Memorias de jóvenes reclutas

Más de dos décadas después de que el servicio militar haya dejado de ser obligatorio para la población civil masculina española, cinco hombres conocidos en la vida cultural y deportiva de Galicia comparten sus experiencias, vivencias y anécdotas de cuando fueron aprendices de soldados

Personalidades de la vida social, cultural y deportiva de Galicia recuerdan sus obligatorias experiencias en el Servicio Militar

Personalidades de la vida social, cultural y deportiva de Galicia recuerdan sus obligatorias experiencias en el Servicio Militar / FDV

La guerra de Ucrania ha reabierto el debate en algunos países europeos sobre la conveniencia de establecer un servicio militar obligatorio para la población civil. En España el último remplazo de quintos cumplió con su compromiso con la patria en el año 2001 y la mili pasó a la historia, quedándose en la memoria de los que un día fueron jóvenes reclutas y guardan diferentes recuerdos de sus estancias en cuartel. ¿Era la mili una pérdida de tiempo? ¿Cumplía con los objetivos de adiestrar a la población civil en tácticas militares para intervenir en una posible guerra? ¿Les sirvió para convertirse en hombres, como decía la propaganda? Formulamos estas y otras preguntas a cinco personajes públicos que comparten en este reportaje sus vivencias de los meses en que fueron aprendices de soldados.

Escolta de un pez gordo

Al showman, cantante y músico Germán Fandiño le tocó hacer la mili en infantería de marina en 1986, con 19 años. “Tenía la cabeza muy golfa y era la manera de salir de la cuna familiar. Fue una de las peores decisiones de mi vida, colgué lo estudios cuando me quedaban tres asignaturas para acabar tercero de BUP y eso truncó mi vida estudiantil, que no retomé hasta diez años después”, relata. Pasó el periodo de instrucción de 43 días en Cartagena, con solo un par de días de permiso. “Aquello era un sadismo, te afeitan la cabeza como a una oveja y te visten de Rambo; la sensación era como estar en una cárcel militar, el trato era vejatorio. Mi llegada fue con un subteniente borracho que nos puso a todos en cuclillas, el que estaba a mi lado apoyó un poco el codo y recibió una patada: se hizo unos cortes con la taquilla. Duermes en una barracón con más de trescientas personas y empiezas a comerte la imaginaria, que es vigilar durante dos horas de madrugada siempre perseguido por un mando militar”, expone Fandiño.

Germán Fandiño, músico y showman

Germán Fandiño, músico y showman / Alba Villar

Tras la jura de bandera, al vigués lo seleccionan para ser escolta de un pez gordo, del Almirante Jefe del Estado Mayor, para lo cual debe completar antes un curso de policía naval en Madrid, en la calle Arturo Soria. “Fueron 42 días, de los cuales pasé arrestado 38 por un enfrentamiento que tuve con un cabo primero. Los monitores eran gente que llevaba de mili cuatro meses más que nosotros, nos hacían el baile de disfraces por las noches, nos daban 40 segundos para ponernos el uniforme y, si no estabas listo, te ponían a hacer horas de flexiones con los puños. Nos daban un minuto y medio para ducharnos, el agua no te llegaba a las rodillas. Un día oí que estaba el capitán y salí de la ducha desfilando con la boina mojada, les arrestaron, pero me la hicieron pagar”.

La mayoría señala que fue un tiempo excesivamente largo, perdido o aburrido que no les sirvió para saber defender a la patria

Ya como escolta, Fandiño llegó a su destino, al cuartel general de la Armada de Cibeles, en la calle del Prado. “De novato, pringaba más, luego ya solo iba allí de lunes a viernes porque los veteranos marcábamos las guardias. Me comí un coche bomba, vi el tapacubos volando a través de la ventana y salí a la calle en calzoncillos, chancletas, con una camiseta que me habían traído de Cuba y pistola en mano. Cuando llegó el subteniente me dijo: ‘Vigo, ¿qué coño haces aquí con la pistola?’. Le contesté: ‘Operativo, mi subteniente’. Se cabreó”.

