Opinión | Crónicas galantes

Política del corazón y de la Providencia

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. / Europa Press

“O nosotros o el caos”, clamaba cierto orador durante un mitin. “¡El caos, el caos!”, respondía a coro el público. “Es igual: también lo somos nosotros”, zanjó la divergencia el político. No hay por qué pensar en Pedro Sánchez. Se trata de un chiste que publicó hace casi cincuenta años la revista satírica “Hermano Lobo”.

Dado que el general Franco estaba aún al mando, aquella chanza en portada parecía aludir entonces a la dictadura. Lo cierto, sin embargo, es que la patente de la frase corresponde al general De Gaulle, quien ganó la presidencia de la República Francesa en 1958 tras sugerir a los votantes que deberían optar “entre el caos o yo”.

Más o menos es lo que hacen, aunque no siempre lo digan, todos aquellos gobernantes que se sienten ungidos por la Providencia. No todos fueron o son dictadores, naturalmente; pero en general coinciden en tener una alta opinión de sí mismos y de su papel en la Historia. Tienden a considerar que el pueblo no está a su altura y, si alguien debe dimitir, ese ha de ser el pueblo, naturalmente.

Alcanzar ese grado providencial de liderazgo exige que el político en cuestión bautice con su apellido al partido o movimiento que dirige. Lenin creó el leninismo, Perón, el peronismo; De Gaulle, el gaullismo; Chávez, el chavismo; Fidel Castro, el castrismo y todo por ese palo. Sin olvidar el franquismo, claro está.

El caso más singular tal vez sea el de Pedro Sánchez, que no es comandante, jefe de Estado ni, mucho menos, dictador. Desde el más módico y europeo cargo de primer ministro, Sánchez ha conseguido que sus adversarios aludan al PSOE como el partido “sanchista”; y a su política en general como el “sanchismo”. El mérito es de quienes se lo reprochan.

Se trata, eso sí, de una leve exageración, dado que el vigente en España no es un régimen presidencialista. El jefe del Gobierno es elegido por los miembros del Congreso y no en votación directa, lo que hace algo incongruente esa personalización del poder en el apellido del primer ministro.

Quizá el problema –si lo hay– resida en que aquí se convierte casi todo lo público en un asunto personal e incluso familiar.

Más que de obras públicas o de inflación, en el Congreso se habla del novio de la presidenta Díaz Ayuso y de la mujer del presidente Sánchez. Son asuntos mundanos de pareja que hasta no hace mucho resultaban tema propio de las revistas del corazón, ahora afectadas por el intrusismo de la política en sus dominios.

No sorprenderá, por tanto, que Pedro Sánchez vinculase la pasmosa reflexión sobre el cargo, anunciada días atrás y resuelta ayer, a sus sentimientos heridos por quienes atacan a su cónyuge. La política del corazón, tan latinoché, apela más a la emoción que a la inteligencia, lo que acaso garantice su éxito en España.

Habrá quien lo interprete como un gesto providencialista a la manera de “el caos o yo” que en su día popularizó De Gaulle; pero no hay tal. Eso sería tanto como ignorar que la política, negociado de lo público, ha pasado a ser en España un asunto muy particular que atiende más bien a los cotilleos sobre la parentela de unos y otros.

O mucho cambian las cosas, o pronto resultará inevitable que la prensa del papel cuché sustituya a los cronistas parlamentarios en la cobertura de las sesiones del Congreso. Con o sin Sánchez, el caos parece garantizado. Y va a ser con él.

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