Final feliz a una travesía tormentosa

El Celta salva una temporada de mal planteamiento, ilusionante desarrollo y angustioso desenlace

Juan Carlos Álvarez

Juan Carlos Álvarez

Pitó Pulido Santana pasadas las once de la noche y Balaídos celebró la enésima permanencia angustiosa. Nadie podía imaginar que este cuento acabaría así cuando a mediados de agosto la Liga se puso en marcha. El Celta había construido muchos castillos en el aire teniendo en cuenta que entraba en la temporada previa a su centenario. Hubo promesas y una fuerte inversión económica (casi treinta millones de euros repartidos en Larsen, Swedberg, Luca de la Torre, Marchesín, Lobete, Paciencia, Mingueza, Unai Núñez y a los que habría que añadir las cesiones de Oscar Rodríguez y Carles Pérez). Todo ello bajo la supervisión de Luis Campos, prestigio director deportivo que se autoproclamó “arquitecto” del proyecto, y mostró su confianza en Eduardo Coudet pese a que era un entrenador ”heredado” por el portugués. Y no arrancó mal el Celta hasta el punto de que con el argentino en el banquillo llegó a disfrutar de su mejor clasificación durante la temporada (octavo en la cuarta jornada). Pero pronto se comenzaron a torcer las cosas. Empeoraron los resultados, el juego se ancló y al técnico le penalizaba el hecho de que fuese extremadamente fiel a un grupo muy concreto de jugadores, sin darle oportunidades a buena parte de los recién llegados.

En la jornada 12, después de la derrota en Almería, el Celta decidió dar un giro radical a una situación que empezaba a coger mal color. Luis Campos sugiere que ha llegado el momento de destituir a Coudet, el consejo acata la decisión de aquel a quien ha entregado el poder casi absoluto en la parcela deportiva y elige para el cargo al portugués Carlos Carvalhal, un técnico que había vivido sus mejores momentos en el Sporting de Braga, con el que había logrado un par de títulos y brillado en Europa. Carvalhal pierde el primer partido ante Osasuna y empata en Vallecas tras un ejercicio de resistencia evidente. Consciente de que el equipo se desangraba en el aspecto defensivo, el técnico trató de cerrar la portería desde el primer momento.

La plantilla mantea a Mallo ante su previsible marcha. | // ALBA VILLAR

La plantilla mantea a Mallo ante su previsible marcha. | // ALBA VILLAR / j.c.a.

El Celta se fue en el puesto diecisiete al parón de mes y medio provocado por la disputa del Mundial de Catar. Tiempo para recomponerse, para encontrar soluciones, para estudiar con calma las posibles necesidades de la plantilla de cara al mercado invernal y también para trabajar con orden, algo que no había tenido Coudet durante el verano en el que el equipo tardó en hacerse y se embarcó en una gira por Estados Unidos sin apenas efectivos y en la que se pasó más tiempo haciendo visitas culturales que trabajando en un terreno de juego. Por momentos las noticias que llegaban de allí describían más a un instituto en plena excursión de fin de curso.

En enero volvió un Celta diferente. Aunque el equipo seguía teniendo problemas para anotar, el crecimiento defensivo comenzó a traducirse en puntos y en un estilo más agradecido para el espectador. Carvalhal dio protagonismo en ese momento a varios futbolistas que con Coudet apenas participaban: fueron los casos de Oscar Mingueza que se apropió del lateral derecho, de Luca de la Torre que desplazó a Cervi a un papel secundario y sobre todo emergió la figura de Gabri Veiga, el descubrimiento de la temporada. El canterano, que ya se había estrenado como goleador ante el Betis en la época de Coudet, transformó al Celta con su energía y su facilidad para hacer daño en el campo contrario. El mejor socio posible para Iago Aspas. Enero fue un buen mes para el Celta que ganó dos partidos, empató uno y solo perdió en la visita a Mallorca. El equipo crecía, el descenso se alejaba y solo le alteraban asuntos extradeportivos. Porque ese mes el equipo vigués contrató a Seferovic para apuntalar aún más el ataque (las deficiencias físicas de Paciencia obligaron a buscar un perfil diferente para el ataque) y cedió a Denis Suárez al Espanyol con lo que se cerraba el asunto que mayor división había generado en el entorno del club en los últimos meses. Pero no fue el último de los problemas a los que hubo de enfrentarse el Celta en ese final de enero. Hugo Mallo, reclamado por Eduardo Coudet, que se había sentado en el banquillo del Atlético de Mineiro, comunicó al club su deseo de marcharse lo que provocó un considerable terremoto. Bajo el argumento de que no podía salir en un momento de zozobra deportiva, los dirigentes del club le cerraron su puerta pese a que más de una vez habían insistido en que el lateral tenía derecho a elegir su futuro. Mallo se quedó, pero la relación con el cuerpo directivo del club y con el presidente quedó notablemente dañada.

