Mujeres fuera de serie

La princesa del reino fungi

Catalina Fernández de Ana Portela es la fundadora y CEO de la biotecnológica especializada en micoterapia más grande de Europa. La bióloga pontevedresa impulsa desde hace veinticuatro años la investigación de las propiedades medicinales de los hongos mediante ensayos clínicosy desarrolla también exitosos productos de nutricosmética. Su obsesión: ayudar a la gente a vivir mejor

Catalina Fernández de Ana, en la sede de Hifas da Terra, en Bora, Pontevedra.

Catalina Fernández de Ana, en la sede de Hifas da Terra, en Bora, Pontevedra. / Rafa Vázquez

Amaia Mauleón

Amaia Mauleón

Catalina se crió buscando setas, aprendiendo a distinguirlas, descubriendo sus propiedades y hasta cocinándolas. Su padre, Francisco, biólogo especialista en hongos, fue el que la inició a ella y a sus dos hermanas en los secretos de este universo fungi. Su madre, María del Carmen, neoyorquina, les mostraba por su parte cada verano los encantos de la gran manzana con las infinitas posibilidades culturales que les brindaba.

Con esta fantástica mezcla se fraguó la personalidad curiosa, creativa, independiente y cosmopolita de Catalina Fernández de Ana Portela (Pontevedra, 1974), CEO y fundadora de Hifas da Terra, una biotecnológica que desarrolla productos basados en las propiedades medicinales de los hongos y que es en estos momentos la más grande de Europa en este ámbito, con un equipo de 150 personas, cinco filiales y presencia en 14 países.

  • ¿Quién soy?

    “Una niña amante de la naturaleza, la ciencia y los retos. Me motiva ayudar a la gente a vivir mejor”

Catalina nos abre las puertas de Hifas da Terra, ubicada en la parroquia de Bora, en Pontevedra. Laboratorios de última tecnología se fusionan con el entorno de una forma excelente y el simple hecho de pasear entre el bosque de castaños y pisar esa tierra en la que nacen las setas como por arte de magia resulta sanador. No es de extrañar que hace dos años la propia Catalina decidiera instalarse junto a su familia en este mismo lugar. “Esta era la finca que compraron mis padres en el 68 para que mi padre investigara; con el cultivo de setas, por supuesto, pero tuvieron también vacas, ovejas, realizaron el primer cultivo de kiwi en Galicia… Y además querían que nosotras creciéramos en un ambiente natural y salvaje. Cuando decidí crear la empresa tuve claro que éste era el mejor lugar para hacerlo”, relata la bióloga.

Catalina nació, dice, en un ambiente científico, “cuestionándonos el porqué de todas las cosas y sin dar nunca nada por cierto”. Su padre, fitopatólogo, era investigador en Lourizán y se especializó en la ciencia de los hongos, mientras su madre impartía clases de inglés. Ella estudiaba en las Doroteas, en Pontevedra, y ya desde muy pequeña destacó por su mente inquieta y matemática. “Mi padre nos llevaba a muchos de los cursos sobre setas que impartía por toda España y cada año participábamos también en concursos de cocina con setas”, comenta mientras muestra uno de sus primeros premios, el “Boletus de Oro” que obtuvo a los 13 años.

Catalina en un concurso de cocina de setas, cuando era pequeña.

Catalina en un concurso de cocina de setas, cuando era pequeña. / Cedida

Las tres hermanas disfrutaron, además, de la riqueza de un entorno muy internacional. No solo todos los años pasaban el verano en Nueva York -donde Catalina recuerda “descubrir un país en color cuando en España aún era todo gris”- sino que además cuando la investigadora tenía 9 años su padre fue nombrado representante de la FAO para España en Roma y toda la familia se instaló en la capital italiana durante tres años.

