De México a Tierra del Fuego a golpe de pedal

La instructora de emergencias viguesa Lola Bruzon completa sobre su bicicleta Xouba un viaje de más de 15.000 kilómetros entre Cancún y Ushuahia. De momento ha atravesado nueve países

“Tratando de pedalear desde Cancún hasta Ushuaia. Viviendo hasta que me muera. Y que me quiten lo rodado. ¿Me ayudas?”. Con estas frases la viguesa Lola Bruzon anima a sus seguidores en redes sociales a que le echen una mano en la aventura que emprendió junto a su bicicleta Xouba el pasado 15 de enero cuando salió de Vigo hacia México con la intención de atravesar América Latina de norte a sur, ruta que calcula que le llevará aproximadamente un año.

Después de haber recorrido más de 4.200 kilómetros por nueve países durante 109 días, la viajera se encuentra ahora en un pequeño descanso de su periplo disfrutando de unas vaciones de dos semanas en Salvador de Bahía. Ha dejado su bicicleta en Bogotá, donde la recogerá para reanudar su trayecto de más de diez mil kilómetros hacia la Patagonia argentina.

“No tengo la sensación de llevar tanto tiempo, cada día es un reto nuevo porque tengo que buscar donde dormir, qué voy a comer, qué ruta coger; es como un estímulo constante”, comenta. Y es que el viaje que lleva en mente solo tiene un punto de partida y uno de destino, lo que vaya pasando por medio depende del PPS (Para, Pregunta y Sigue). De este modo, ha transitado tramos por la carretera Panamericana, la que cruza el continente de norte a sur, desde Alaska a Ushuahia, pero también por vías secundarias para evitar tráfico o llegar a sitios que le recomiendan visitar, y por caminos sin asfaltar.

“No se trata solo de avanzar, sino de conocer los países, la gente, la cultura, la gastronomía...”, dice Lola Bruzon. Por eso la distancia que pedalea a diario no es uniforme, ha hecho jornadas de 120 kilómetros y otras de 40 kilómetros, dependiendo de la inclinación del terreno y los lugares que ha querido visitar: “En Medellín y en Bogotá me he quedado más de una noche para conocer las ciudades; en Guatemala también paré un día para subir a un volcán haciendo trecking”, explica.

Lleva su bicicleta preparada como si fuera su casa para poder parar a comer, pernoctar o descansar cuando le apetezca, sin estar sujeta a horarios ni a alojamientos. “Viajar así te da una libertad que no tienes con otras formas de viaje, solo dependes de tus piernas”, comenta. En sus alforjas lleva material de más de treinta kilos de peso: tienda de campaña hamaca, saco de dormir, ropa de abrigo y de verano, cámping gas, olla y set para cocinar, comida suficiente para un par de días, agua, botiquín, repuestos para la bicicleta, un dron y un panel solar para cargar baterías.

“Me ha tocado acampar en la terraza de un bar, en el jardín de una casa, en una gasolinera... y hasta he dormido debajo de un camión colgada de una hamaca”, relata. La mayor parte de las veces se aloja en casas o fincas de personas que se ofrecen altruistamente a través de la plataforma Warm Shower, con la que ella también ha colaborado prestándose a acoger a peregrinos en Vigo. En otras ocasiones busca algún lugar donde poder pernoctar, algo que le ocurrió en El Salvador. “Estaba asomando la cabeza a una finca y salió su dueña, Carla, encantadora, me dijo que me podía quedar a dormir, me ofreció una ducha, por la noche me llevó la cena a la tienda y por la mañana el desayuno; ahora me escribe todas las semanas para saber qué tal voy”. En Colombia, donde lleva uno de los más de tres meses que dura de momento su aventura, ha pasado por las casas de los familiares de una amiga colombiana que conoció en Australia. “A veces me toca pagar, en zonas donde no lo veo seguro me voy a hostels en habitaciones compartidas, que cuestan entre ocho y diez euros la noche”, comenta.

“La pregunta que más me han hecho en todos los países por los que he pasado es si viajo sola y si no tengo miedo. Todas las experiencias que he tenido han sido de gente que me ha querido ayudar, por eso animo a otras mujeres que tengan miedo a viajar solas a que lo hagan, aunque no digo que no haya que tomar unas mínimas precauciones”, manifiesta. Tan solo ha tenido un pequeño “susto” en el Tapón del Darién, un bloque vegetal en la frontera entre Panamá y Colombia donde existe tráfico de migrantes. “Como no hay carretera me tocó cruzarlo en lancha y no hacían más que pedirme dinero; pensé que me iban a tirar al agua”, dice.

De los nueve países que ha cruzado de momento, si tuviera que escoger uno se quedaría con Colombia. “Es un paraíso para el ciclismo, muy montañoso, con mucho verde, con muchos pueblos pequeños y con una zona cafetera impesionante”, describe. Costa Rica y Guatemala, sobre todo el volcán que visitó, también están entre sus favoritos.

En cuanto a “paisaje humano”, no hace distinciones. “Tenemos ese concepto de que Latinoamérica es una zona insegura y yo no me he encontrado nada de eso, en todos los sitios he dado con gente muy amable, me han acogido en sus casas, me han dado de comer, me han llevado de paseo en moto, me han llevado a conocer sitios, y todo sin pedir nada a cambio”, destaca.

Aunque no es muy dada a las redes sociales, Lola comparte en su cuenta de Instagram y en su página de Facebook vídeos e imágenes de su viaje. “Es algo que empecé a hacer en mi primer viaje en bici –de Ámsterdam a Vigo, cuando tenía 25 años (ahora tiene 34)– para que mi madre estuviese tranquila”, dice. Siguiendo el ejemplo de otros aficionados a viajar en bicicleta, ha abierto una cuenta en la plataforma Buy me a Coffe para recibir aportaciones económicas de personas que siguen su aventura a través de Instagram. “Pensaba que solo iban a ayudar conocidos, pero estoy sorprendida de la gente que está colaborando con uno o varios ‘cafés’, cada uno a tres euros, una cantidad con la que aquí me arreglan una comida”, dice. Y es que los ahorros que reunió esta instructora de emergencias el año anterior a su viaje están menguando. “Mi intención es rematar el viaje y llegar a Ushuaia en diciembre; como le digo a mis conocidos: si un día ya no lo estoy disfrutando me cojo el avión y me vuelvo, pero de momento eso no ha pasado”. Para futuras aventuras, espera que la acompañe su pareja. “No viajo sola porque no quiera que nadie me acompañe; aunque viajar en solitario tiene sus ventajas, me gustaría compartir esta experiencia”.

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