Sálvese quien pueda

El paraperiodismo: la fétida marea conspiranoica

Ahora hay que crear agencias para detectar noticias falsas.

Ahora hay que crear agencias para detectar noticias falsas. / Pablo García

Fernando Franco

Fernando Franco

Si lo tomo por el lado del buen humor y más frívolo, podría decir que ando maravillado divirtiéndome con las noticias que aparecen en las redes sociales, en una especie de paraperiodismo escrito bajo el anonimato, ideal para devotos de conspiraciones como que la esposa del presidente es un machirulo o trafica con drogas. Si pierdes el tiempo buscando por esa selva de bulos verás que tienen la desfachatez, por ejemplo, de citar a periódicos como France Soir como si ser francés fuera una patente de corso y sin saber que ese periódico nacido en la Resistencia Francesa fue adquirido en 2014 por un empresario que cambió la línea editorial a tintes conspiranoicos, que en 2019 los cuatro periodistas que quedaban en la redacción fueron despedidos y que en 2021, el ministerio de cultura comenzó las gestiones administrativas para retirar al diario digital actual el certificado de información política y general. Valga el ejemplo para explicar el origen de todas las barrabasadas que nutren las redes desde que todo el mundo se arroga la función de periodista cuando carece de los elementos básicos para valorar la complejidad de la noticia.

Yo, es cierto, pertenezco a esa vieja guardia que cada día va al kiosco a comprar su periódico de confianza, pero en papel, y luego solo lee en Internet los medios que, sin ser impresos por sus enormes costos, mantienen las redacciones tradicionales con nombres propios que asumen sus responsabilidades si mientes y respetan los preceptos básicos del periodismo, aunque sea desde un u otra tendencia ideológica. El Mundo no es El País ni ABC es La Vanguardia pero operan desde ciertos respetos básicos a las reglas del periodismo y en cualquier caso no son más que una minoría ínfima de ámbito nacional ante los periódicos regionales o locales, menos ideologizados, que leen la mayor parte de los españoles.

Como decía el otro día Muñoz Molina, leemos no solo con los ojos sino con las manos, el tacto, el oído, el hábito corporal de inclinarnos sobre las hojas desplegadas. O sea que somos una minoría en extinción ante la gente que no lee y solo ve series, la que lee por Internet y se deja ofuscar por noticias sueltas sin padre conocido, y los que, gandules, mariliendres o malandrines, se atreven a retuitearlas desde su ignorancia o con toda la mala leche para justificar sus ideas, que suelen ser retrógradas. Es cierto, como decía mi colega Carmela Ríos, que convivimos con el periodismo y un paraperiodismo que, como las parafarmacias de pócimas milagrosas, se esconde entre las redes bajo el anonimato y es especialmente lesivo cuando millones de ingenuos usuarios o amantes de lo conspiranoico no pueden o no quieren buscar algo mejor.

Hasta ahora para escribir en periódicos se exigía unos estudios superiores y una carrera específica que en teoría dotaba de los elementos básicos para configurar una información. Ahora un tipo que está en la playa en el tiempo libre que le deja su oficio de calderero, o un jubilado del campo que no tiene otra cosa que hacer, elige una noticia que le aparece en medio de ese vertedero de inmundicias que pululan por las redes y la retuitea con comentarios personales de Juzgado de Guardia. No es que sean gentes de mal vivir ni forzosamente bellacos, son gente honrada a la que simplemente le faltan todas las referencias para protegerse ante la fétida marea de mentiras, de politólogos marisabidillos y de fábricas de noticias falsas escondidas en perfiles falsos entre cuyas armas está el desprestigiar a los medios tradicionales. Y estos han reaccionado tarde y con mecanismos de defensa aferrados a sus estrictas reglas deontológicas, esas que se pasan por la entrepierna todos esos fabricantes de bulos, muchos de ellos bien pagados, destinados a emponzoñar el medio ambiente. En los trenes han quitado la prensa de papel, en muchos hoteles y cafeterías también desde que la pandemia les dio una disculpa de contagio. ¿Qué mejor que tener ciudadanos desinformados o manipulados por un caudal de noticias de imposible digestión? Yo no pierdo el tempo n X, ni en Y ni en Z si son redes. Me informo por los clásicos. 

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