Entrevista | Manuel Jabois Periodista y escritor

Manuel Jabois: “Escribiendo novelas soy un inseguro”

El autor acaba de publicar “Mirafori”, un relato sobre el amor, el desamor y los fantasmas. “Nunca había escarbado tanto en emociones propias para poder mostrarlas en la ficción”, asegura

Manuel Jabois estará el 6 de noviembre en Club FARO.

Manuel Jabois estará el 6 de noviembre en Club FARO. / Jairo Vargas

Se lanzó a escribir novelas porque necesitaba un estímulo nuevo para mantener vivo el entusiasmo, porque sentía que su carrera periodística ya estaba asentada en “El País” y en la cadena SER y como alternativa a “otras gilipolleces” que se hacen al acercarse a los cuarenta años, como comprarse un coche o inscribirse en un gimnasio. Manuel Jabois (Sanxenxo, 1978) acaba de publicar “Mirafiori” (Alfaguara), un relato de amor poblado de fantasmas con el que cierra la trilogía ambientada en la ría de Pontevedra que inició con “Malaherba” y continuó con “Miss Marte”. El lunes 6 de noviembre estará en Club FARO.

– “Mirafiori” es una novela sobre el amor y el desamor, ¿ya tocaba escribir sobre ese tema?

– Supongo que sí, aunque sí había escrito sobre amor en artículos, nunca había escarbado tanto en emociones propias para poder mostrarlas en la ficción. Lo cierto es que después de acabar “Miss Marte”, que roza el realismo mágico sin llegar a serlo, tenía ganas de escribir sobre fantasmas y me di cuenta de que el mejor vehículo para escribir sobre ellos era escribir sobre el amor.

– Empieza diciendo que no es una historia real pero los personajes sí lo son.

– Eso va por los fantasmas, por las brujas, por las experiencias de la chica protagonista que ve muertos. Hablé con personas que sienten presencias, ven fantasmas y conviven con ellos. Es gente, además, que no hace dinero con esas cosas, que su vida es otra más allá de que diga que le ocurre esto.

– ¿O sea que con ocho años no vio a un muerto saliendo de la playa de Sanxenxo?

– No, ni conozco a nadie que me lo contara. Es completamente inventado, me daba muchísimo morbo la idea de ponerme en la piel de alguien que presenció algo así, todo lo que dice, piensa y hace el narrador en el capítulo tres es lo que haría yo si me hubiese ocurrido algo semejante. Me gustó mucho escribirlo, de la misma manera que nos gusta leer cosas que sabemos que nunca vamos a vivir.

– ¿Su postura ante las meigas es la de “habelas, hailas”?

– Me gusta mucho esa postura pragmática, yo no he visto ni creo, pero hay mucha gente que sí y me merece el máximo respeto. Paradójicamente las personas con las hablé que experimentaron algo así eran de Cataluña, solo había una de Galicia. He crecido con la tradición oral nuestra, pasé una época de mi niñez con terrores nocturnos porque teníamos una mujer en la playa que nos contaba historias terroríficas, y llegué a imaginar con terror a la santa compaña pasando por detrás de mí mientras me miraba al espejo cuando tenía entre ocho y doce años, estuve una semana sin poder dormir por culpa de esas historias tan bien contadas por viejas gallegas.

– Si embargo, si lleva a la protagonista a un psiquiatra, con lo cual intenta dar una explicación racional.

– Todo lo que dice el psiquiatra de la novela es lo que dice uno real con el que he hablado para poder escribir sobre esto. Le planteé qué diría si le entrase una persona con una profesión y una vida perfectamente normal diciendo que ve muertos. Me dio una clave para la novela, para situar la historia en un plano de realidad, y es que la gente es consciente de que no puede contar esto, cuando alguien tiene un delirio o está sufriendo un brote psicótico comparte lo que ve con los demás. Pero, ¿y la gente que eso no lo puede contar porque sabe que lo hunde, lo estigmatiza o directamente lo encierra?.

– Cuando describe a Isolina, una octogenaria gallega que vive en una aldea casi vaciada, con su visera de Caja Rural y su fortaleza trabajando el campo, ¿es un homenaje a la matriarca gallega?

– Hay un homenaje a esas viejas longevas que se quedan solas, que se dan cuenta de que lo más joven que conocen es la vecina que se encuentra al otro lado de la calle y tiene más de 50 años. Y a cómo defienden a los suyos, a cómo intentan atar al mundo de los vivos, a través de cordones umbilicales interesantes, a sus muertos, en este caso a su nieto que, como tantos otros, se embarca y desaparece de la tierra.

– El protagonista se agarra a recuerdos del amor vivido cinco años después de haber roto con su novia de toda la vida, ¿es lo mejor para el duelo mantener vivo el recuerdo?

– Se agarra a ella y a sus recuerdos como manera de amarrarse al mundo de los vivos, pero es lo más parecido a lo que sería un fantasma. Los primeros meses tras una ruptura traumática son dolorosísimos, no saber nada de esa persona con la que compartías toda tu vida es lo más parecido a la muerte. Pero el mundo sigue rodando y ¿qué sucede si esos meses se convierten en cinco años?, ¿de qué manera puedes acabar loco perdido u obsesionarte de tal forma que la única excusa para de sentirse vivo es amarrarse a la posibilidad de algún día poder volver a verla?