Casi cuarenta años después de aquellas vivencias, Germán Fandiño considera que la mili no le sirvió para fomentar su patriotismo, pero sí para hacerse más espabilado en buscarse la vida. “La formación en armamento la consigues porque eres joven, pero eso de tener que comerte un galón de una persona maleducada no iba conmigo”, comenta.

Una pérdida de tiempo

Para el actor Carlos Blanco la mili es una etapa de su vida de la que apenas guarda recuerdos, “borreinos”, dice. En 1978 interrumpió su carrera universitaria para quitarse del medio cuanto antes esa obligación y se presentó como voluntario al ejército del aire, cumpliendo destino en el cuartel de Getafe. “Foi unha inmensa perda de tempo para mín, nin siquera foi traumático: foi aburridísimo”, indica. “Daquela bebíase moito nos cuarteis e se explotaba aos reclutas, si eras fontaneiro acababas arreglándolle as cañerías ao superior, si eras mecánico reparábaslle o coche si eras pintor pintábaslle a casa. Eu como non sabía facer nada, estaba na gasoliñeira”, relata.

El actor y monologuista Carlos Blanco.

El actor y monologuista Carlos Blanco. / Marta G. Brea

La única experiencia en el manejo de armas que tuvo Blanco en su vida de quinto se limito a un día. “Realmente aprendín a disparar de maior, para facer series, pero non na mili”, comenta el actor. Tampoco pasó muchas horas de vuelo, salvo algunos traslados en helicóptero, pese a ser recluta del ejército de aire.

Entre el cuartel y el fútbol

Argimiro Pérez García, más conocido como Pichi Lucas, ya era futbolista profesional del Celta cuando con 18 años en 1977 tuvo que ir a hacer la mili a Córdoba, adonde se trasladó seis meses antes para comenzar la temporada con el equipo de esa ciudad andaluza, que entonces militaba en Segunda División B, y así evitar que su compromiso con la patria no le supusiera ninguna interrupción en su carrera deportiva. “Tenía el privilegio de estar durante la semana en el cuartel, aunque por las mañanas iba a entrenar, y los fines de semana me iba a competir; digamos que lo mío fue una mili light”, comenta. A ello contribuyó que el teniente coronel del cuartel de caballería donde estaba destinado fuera además directivo del Córdoba Club de Fútbol. “Era llevarle el coche, limpiárselo, me tocaron muy pocas guardias, se me pasó el tiempo muy rápido”, dice.

Pichi Lucas, futbolista del Celta en los años 80.

Pichi Lucas, futbolista del Celta en los años 80. / Marta G. Brea

Entre los recuerdos que guarda, destaca la camaradería entre compañeros. “Recuerdo experiencias importantes, sobre todo de convivencia, de tener que seguir todos unos horarios, unas disciplinas  y unos trabajos que puede que más tarde te sirvieran para educarte para la vida profesional”, comenta el exjugador del Celta. De hecho aún conserva buenos amigos que conoció en su época de recluta, como el actual presidente de la Sociedad Deportiva Ponferradina, Jesús Fernández Nieto, quien en esos momentos no estaba vinculado al fútbol. “Al acabar la mili seguimos manteniendo la amistad, él venia a verme jugar en Vigo prácticamente todos los fines de semana y luego yo llegué a ser entrenador de la Ponferradina, somos como hermanos”, expresa Pichi Lucas.

"Creo que en menos tiempo puedes tener los conocimientos básicos por si un día el ejército necesita de ti en alguna situación”

Pese a su buena experiencia, Lucas considera que la duración del servicio militar era demasiada. “Sobre todo para los compañeros que estuvieron doce o trece meses consecutivos, dieciocho los que iban de voluntarios, se hacía muy repetitivo y desgastaba demasiado; creo que en menos tiempo puedes tener los conocimientos básicos por si un día el ejército necesita de ti en alguna situación”, considera.

