Opinión | Cuaderno de bitácora

El grito de Madame Bovary

Una vista del ascensor Halo.

Una vista del ascensor Halo. / José Lores

Han leído ustedes Las penas del joven Werther de Goethe? A lo mejor no, que quieran que no se publicó en el siglo XVIII y es posible que les quede a desmano. Para resumirles la trama, hay un amor no correspondido y, como consecuencia del mismo, un suicidio. Ya ven, la muerte más tonta del mundo. Como si en la vida solo pudiera existir un único amor. Pero los humanos tendemos a lo dramático; esta novela de Goethe, inspirada en hechos reales, despertó un efecto-llamada y muchos jóvenes de la época se suicidaron. Nada como alimentar unas hormonas alborotadas como para corromper el natural instinto vital.

En Vigo, de media, se suicida una persona a la semana. Y en Galicia, según el año, casi una persona al día. No es algo que suela publicitarse, en especial para evitar ese “efecto-llamada”, y porque las familias quieren evitar la vergüenza y el estigma. Las especulaciones y suspicacias: que si vaya familia, que si no estuvieron atentos, que si aquello y lo otro. Cuando yo era casi una niña, pensaba que siempre había un plan B alternativo a la muerte: huir. Irse lejos, viajar por todo el mundo antes de acabar con uno mismo. Sin embargo, según fui creciendo, comprendí que de lo que solemos querer escapar es de nosotros mismos y nuestros pensamientos. Hay suicidios que son consecuencia de la vida, que ya nos queda hueca y sin sentido tras muchas vicisitudes, como en el caso de la inmolación que sucede en la fantástica novela El árbol de la ciencia, de Pío Baroja; ese ha sido uno de los suicidios literarios que más me ha cabreado nunca, porque ya que estamos aquí, en mi opinión, tenemos obligación de vivir. De aprovechar la oportunidad y jugar el juego.

Sin embargo, el estremecedor y violento suicidio que podemos leer en Madame Bovary, de Flaubert, se traduce en un grito de guerra, en un reclamo contra el papel asignado por la sociedad en la que te haya tocado vivir. Si no han leído la novela —censurada en su época, sobre todo por las escenas sexuales—, se la recomiendo.

Hablando de suicidios, ahora en Vigo tenemos el Halo. Ese ascensor futurista y de pasarela con vistas. Dicen que hay que revisarlo porque lleva ya dos inmolaciones y no es plan. Que hay que ponerle vallas más altas, blindar la vida para esquivar la muerte. Sin embargo, y a pesar de que ya sé que la OMS insiste en que la instituciones no deben permitir elementos arquitectónicos que propicien la inmolación, yo creo que deberían dejarlo tal y como está. Que a lo mejor teníamos que centrarnos más en por qué se nos suicidan los vecinos, y no en el método que utilizan para frenar el automatismo de respirar. Una vez supe de un hombre que, sabiendo que se encontraba en fase terminal de una enfermedad, había decidido lanzarse desde el Puente de Rande. Valiente, decidido y hasta épico. A lo mejor habría sido más fácil tomándose unas pastillas diluidas en un cola-cao, por pensar en los compañeros de Salvamento Marítimo que después tuviesen que recuperar aquella tristeza rota contra las aguas de la ría, pero quién soy yo para opinar: bastante tendría el hombre con su propio dolor.

Por mi trabajo leo muchos informes de autopsias: ¿saben que ahora los forenses se encuentran más personas jóvenes con heridas autoinflingidas? Cada vez necesitamos más psicólogos y psiquiatras, y en un momento de la historia en el que estamos híper comunicados nos sentimos más solos que nunca. Quizás, antes de poner vallas más altas al Halo, podríamos exigir más medios en la Seguridad Social para tratar la salud mental, para encauzar una luz que, como la del Halo, debería volar desde lo alto para estar a la altura de las estrellas y no del suelo. Madame Bovary sigue gritando, y es muy posible que los aullidos desesperados tengan algo interesante que decir.

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