Pero el Celta siguió su camino con paso firme. Febrero fue tal vez el mejor mes no solo por los resultados sino por el nivel de juego mostrado: ganó en el campo del Betis en un partido electrizante (3-4), empató en San Sebastián en un partido en el que avasalló a la Real, perdió en el minuto 89 ante el Atlético de Madrid en Balaídos tras someter a los de Simeone y pasó por encima del Valladolid en casa (3-0). Gabri Veiga volaba en aquel momento, el equipo defendía bien, Mingueza había transformado la forma de salir desde atrás del equipo, Seferovic se incorporó al once con el pie derecho dando a Carvalhal más recursos en la zona ofensiva y casi toda la plantilla podía decirse que estaba en el tope de su rendimiento. La mano del técnico portugués se veía por todas partes. Había dado solidez a lo que era un flan y había logrado explotar los recursos ofensivos para transformar al Celta en un equipo atrevido, vertical, alejado de cualquier especulación y dañino para el rival.

En plena escalada, el Celta empata en Pamplona, gana al Rayo Vallecano en casa con facilidad y pasa por encima del deprimido Espanyol en Cornellá. Así llega el parón de selecciones del mes de marzo, un momento además gozoso porque Luis de la Fuente convoca después de mucho tiempo a Iago Aspas que ve compensado de alguna manera el injustificable olvido al que le sometió Luis Enrique durante los últimos años. Todo es felicidad en el Celta, que en ese momento ha dejado de ver hacia abajo en la clasificación y tiene a tiro de piedra los puestos europeos. En ese momento faltan doce partidos para la conclusión de la Liga y el equipo vigués está décimo con 34 puntos (dos victorias más parecían asegurar virtualmente la salvación) y a solo dos del séptimo lugar que ocupa en ese momento el Athletic de Bilbao. El descenso queda en ese momento a ocho puntos.

La afición celtista celebró el triunfo en Plaza América

Borja Melchor

Es en ese instante, en ese parón de selecciones, cuando algo se rompe en el Celta. Se marcha un equipo y regresa otro completamente diferente. Ya no son los mismos jugadores. Las causas deberán ser analizadas con calma, pero es una evidencia que el equipo se desengancha de la competición y deja de hacer todas esas cosas que hasta el momento fluían de forma casi natural. Cae el rendimiento del grupo, pero también caen de forma individual cada uno de sus elementos y Carvalhal deja de encontrar las soluciones que antes veía claras. Algunas de las razones son objetivas como la lesión de Oscar Mingueza, que le hizo un daño terrible al equipo. Durante semanas, llevados por la dinámica de los resultados, sobrevivieron a ella, pero cuando el cielo se llenó de nubes se hizo más acuciante su falta. También desaparece Gabri Veiga que empieza a pagar los efectos del ruido que hay a su alrededor, con su nombre relacionado con un puñado de equipos de prestigio que parecen dispuestos a pagar los cuarenta millones de su cláusula de rescisión. Normal en un chico de veinte años.

El Celta desperdicia en casa los partidos ante el Almería y el Mallorca, empata en Sevilla y de alguna manera se le empieza a escapar ese sueño de meterse en la pelea por Europa. Pero no ven venir el peligro que se cierne sobres sus cabezas. El equipo se marcha de vacaciones en el aspecto mental. Se imaginan a salvo de cualquier peligro, con el trabajo ya hecho, y no perciben la amenaza del pelotón de equipos que luchan por salvarse y que, como suele suceder todos los años, avivan las calderas cuando llega la primavera. Tampoco Carvalhal intuye lo que viene. El Celta comienza a acumular malos resultados y desaparecen todos los buenos síntomas de febrero y marzo. La clasificación en la zona baja empieza a estrecharse y la distancia con el descenso se acorta se forma peligrosa. La victoria ante el descendido Elche en la jornada 31 gracias a un gol de Aidoo a un minuto del final parece serenar los ánimos. Con 39 puntos y siete partidos por delante no parece haber peligro e incluso el Celta desaparece de las cuentas para el descenso. Pero en los siguientes seis partidos solo logra un miserable punto (en casa ante el Girona) y el grupo de Carvalhal, que ha perdido por completo el control de la situación, llegó a una agónica última jornada. Del embrolló le sacaron dos goles de Gabri Veiga que ya están en los libros de historia del Celta.