme generosidad, que se encontró con la desgracia en un descuento demencial. Primero reclamaron los vigueses un penalti por derribo a Iago Aspas cuando el moañés se quedó solo ante Dimitrievski tras recibir un buen pase de Mingueza. Puede que le sobrase gestualidad en su caída, pero es casi imposible encontrar una situación en la que no se señale penalti en una acción así, cuando el portero está a punto de ser ejecutado por el delantero.

Estaba Balaídos bramando cuando en su último ataque el balón buscó a Carles Pérez en la frontal del área y el catalán soltó un impresionante latigazo, similar al del Sánchez Pizjuán hace dos semanas, y el balón se estrelló de forma violenta en el larguero de la portería vallecana. Con ese sonido seco en la cabeza se marchó la gente a sus casas. Sin reproches ni malas caras.

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