En el cuartel de brunete el 23 F

Al actor, director de teatro y monologuista Cándido Pazó el intento de golpe de Estado encabezado por Tejero el 23 de febrero de 1981 le pilló siendo recluta en el distrito madrileño de Vicálvaro, en el cuartel Capitán Guiloche, perteneciente a la división acoraza Brunete. “Era un luns e eu estaba de permiso en Vigo, pero cando volvín á semana seguinte aínda había un ambiente postgolpe que durou moito tempo”, relata. Al intérprete gallego la tensión no le afectó demasiado,   ya que era integrante de la banda de cornetas y tambores, algo que le sirvió para pasar “unha mili moi tranquila”, según indica.

Cándido Pazó, director de teatro, actor y monologuista.

Cándido Pazó, director de teatro, actor y monologuista. / FDV

El servicio militar le llegó en un momento de su vida en que “casi que me viña ben marchar de Vigo, podía pedir unha prorroga pero tiña xa vinte anos e quise sacala denriba”, comenta. Recién llegado a su destino en el cuartel, Pazó vio unas piezas inmensas de artillería que no le resultaron atractivas, así que cuando se enteró de que estaban buscando integrantes para la banda de música, decidió presentarse voluntario. “Como eu andaba no teatro tocábame máis de cerca, así que fun á proba de selección e o cabo que ma fixo recoñeceume do teatro, me vira en A Coruña, e xa me colleu, non era que tocara moi ben o tambor, pero aprendín, logo tamén toquei a corneta e fun cabo da banda”, relata el monologuista.

En el cuartel coincidió con otros artistas conocidos, como el integrante del grupo musical Radio Futura Luis Auserón, y en la banda fue compañero de Julián Monzón Navarro, hermano del Gran Wyoming y componente del grupo Desmadres 75, conocido por la canción “Saca el güisquy cheli” . “Era moi simpático, xa era maior porque pediu todas as prórrogas habidas e por haber. Tiña un amigo capitán médico que lle dixo que si se operaba de algo lle daba unha baixa para todo o tempo que lle quedaba de mili, e acordou operarse de fimosis. Entón o tipo viña a cobrar todas as semanas as 560 pesetas, un día preguntoulle un brigada por que estaba de ‘rebaja’ e él contestoulle: por la polla, mi brigada. É unha das anécdotas da mili que incorporei a algún dos meus monólogos”.

“Si viñera unha guerra, os once tiros que aprendín a dar cun subfusil non me valerían para nada”

Ser miembro de la banda y encontrarse con un superior castrense amable le sirvió a Cándido Pazó, además de para desfilar en la procesión de Semana Santa con el Cristo de Medinaceli, para sacar provecho a un periodo de su vida que califica como una pérdida de tiempo entretenida. “Concedeume permiso para chegar todos os días ás doce da noite e aproveitei para mirar moito teatro e espectáculos moi interesantes, ao estar en Madrid podía acceder a mil posibilidades e o capitán que tiven entendeu esa inquietude”, explica Pazó, quien reconoce que, en cierto modo, fue afortunado. “Eso depende con que che tocara, houbo xente que o pasou moi mal; lembro un sargento de Canido que era un mal bicho, nunca mo atopei máis na vida, había outro que lle chamaban o goma dous... pero co paso do tempo quedan os bos recordos”.

Con respecto a si adquirió conocimientos que le ayudaran a defender a su país en caso de un conflicto bélico, Pazó considera que “si viñera unha guerra, os once tiros que aprendín a dar cun subfusil non me valerían para nada”. “Hoxe en día non poderías facer un exército con tipos formados no que era a mili, neste mundo no que manda a tecnoloxía se necesita xente formada e motivada. E estou seguro que os militares non teñen o máis mínimo interese neste concepto de exército”, añade Pazó.

Un año de interrupción de tu vida

Un año después de que Cándido Pazó anduviera por tierras madrileñas cumpliendo el servicio militar, en 1982, llegaba a otro cuartel de la división acorazada Brunete, en este caso a uno ubicado en Leganés, otro vigués: el guitarrista de Siniestro Total Javier Soto. “Había acabado BUP el año anterior y como no tenía pensado hacer carrera fui a la mili, empezaba lo de la objeción de conciencia pero no se sabía mucho, nadie se atrevía aún, no había la prestación social sustitutoria”, cuenta.

Javier Soto, guitarrista de Siniestro Total.