No extrañó a nadie que la hermana mediana optara por seguir los pasos de su padre y estudiara Biología en la Universidade de Santiago. “Fue en el quinto curso cuando un maravilloso catedrático, Jaime Fábregas, nos animó para el trabajo de fin de carrera de Microbiología Aplicada a convertirnos en empresarios e idear productos de perfil sanitario y científico que cambiasen la vida de las personas. Y así nació Hifas da Terra”, explica la directora.

Antes de decidirse a hacer realidad ese trabajo teórico, Catalina realizó el CAP (curso que era imprescindible para dedicarse a la docencia) por si su camino iba hacia la enseñanza. También cursó una beca de seis meses para acceder al funcionariado, “pero nada de aquello encajaba conmigo; yo quería tratar con el público, entender las necesidades de la sociedad e intentar resolver sus problemas”, asegura.

Fue durante un viaje que realizó a Alemania, donde estaba su por entonces novio, que luego sería su marido, Esteban Sinde, cuando su profesor le pidió permiso para presentar su proyecto de Hifas da Terra a un premio de Jóvenes Empresarios. “Por supuesto, muy halagada, accedí, y resulta que ganamos el primer premio. También lo presentamos después a otra plataforma de jóvenes ideas empresariales de la USC y finalmente decidí que mi camino era hacerme empresaria, algo que en Biología, absurdamente, no estaba bien visto”, cuenta.

“Era un cambio importante de rumbo pero Esteban me apoyaba, la USC me cedía sus plataformas, y con los ahorros que tenía restauré la casa de mis padres y comencé esta aventura”, resume.

La hazaña empresarial, admite, fue muy dura. “Comencé sola con dos becarios de Lourizán; todos los emprendedores tenemos un toque de locura y es que, realmente, hace falta tenerlo. Venía a la finca de 8 de la mañana a 8 de la tarde y además daba cursos por Galicia para ir formando a gente en Micología. Fue una etapa de muchos sacrificios. Era un momento en que aún apenas se hablaba de las propiedades de las setas, mucha gente creía que solo eran fibra y agua”, advierte. La experta dio por ello especial importancia al proceso de formación a personal sanitario por toda España. “Nos especializamos en la micoterapia y empezamos a despertar interés en su enorme potencial”. Esta tarea la realizan desde hace nada menos que 24 años.

Catalina Fernández, detalante de su empresa.

Catalina Fernández, detalante de su empresa. / Rafa Vázquez

La empresa se fue afianzando y actualmente tienen cinco filiales en toda Europa. “Nunca he dudado del proyecto; los hongos son el origen de la farmacopea, lo que se utilizaba para sanar cuando no existían los fármacos; productos que ayudan a la sociedad desde hace 4.000 años, por lo que la seguridad que aportan está más que probada”, reflexiona.

La apuesta de Hifas da Terra por la investigación científica fue clara desde sus inicios y sigue constante. “Siempre hemos escuchado mucho a los médicos y terapeutas para realizar nuestros ensayos y hemos estado muy cerca de los servicios de oncología que querían ver por qué funcionaban nuestros productos: todo esto nos llevó a entender que merecía la pena el esfuerzo de realizar ensayos clínicos para darle evidencia científica y ahora tenemos tres en marcha: de cáncer de mama, de cólon y HPV”, explica la directora.

Su otra línea es la nutricosmética, suplementos que mejoran la calidad de la piel, uñas, reducen la ansiedad y el estrés o mejoran las digestiones. Su más reciente éxito es Optimum, un producto que logró ser el más vendido en la farmacia de los icónicos almacenes Harrods de Londres. Fernández asegura que la empresa nunca ha invertido mucho en la promoción, sino que ha sido el boca a boca de aquellos que probaban sus productos el verdadero secreto de su éxito. “Nunca vendemos humo, realmente logramos cambiar la vida de las personas”, afirma.

