Un curso con Oroza en aquel Madrid underground de los 70

Fernando Franco

Fernando Franco

Carlos Oroza era tan dejado para las cosas mundanas del día a día, que una noche en la que estaba corrigiendo versos, metido en la cama del piso de estudiantes en la que circunstancialmente vivía, sintió la llamada de su estómago y se dirigió a la cocina por ver de acallarlo. En el fondo de la nevera encontró restos de un pollo guisado, que al punto se llevó tal cual de vuelta al lecho. No se le ocurrió calentarlo, ni ponerlo en un plato ni ninguna otra cosa. Frío como un témpano se lo fue comiendo. Y era tan descuidado, que cuando su compañero de habitación fue a acostarse, se encontró sobre la cama los huesos que Oroza, sin darse ni cuenta, había ido sembrando.

¿No les parece un texto de lectura regocijante que desvela intimidades del hoy aureolado poeta? Procede de una prueba de imprenta en papel que la editorial Elvira me pasó para su ojeo antes de convertirla en libro y que, tras su parto definitivo, mañana saldrá a la venta en nuestras librerías. Bajo el título Un curso con Oroza salen a la luz estas 85 páginas cuya lectura yo ventilé gozoso en el tren Vigo-Madrid antes de llegar a Ourense (por culpa de la cual volqué un café en el vientre por fortuna vestido de una dama), en las que mi colega y vigués Fernando F. Domonte hace memoria de su convivencia con Carlos Oroza aquellos seis meses en que le dio albergue porque no tenía donde dormir en su piso de estudiantes de Madrid, ahí por no se sabe donde del extraradio obrero en os años 70 cuando él era otra persona y España otra cosa.

En realidad, vamos a ser claros, estas páginas que desvelan a un Oroza cotidiano e íntimo de un tiempo y un lugar portan, más que anécdotas, pasajes ejemplares, más que pasajes ejemplares, relatos breves, y no son más que una separata de su próximo libro, Memorias de xuventude e cara B , en el que Domonte desgrana con humor una serie de vivencias personales que, sin ocuparse de las actividades esenciales de los personajes que las encarnan, sacan a la luz experiencias vividas con ellos en edades tempranas que delatan particularidades de su carácter; anécdotas vividas las más de tono hilarante y contadas al humorístico modo de por ejemplo un Jardiel Poncela. Cada cual en su distancia pero igual esencia.

A Domonte hay cosas que le faltan pero lo que le sobra es humor incluso socarrón y memoria., que ya demostró en su anterior libro en la misma editorial Elvira, Contos da beiramar, resultado del saber acumulado de varias décadas, como responsable de comunicación de la Consellería de Pesca, sobre cofradías, mareantes y otras especies invasoras .  A mí me ha contado anécdotas de mí propio ser que yo desconocía aunque no sé si se inventa; se habían borrado en el arsenal de mi pasado. En eso que podríamos llamar voces de la memoria que tanto nos falta a otros él es un tahúr, un capo di capi, un experto redomado, una vieja del visillo, una memoria andanarina o andante, y ahora que andamos por el centenario de Oroza y los de Elvira van a lanzar otro libro abultado en firmas sobre el personaje, él se adelanta en la misma editorial pero no para hacer loa y alabanza, no para hilar críticas literarias en modo coñazo, no para emparentar al poeta con el reino lírico de los cielos sino para recordar aquel tiempo en que el versolari castellano era ya un maldito que andaba por Madrid en modo homeless, y él un estudiante primerizo de Periodismo seducido por el personaje que le dio albergue medio año. Y es que entonces compartíamos cosas y personas más que ahora.

Sorprendente ese Oroza que en esta separata escrita en gallego común, nada requintado, se destapa; por veces soberbio, por veces humilde incluso desvalido, el Oroza que intenta pagar el metro en francos porque no tiene otro dinero, el de las tertulias en el café Lyon, el que admiraba a Lorca pero era más de Allen Ginsberg…. Ese del que hablará el martes al presentar el libro en la asociación Évame Oroza de Vigo, a las 8 de a tarde. 

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