Crónica de un despido inesperado

La ausencia de patrón de juego, incapacidad para reconducir la situación, falta de autocrítica y pérdida de confianza del plantel precipitaron la caída de Benítez

Rafa Benítez se dirige a sus jugadores en un partido en Balaídos.

Rafa Benítez se dirige a sus jugadores en un partido en Balaídos. / Ricardo Grobas

El Celta quiso celebrar la temporada de su centenario con un proyecto deportivo ambicioso, poniendo todos los recursos económicos en el campo con la contratación de un entrenador de prestigio internacional como Rafa Benítez, para quien dispuso de la plantilla más cara de la historia del club. Los resultados adversos, como casi siempre ocurre, han condenado a un técnico que no encontró una idea clara de juego, se vio muy perjudicado por las decisiones arbitrales, después erró en los planteamientos tácticos, dejó escapar una gran ocasión en la Copa del Rey y finalmente se encontró con la pérdida de confianza del vestuario que le llevó a su segunda destitución consecutiva en España, tras la de 2016 en el Real Madrid.

Entonces, Florentino Pérez decidió su cese tras caer en casa ante el Valencia, al que el madrileño había llevado a la conquista de dos títulos de Liga. Ocho años después, desde el mismo escenario se despidió Benítez como entrenador céltico con una goleada en contra. El madrileño protagoniza así otro breve paso por España, después de establecer su residencia familiar y fiscal en Inglaterra.

Lamentaba en ocasiones Rafa Benítez que su destitución en el Everton llegase por la escasez de inversión en la plantilla para competir en una Premier que maneja los mayores presupuestos del fútbol mundial. En Vigo fueron generosos con su salario (más de seis millones de euros brutos) y con los recursos que le ofrecieron con una plantilla que doblaba todas las posiciones y que ha agotado el límite salarial del club (unos 81 millones de euros).

Inició Benítez su proyecto en Vigo apostando por un dibujo con cuatro defensas, otros tantos centrocampistas y dos delanteros, en el que incluso contaba con promesas de la cantera como Carlo Domínguez y Hugo Sotelo. Pero el mal comienzo de Liga ante Osasuna y en la primera mitad en San Sebastián llevaron al técnico madrileño a modificar el dibujo sumando un central más en busca de una mayor fiabilidad defensiva. La apuesta permitió mejorar el juego del equipo, que se centró en perfeccionar el contraataque.

Entonces comenzaron a repetirse los graves errores arbitrales sobre un Celta que veía cómo la incapacidad para sumar puntos le llevaba a ocupar las últimas posiciones en la tabla mientras comenzaba a coleccionar halagos sobre su buen juego, pese a los malos resultados. Las polémicas actuaciones de los colegiados servían de excusa a Benítez para evitar la autocrítica cuando su equipo comenzó a encajar goles en los últimos minutos que arruinaban una gran actuación, como en Montjüic ante el Barcelona. Tampoco entraba a analizar el técnico céltico sus erróneas lecturas durante algunos partidos o el escaso acierto en el manejo del banquillo, cuando era habitual incluso que no agotase los cambios pese a la fatiga evidente en algunos jugadores. La complacencia entró a formar parte de su discurso habitual.

El celtismo, mientras tanto, lamentaba el no poder celebrar victorias en un estadio que era centro de atención mediática por el singular y espectacular momento que ofrecía la afición en cada jornada con la interpretación del himno del centenario, obra de C. Tangana.

Los tres meses sin ganar del Celta en LaLiga estuvieron dulcificados por las buenas actuaciones en la Copa, el torneo que animó de nuevo al celtismo ante los pobres resultados en la competición regular. El club incluso apuró el primer refuerzo de invierno (Jailson había coincidido con Benítez en China) para iniciar con mejor pie el año 2024, que el equipo celebró con un triunfo ante el Betis y su clasificación para los cuartos de final de la Copa tras una brillante victoria en Valencia. La afición soñaba con otra final. Pero el duelo con una Real Sociedad más pendiente de Europa que del torneo menor acabó con las ilusiones del celtismo tras una lamentable actuación del equipo, que mostró poca ambición. Ya entonces, Balaídos había introducido un nuevo cántico: “Benítez, vete ya”, que fue ganando adeptos y elevando el volumen hasta el punto de incomodar al técnico, que dejó incluso de quedarse en el césped para el saludo final a una afición que continuaba apoyando al equipo pero que cada vez confiaba menos en el técnico.

Además de la eliminatoria en la Copa del Rey, otro punto de inflexión en la relación del técnico con la afición fue el partido ante el Almería, en el que el Celta se presentó con un once sin canteranos, rompiendo una tradición que se remontaba más allá de 15 años y 675 partidos consecutivos con algún jugador formado en A Madroa. Ni así mejoró el equipo.

Mientras tanto, el equipo jugaba cada vez peor, salvo excepciones como en la victoria en Pamplona. Tampoco habían servido como revulsivo los tres fichajes que solicitó el técnico para el mes de enero. Ayer, por sorpresa, el club anunció que el proyecto de Benítez en Vigo tocaba a su fin. El año del centenario, el Celta continúa acometiendo un profundo cambio estructural. Marián relevó a su padre, Carlos Mouriño, en la presidencia. También hubo sustitución de director general (Gainzarain por Chaves), de director deportivo (Marco Garcés por Luís Campos) y ahora de entrenador: Rafa Benítez cede el testigo a Claudio Giráldez.

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