Felicidad y agradecimiento

En un día de radiante entusiasmo en Balaídos, el Celta cierra la temporada con un empate ante el Valencia

Aspas y Douvikas anotaron los goles en un partido en que Claudio alineó a todos los canteranos que tenía a mano

Jugadores y técnico del Celta posan frente a la grada de Marcador.

Jugadores y técnico del Celta posan frente a la grada de Marcador. / RICARDO GROBAS

Juan Carlos Álvarez

Juan Carlos Álvarez

Brinca Balaídos feliz. Sobran los motivos para cantar y bailar. Celebra esa hermosa historia de cien años, pero también la sufrida permanencia que mantiene al Celta entre la nobleza del fútbol español. Otra temporada a salvo, trece consecutivas en Primera. Un trabajo coronado hace una semana en Granada y que permite disfrutar, al contrario de lo que marca la tradición, de un cierre de temporada radiante y relajado, sin ese agobio que ha acompañado los últimos meses de vida del equipo.

Y por eso la gente festeja como en las grandes tardes. Las pequeñas conquistas acarrean un largo sufrimiento y no hay razón para frenar el entusiasmo. Mucho que celebrar y que agradecer porque sin ese entusiasmo juvenil desde el graderío es complicado saber cómo hubiese acabado este cuento.

En este último partido de Liga faltó la victoria para redondear la jornada, pero a cambio la grada recibió uno de los regalos que más sabe agradecer. Porque Claudio, más que una alineación, presentó ante el Valencia una auténtica declaración de principios. Siete canteranos en el once inicial para regocijo de una hinchada que, hace meses, seguía con inquietud la progresiva desaparición de A Madroa de las alineaciones.

El porriñés, pese a que dio descanso pensando en el play-off del Celta Fortuna a Damián y a Hugo Alvarez, reunió en el once inicial al muestrario de canteranos que tenía a mano. No se guardó a ninguno. Quería recompensar a los que se marchan (Kevin), a los que han tenido poco o nulo protagonismo (Iván Villar y Miguel Rodríguez), a los habituales (Sotelo, Carlos Domínguez), al que siempre está (Iago Aspas) y, de postre, hizo debutar a Yoel Lago en la máxima categoría. El mensaje parece claro.

Claudio reordenó el equipo en función de esta decisión. Dijo en la víspera que el partido no era un entrenamiento, pero también es evidente que muchas de sus elecciones no se producirían si hubiese algo en juego. Alineación con mucho de política. Era inevitable que el Celta se resintiera por esa circunstancia, sobre todo mientras muchos jugadores se acomodaban a esa situación. El Valencia, con una alineación más “convencional”, no tardó en imponer su estilo que consiste en resistir con orden y correr a la menor oportunidad. Lo puede explicar mejor que nadie Kevin que en su reaparición después de meses de abnegada suplencia y ejemplar actitud se las vio con un cohete como Thierry que le hizo un daño terrible en sus primeros cruces. En el minuto seis el valencianista le sentó en la línea de fondo y puso un balón atrás que Carlos Domínguez, sin tiempo para reaccionar, colocó en su propia portería.

Al Celta, como era de esperar, le costaba desarmar a un equipo tan bien dispuesto como el de Rubén Baraja que, sobre todo, le cerraba el paso por los pasillos centrales. Con Mingueza en la izquierda y el acelerado Miguel Rodríguez en la derecha el Celta sufría para progresar y para activar a los tres jugadores de ataque. Un disparo de Miguel que se fue alto, un remate de Aspas al palo y una acción en la que Douvikas se hizo un lío con la pelota fueron las situaciones que el Celta fue capaz de generar en el primer tiempo.

Los dos equipos se animaron después del descanso. Liberados de cualquier responsabilidad y aunque los entrenadores nunca son aficionados del desmadre, Celta y Valencia eligieron el camino del entretenimiento. Otra cosa tampoco tendría mucho sentido dadas las circunstancias en las que se estaba jugando el partido. Al poco de volver del descanso Williot volvió a demostrar el enorme potencial que hay en sus piernas, en su zancada. El rival se fía de su aspecto algo desgarbado y cuando se miden con él descubren un gamo capaz de cambiar con rapidez de dirección. En eso pensaba Foulquier, ajeno al peligro, en un balón a su espalda cuando de repente descubrió que el sueco le robaba la cartera y no le quedó otra que lanzarle una patada. El penalti lo transformó Iago Aspas en el gol del empate.

En ese viaje de ida y vuelta que fue el partido sucedió algo curioso: el Valencia no encontraba demasiados obstáculos para avanzar por el centro (el robo apenas existió en el bando céltico) mientras el Celta necesitaba muy pocos toques para alcanzar el área de Mamardashvili cuando era capaz de armar un ataque. Pero generaba más sensación de peligro el equipo de Claudio en sus contadas llegadas que el Valencia con su dominio. Aunque los de Baraja, con media hora por delante, encontraron el segundo gol en un penalti que transformó Marí, el chico que hace un año se estrenó precisamente como goleador en Balaídos.

El Celta respondió rápido. Solo dos minutos organizó el mejor ataque del partido. Un pelotazo que Douvikas domó para dejar a Aspas. El moañés esperó con paciencia el desmarque del griego y le colocó el balón con precisión. Douvikas demostró entonces que lo ve todo muy claro delante del portero. Al espacio es un delantero de enorme clarividencia. Mamardashvili ocupa mucha portería, salió con decisión, pero el griego encontró el espacio para colocar con sutileza el balón en el fondo de la red.

Con buena parte de los jugadores tiesos y muchos pidiendo cambios llegó el momento para reformular aún más las alineaciones. Claudio aprovechó para hacer debutar a otro chico (Javi Rueda), para que Tapia tuviese sus últimos minutos en Balaídos y para que Larsen también buscase por última vez (o no, porque aquí hay más dudas) el gol delante de los suyos.

El Celta ya era una extraña mezcla de jugadores en la que Hugo Sotelo ejercía de atacante. Resultaba complicado encontrar algo de provecho y pudo suceder gracias a la obstinación de Larsen que se fajó contra la joven defensa del Valencia para generar alguna situación peligrosa. Con la grada convertida en una juerga, el tiempo fue pasando y el Celta se dio el gusto de acabar el partido en el área del Valencia antes de que Ortiz Arias ordenase a los jugadores que fuesen embarcando de forma ordenada hacia su descanso veraniego. Mañana los vuelos a Ibiza ya irán repletos de futbolistas. Es la hora de las chanclas y de Marco Garcés, el hombre al que espera una tarea homérica en las próximas semanas. No cambio mi verano por el suyo.