Cuarenta años de maestría cocinada al calor de la brasa

El Churrasco A Ría cumple cuatro décadas de éxito desde que los hermanos Gerpe, Salvador y Roberto, abrieron sus puertas

Roberto y Salvador en el lugar que hace 40 años dieron su primera muestra de humildad y talento.

Roberto y Salvador en el lugar que hace 40 años dieron su primera muestra de humildad y talento. / INAKI ABELLA DIEGUEZ

Cuarenta años de experiencia avalan la calidad en el sector hostelero de los hermanos Gerpe. Salvador y Roberto llegaron siendo prácticamente adolescentes desde su Negreira natal para abrirse camino en una Vilagarcía que contaba, ya entonces, con referentes gastronómicos de ámbito autonómico.

Esas cuatro décadas son las que llevan abiertas las puertas del Churrasco A Ría que, desde aquel ya lejano junio de 1983, se ha hecho con un lugar merecido entre los amantes de la buena mesa. Todo ello sin perder la capacidad de sorpresa ni el equilibrio entre tradición y evolución.

El buen producto, así como su cuidada elaboración, tenía que venir acompañado de algún factor diferencial que hiciese que visitar el Churrasco A Ría tuviese para los clientes un valor añadido. La fórmula empleada no fue otra que la suma de la profesionalidad, la calidad y el detalle. El éxito del resultado se demuestra con una longevidad que sería imposible sin el ingrediente estrella, es decir, una calidad humana que hace que el buen servicio adquiera otra dimensión. Todo ello siempre sobre la base de una implicación en el trabajo por encima de la media y que la base del tiempo acredita.

Aquel primer paso necesario en todo largo camino fue dado por Salvador. Con el respaldo de sus padres, Salvador y Carmucha, el hermano mayor quería abrirse paso en la vida a base de emprendimiento y su hermano Roberto abrazó la idea sin dudarlo. Animados por su tío Secundino, que sabía de la potencialidad del local ubicado en la Avenida Rosalía de Castro, apostaron fuerte por hacer de la preparación de la carne su bandera, curiosamente, muy cerca del lugar donde la almeja es la reina de la mesa. Un Carril que se convirtió en el primer vivero de clientes que encontraban en el calor de las brasas y la hospitalidad de sus anfitriones el lugar donde se era feliz y al que siempre había que tratar de volver.

El vínculo de los hermanos con Vilagarcía empezó años antes haciendo refuerzos en el bingo que su tío regentaba en la calle Rey Daviña. Recuerda Salvador que “estábamos estudiando y veníamos algunos fines de semana. Cobrábamos más de propinas que de salario. En aquella época los clientes eran muy agradecidos con las propinas. Llegar a casa y darle a tus padres parte del dinero que habías ganado era muy reconfortante”.

Fue tras hacer el servicio militar cuando se presentó la oportunidad de saltar al siempre arriesgado mundo de la hostelería y no lo dudaron. El entonces pequeño local, convertido ahora en un restaurante para cerca de 200 comensales, se convirtió en una apuesta que les envolvió en la vorágine del día a día.

Del fútbol a la restauración

Recuerda Roberto, por aquel entonces prometedor futbolista, que “yo tenía 18 años y quería seguir estudiando, pero al final adquieres una responsabilidad que te ocupa todo el tiempo. Empezar de cero siempre es muy difícil y costó mucho tirar para adelante”. Un volumen de responsabilidad que apenas le dejaba tiempo para poder ir a Negreira a estar con sus padres. El que ellos aceptaran venirse a vivir a Vilagarcía para estar siempre a su lado es algo que los hermanos recuerdan con brillo en los ojos.

“Trabajo” es la primera palabra que a los Gerpe les viene a la boca a la hora de explicar el secreto de la longevidad gastronómica de un negocio al que el buen hacer le ha obligado a ir subiendo su propio listón. El pequeño corazón que empezó a latir, en forma de local hace 40 años, se ha convertido en una marca de referencia culinaria. Poco a poco, y a base de reformas y adquisición de más metros cuadrados, el restaurante fue demostrando paulatinamente que, además de productos del mar de fina selección y voluminosa demanda, la carne en A Ría es un manjar distintivo.

De aquellas cinco personas que abrieron las puertas del establecimiento hace cuatro décadas se ha pasado a una plantilla mucho más numerosa. Un total de 25 trabajadores que es toda una consecuencia del buen hacer sin traicionar nunca la esencia. El buen trato al cliente es una máxima, pero no lo es menos el respeto y el cuidado de los propios trabajadores. “El descanso es igual de importante que el trabajo para poder ofrecer un servicio de calidad”, apunta un Roberto Gerpe que se enorgullece a la hora de hablar de su equipo y de los muchos años que lleva compartidos con la mayoría de sus empleados, algunos de los cuales han completado su vida laboral en el Churrasco A Ría.

“Para mí es un orgullo muy grande ver como nuestro equipo puede tener unas vacaciones buenas, jubilarse con nosotros o venir cada día con la actitud de quien se siente a gusto con su trabajo”, señala un Roberto que es plenamente consciente que esa es realmente la alquimia perfecta que se transmite en cada gesto que percibe el cliente.

O Fogón da Ría

La garantía de 10 años de experiencia en A Ría llevó a los hermanos a dar un paso más con la apertura del Fogón da Ría que ahora también cumple su trigésimo aniversario. Recuerda Salvador que “fue una inversión muy fuerte y trabajamos mucho para alcanzar la estabilidad”. Por aquel entonces, se iniciaba también la moda de bodas en pazos y al caserío de Fontecarmoa llegaban parejas de toda Galicia para celebrar su unión.

Apunta Roberto que “nos teníamos que rotar para atender A Ría y O Fogón. Echamos muchas horas”. Con Cristina, esposa de Salvador, completando el triángulo de fuerza con su talento a los fogones, la apuesta de Fontecarmoa también se asentó en el éxito con una carta y una propuesta diferente, pero con la misma esencia diferencial que ha hecho del rincón de Carril lugar de agradable encuentro.

Siempre juntos, A Ría y O Fogón, fueron construyendo un binomio indisoluble, pero con personalidades propias y reconocibles. Todo con la pasión de quienes han sido capaces de crecer desde la unión, el trabajo y la capacidad sin perder un ápice de amabilidad, saber estar y un don de gentes que se ha convertido en una maestría que se transmite entre generaciones.

Salvador y Roberto saben que todavía le quedan por delante muchas de esas largas jornadas que siempre terminan en una cena familiar en la que se analiza el día, pero sobre todo se disfruta de compartir momentos propios. De esos en los que pararse a pensar en lo que está por venir, pero sabiendo que entre ambos suman 80 años de reconocimiento en un oficio que les ha llevado a ser valorados tanto por su solvencia profesional como por su calidad como personas. Y que duren.

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