Javier Soto, guitarrista de Siniestro Total. / José Lores

Tras un mes de periodo de instrucción en Cáceres y la posterior jura de bandera, al músico le habían dado una semana de permiso que aprovechó para pasarla en Vigo. “Fue entonces cuando tuvimos el accidente en el que el coche quedó siniestro total”, relata Soto, aludiendo al suceso que más tarde dio nombre al grupo de la movida viguesa. “Me metieron un mes en el hospital militar y al acabar el ingreso tuve que ir a mi destino a Leganés. El día que llegué al cuartel, de madrugada, ya empezaron con una bronca porque dudaban de que estuviese realmente mal para estar un mes ingresado, y desde ahí fatal”, comenta.

“Los recuerdos que tengo de la mili son malos, no lo pasé nada bien"

“Los recuerdos que tengo de la mili son malos, no lo pasé nada bien. Era un cuartel bastante chungo, de los fachas, de hecho cuando yo estuve allí había algún mando arrestado que había participado en el intento de golpe de estado el año anterior”, declara Soto.

Pese a participar en maniobras de adiestramiento bélico como la de la pista americana que se ve en las películas, Soto considera que “en mi caso no cumplieron con la misión de hacerme patriota, salí menos de lo que era cuando llegué, fue contraproducente conmigo”. Aun así, no se declara contrario al servicio militar tal y como fue concebido en su época. “Fue un avance en su momento porque democratizaban el ejército, lo que estaba mal era la forma de hacerlo, me pareció terrible. Para mí no supuso nada positivo, solo un año entero secuestrado haciendo cosas que no te gustan, interrumpiendo tu vida”, expone.

Y es que mientras él estaba cumpliendo con su obligación con la patria, Siniestro Total echaba a andar sin él. “ Antes habíamos hecho ya Miguel, Julián, Alberto y yo un concierto con el grupo que llamaron Sexteto de Blues”, relata Soto, quien al acabar la mili se incorporó a Os Resentidos con Antón Reixa, donde estuvo hasta 1985, año en que ya participó en la gira de conciertos de verano de Siniestro Total.

Europa se plantea reforzar su defensa con población civil

Países como Reino Unido, Alemania o Portugal abren el debate sobre la conveniencia de establecer un servicio militar obligatorio

La invasión rusa de Ucrania en 2022 y el alargamiento en el tiempo del conflicto ha hecho que Europa vuelva a tener una guerra en casa y que algunos países se planteen si sus ejércitos están lo suficientemente dotados para ejercer la defensa de su territorio. El debate sobre la conveniencia de establecer un servicio militar obligatorio para la población civil ha vuelto a la agenda política de varias capitales occidentales. En España la ministra de Defensa Margarita Robles zanjaba cualquier atisbo de polémica afirmando el pasado 21 de marzo que la mili no va a volver a nuestro país, en respuesta a una pregunta realizada por dos vocales de la Comisión de Defensa del Senado. La responsable de las Fuerzas Armadas consideraba que otros países se plantean esa medida por una cuestión geográfica y porque ven más de cerca el conflicto que enfrenta a Rusia con Ucrania.

El panorama en otros estados es diferente. Lituania anunció en agosto sus planes de ampliar su servicio militar obligatorio y Dinamarca ha decidido abrir la mili a las mujeres y ampliar el tiempo de este servicio obligatorio de cuatro a once meses para ambos sexos.

Alemania, que suspendió el servicio militar obligatorio en 2011, estudia volver a implantarlo siguiendo el modelo sueco de reclutamiento, donde al terminar la enseñanza secundaria obligatoria los jóvenes pueden ser llamados a filas. El ministro de Defensa teutón se ha comprometido a presentar una propuesta al respecto antes de que acabe el periodo legislativo, es decir, en 2015. 

En el Reino Unido, el jefe del Ejército, Sir Patrick Sanders, abogaba a principios de año en una intervención pública por duplicar el tamaño del ejército británico y el gobierno salía al paso de las declaraciones negando su intención de introducir el servicio militar obligatorio. En Portugal, país sin mili desde 2003, algunos líderes militares se han pronunciado a favor de su vuelta y varias fuerzas políticas lo han rechazado.

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