Entrevista | Ignacio Gómez de Liaño Poeta, ensayista, filósofo y primer editor de Carlos Oroza

“Oroza llevaba la poesía en la vida, le salía de la garganta y de sus paseos”

“Cuando se vio muy encasillado como ‘beatnik’ lo rechazó”, destaca el amigo del poeta

Ignacio Gómez de Liaño, ayer, en FARO DE VIGO.

Ignacio Gómez de Liaño, ayer, en FARO DE VIGO. / JOSE LORES

Rafa López

Rafa López

Hoy, coincidiendo con el Día Mundial de la Poesía, se presentan en Vigo los jurados del Premio Internacional de Poesía que lleva el nombre de Carlos Oroza (Viveiro, 1923 - Vigo, 2015), poeta del que este año se cumple su centenario. La modalidad en castellano la preside el también poeta, filósofo y ensayista Ignacio Gómez de Liaño, que fue su primer editor. Ayer dio una charla en la sede de la asociación Évame-Oroza, en Vigo, sobre la vida y la obra –ambas envueltas en un halo de leyenda– de quien fue su gran amigo.

–¿Qué significa para usted presidir la modalidad en castellano de este Premio Internacional de Poesía Carlos Oroza?

–Es una sorpresa y, viniendo de la mano de un poeta que yo admiraba tanto, como Carlos Oroza, es un placer y también tiene algo de revulsivo literario, porque si algo tenía él era su capacidad revulsiva, para plantear la poesía de una forma más directa, más de vida, más de calle y de voz. Para Oroza, la poesía era la voz de la calle vista desde él mismo.

–Cuando conoció a Oroza, en 1966, usted apenas tenía 20 años...

–Ni siquiera los tenía, los cumplía el 19 de junio [ríe].

–Oroza tenía alrededor de 43, podía haber sido su padre... ¿Cómo fue esa primera impresión?

–Fue muy fuerte. Sucedió en una galería de Madrid, llamada Arteluz, que era una óptica con una sala de exposiciones al fondo. Allí expusieron amigos míos, los hermanos Manolo y Enrique Quejido, y yo vivía cerca. Llegó Carlos Oroza, del que yo no tenía ni idea, para hacer una recitación poética. La poesía no la tenía en los libros, ni en la cabeza: la tenía en la garganta. Me impactaron mucho los poemas, su figura, su mentón, la pasión y la capacidad para transmitir... Su poesía tenía para mí algo de profético, de chamánico, de ancestral... Incluso su figura también lo era.

–Después coincidían por la calle.

–Por el paseo de Recoletos, o en la calle de Alcalá, o en los cafés: él no se sentaba en el Café Gijón, pero pasaba por allí; o en el Teide, el Comercial o el Lyon. Teníamos conversaciones muy estimulantes. Nos teníamos mucho aprecio. Fui quien hizo que publicase su primer libro, “Eléncar” [1974]. Nunca había publicado, ni siquiera transcrito en el papel, sus poemas. Me pidió un prólogo y le hizo una especie de arabesco inspirado en el techo del Salón de Embajadores de La Alhambra. Lo titulé “O Rosa”.

–-¿En sus conversaciones traslucían lo que él leía?

–Seguramente hablábamos de autores que había leído, como Rilke, Joyce o Elliot. Pero hablábamos más de la vida, de lo que entendíamos que era la poesía. Yo estaba en la fase de la poesía experimental, visual, semiótica, de acción... Él practicaba otro tipo de poesía que se parecía más a la surrealista, con cierto parecido a la de otro gran poeta, Luis Rosales, pese a que personalmente eran muy diferentes. Su libro “La casa encendida” [1949] tenía algo que ver. Nunca lo hablamos, pero es posible que tuviese lecturas que no trascendían. Yo creo que él transformaba las experiencias de la calle, mientras iba andando, en poemas.

–Como el “Ulises” de Joyce...

–Claro, exacto. Pues eso, transformado en un texto poético. Era una poesía pensada para ser recitada, como los aedos de la antigua Grecia. No teníamos conversaciones culteranas, en plan académico. Luis Alberto de Cuenca era otro tipo de personalidad poético, era más erudito, helenista... Oroza llevaba la poesía en la vida, era todo lo contrario que el poeta profesional. Era vital. La poesía le salía de la garganta y de sus paseos.

–Se le ha comparado con la generación “beat”, especialmente con Allen Ginsberg. ¿Él se sentía identificado con ella?

–Ocurre que quien primero escribió sobre Ginsberg fui yo, en una revistilla llamada “A ciclostil”, que hacíamos en [el grupo literario] Problemática 63 con Julio Campal. En 1965, por una revista argentina, conocí a los poetas de la Beat Generation, y escribí un articulito que después publicó un periódico vespertino, no recuerdo si fue “Informaciones” o “Madrid”. Después tuve relación con Ginsberg, y cuando él vino, poco antes de morir, me dio sus últimos poemas y los publiqué en “Inventario”. Ya había conocido en Londres a William Burroughs, con el que tenía mucha amistad. Con Carlos Oroza hablé de esto y quizá en algún momento le dije que tenía algunos elementos de los “beat”, como el rechazo de la sociedad circundante, el sentido individualista de la vida, que era poco académico en la forma de componer, la recitación... He comentado muchas veces el recital que dio en el paraninfo de la facultad de Derecho en los últimos 60. En eso se parecía mucho a la Beat Generation. Pero cuando se vio muy encasillado como beatnik lo rechazó. Era cosmopolita, su vida era todo el mundo.

–Ha escrito que Oroza “vivía en la calle”, “no tenía dirección”, “parecía alimentarse del aire”... ¿Realidad o leyenda?

–No tenía ni idea de dónde vivía. Un hispanista suizo que trabajaba en Neuchâtel [Suiza] quería entregarle una revista con unos poemas suyos en español y en francés, pero nadie sabía su dirección. Yo sabía una manera de localizarle: fui al Café Gijón y le dije al camarero que avisase a Oroza cuando pasase por allí, que quedábamos a las 11 de la noche en el Café Teide. Y a las 11 de la noche estaba. Pasaba mucho pero por el Café Gijón pero no se quedaba, porque detestaba a la gente que estaba allí. No se acordaba del profesor suizo que había publicado sus poemas. Cometí el error de entregarle la revista, porque ahora la conservaría.

–Oroza no se adscribía a ninguna generación poética, pero, ¿ha tenido continuadores?

–No me atrevería a decirlo. Pero cuando leí “La casa encendida”, de Rosales, que es de una generación anterior, vi que había coincidencias. ¿En quiénes ha influido? Sé que le admiraban dos poetas amigos míos, José María Parreño y José Luis Gallero, que le hicieron una importante entrevista. Son los dos que me atrevería a citar.

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