Pero sí han cuidado la imagen de la marca. Precisamente es la hermana mayor de Catalina, Sofía, diseñadora gráfica, quien creó la imagen de Hifas, mientras que la hermana pequeña, Iria, que trabaja en el mundo de la moda, también colabora con Hifas en el proyecto Optimum. Su marido Esteban, doctor en Biología, se incorporó a la familia Hifas en 2002 y ahora es el director de I+D, departamento que inició el padre de la empresaria, que fue el que organizó todos los laboratorios y desarrolló investigaciones hasta hace cuatro años, cuando se retiró. “Si mi propia familia son gente tan válida, ¿cómo no iba a querer que formaran parte del proyecto?”, expresa la empresaria.

Y la saga parece que tendrá continuidad en el seno de la familia. “Mis hijos ya tienen pasión por la empresa; desde pequeños han estado implicados, les contábamos las historias de la gente a la que ayudábamos y, casi sin quererlo, se fueron involucrando, aunque yo nunca se lo impuse sino que siempre les he animado a hacer lo que ellos quieran”, asegura la madre.

Catalina admite que llevar tan alto a su empresa le hizo perderse muchos momentos de sus hijos. “Las mujeres que asumimos este tipo de responsabilidad tenemos que saber que nos acaba pasando factura en la vida personal y no podemos evitar sentirnos culpables. Yo siempre que voy a algún foro de mujeres líderes (participa en el programa Real Impact Women) les cuento esto porque creo que es importante saberlo; pagamos un precio muy alto, la vida no es como la pinta Instagram”, advierte. “Las mujeres debemos tener igualdad de oportunidades, pero tenemos que entender que no somos iguales. Ponemos mucha presión sobre las mujeres, queremos ser como los hombres y seguir siendo mujeres y eso es imposible; hay que entender hasta dónde podemos llegar sin hacernos daño y cada una debe de tomar sus decisiones”, ahonda.

Catalina recuerda ese momento en el que se dio cuenta de que se estaba perdiendo gran parte de la infancia de sus hijos y decidió hacer un cambio de rumbo: la familia se mudó durante casi tres años a Inglaterra con el objetivo de compartir más tiempo y, además, para que sus hijos disfrutaran de la experiencia de vivir en el extranjero, conociendo a fondo otro país, tal y como hizo ella de niña. “Quedaron tan encantados que el mayor, Nuno, está estudiando Biomedicina en Inglaterra y el pequeño, Lucas, continúa en el colegio británico O Castro, en Vigo”. Y ella, durante este tiempo aunque se centró mucho más en su familia no dejó de trabajar, sino que aprovechó para abrir la filial de Inglaterra y escribir su tesis sobre oncología clínica, que defendió el año pasado en la Facultad de Medicina.

Disfrutar de la naturaleza -algo que hace a diario en su propio hogar- y sumergirse en los cientos de estímulos y aprendizajes que le aportan los viajes son las dos grandes pasiones de Catalina, “esos preciosos momentos de felicidad”, concluye mientras nos tiende una de las setas que cultiva para que la probemos así, tal cual viene de la tierra. 

Las pioneras: Gertrude Simmons, la especialista en hongos Russula y Lactarius

Gertrude Simmons Burlingham (Nueva York, 1872-Florida, 1952) fue una micóloga muy conocida por su obra sobre los hongos Russula y Lactarius, pionera en el uso de las características microscópicas de las esporas y la tinción iodada para la identificación de especies. Su vida fuera de la investigación científica ha sido poco documentada. Desde 1898 hasta su retiro enseñó biología en Binghamton y en Brooklyn. Trabajó principalmente en el Jardín Botánico de Nueva York y fue la primera mujer en obtener un doctorado del programa. En el Jardín, colaboró con William A. Murrill (que finalmente nombró a Russula Murrilli en su honor). El género Lactarius y Russula fueron su especialidad y centraron sus tesis doctorales y la mayoría de sus publicaciones. En 1934 se retiró de la enseñanza y se mudó a Florida, uniéndose a varios micólogos retirados allí. Al morir, su biblioteca personal y 10.000 ejemplares de herbario fueron legados al Botánico de Nueva York, que creó una fundación de becarios estudiantes de micología.

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