– ¿Ha tirado de experiencias personales?

– He transplantado muchas emociones mías que viví desde los veinte años, que fue la primera vez que rompí con una novia de la que estaba muy enamorado; he recordado todos esos dolores, todas esas tristezas, y sobre todo he recuperado esperanzas y algo que te da el paso del tiempo: el poder reconciliarte con el recuerdo, el agradecimiento por haber pasado tanto tiempo con una pareja. En fin, hay una especie de autopsia de todas las relaciones mías, de emociones reales, las que te configuran como persona. No escribí sobre experiencias personales porque es como un cuarto íntimo de dolores grandes y de heridas cicatrizadas por las que en su momento se sangró mucho. Pensé que con 45 años, 44 cuando estaba escribiendo el libro, era el momento de atreverme con esto, y el hecho de que algunos lectores se sientan tan turbados por la lectura de algunos párrafos me animó más. Me dije “hay que escribir sobre esto”, la mayor parte de nosotros nos hemos desenamorado, hemos tenido más de una relación en la vida.

– Remata con esta obra una trilogía ambientada en la ría de Pontevedra, ¿siente que ha saldado una deuda pendiente con su tierra?

– Tiene mucho que ver con los últimos tablones de madera de la juventud y el naufragio de la vida adulta, como me dijo una entrevistadora. Son las tres novelas que hubiera escrito con 25 años si tuviese la experiencia y la frescura que tengo ahora y que entonces no tenía porque he sido autodidacta toda mi vida, y con 25 años escribía horrorosamente mal. En “Malaherba” se encuentran los niños que se dan cuenta de que no tienen el amor de sus padres, en “Miss Marte” se sugiere que la mentira a menudo conviene más que la verdad para tener una vivencia más feliz y en “Miriafori” se habla del luto, del dolor que los muertos tienen por no seguir en el mundo de los vivos, de esa soledad definitiva de los muertos que permanecen pululando un tiempo más porque se amarran a la vida.

"El humor es la mejor postura que he encontrado para estar aquí: me gustan esas canciones que te hacen bailar y te están contando el puto drama del siglo"

– Narra un drama pero no renuncia a relatarlo con dosis de humor, ¿es una postura ante la vida?

– Creo que sí, es la mejor que he encontrado para estar aquí: pasarlo bien, primero, y reírse, segundo. Me gustan mucho esas canciones que bailas en las discotecas – yo no bailo–  y de repente te quedas con la letra y te están contando el puto drama del siglo, pero hay una música que te hace mover las caderas, que te pone de buen humor. Creo que es un vehículo artístico maravilloso poder hacer que la gente se sienta bien leyendo un drama. En esta novela Juan Luis Guerra está muy presente por varias razones, la principal es porque en los años que narro me tocó escucharlo mucho, pero hay dos canciones de él, “El Niágara en bicicleta” y “Visa para un sueño, que te hacen levantarte de la cama y cantarlas a gritos – yo lo hago– y son dos canciones de profundísima denuncia social, sobre la hostilidad con los inmigrantes ilegales y la precariedad de la sanidad pública. Son dos mítines que te hacen bailar.

– ¿Cómo lleva la crisis de los 45?

– No he estado mejor nunca, me gusta mucho esta edad, lo único malo que tiene es la víspera de lo que viene después. Siempre pensamos que estamos viviendo la edad perfecta, hasta que creces y te das cuenta de que te queda mucho para alcanzar el momento ideal. Nunca he tenido crisis, es cierto que las cosas me han ido muy bien, he tenido suerte en la vida y me considero un privilegiado. No echo de menos los 25, pero sí la fuerza que tenía entonces, ahora me canso antes porque también he vivido mucho y muy profundamente. “Malaherba” surge a una edad en que sentí que tenía que hacer algo más, me había asentado en el periodismo, trabajaba en un periódico y en una radio de mucha repercusión, y soy un tipo que necesita muchos estímulos para mantener vivo el entusiasmo. Pensé que escribir novelas podría salvarme de hacer otras gilipolleces como comprarme un coche o inscribirme en un gimnasio.

– Sonsoles Ónega ha dicho que escribió su novela premiada con el Planeta en los camerinos, ¿dónde y cuándo escribe Jabois?

– Escribo mucho en el teléfono móvil, el primer capítulo de esta novela fue escrito en un tren camino a Sevilla. Ya tenía la idea y de repente escuché una canción de Rigoberta Bandini, el verso “porque siempre estuvo bien y estará bien”. Me encantó el futuro y empecé a escribir en futuro el primer capítulo. Cuando estoy en la maratón de tener que entregar algún capitulo escribo a las cinco o seis de la mañana, desayuno, me siento ante el teclado dos o tres horas y a lo mejor escribo 25 minutos. En el teléfono móvil hago muchos apuntes y escribo columnas, algún reportaje y las intervenciones que hago en la radio. No soy de inspiración ni de musas, no se me enciende una luz y tengo que ir corriendo a alguna parte; cuanto más tiempo paso delante del ordenador, más tecleo y cuanto más tecleo, más se me ocurren cosas.

– Levantarse a las seis de la mañana es raro en un periodista.

– Soy de extremos, o me acuesto a las seis o me levanto a las seis. Si consigo cuatro días de paz, me puedo levantar a esa hora; cuando tengo esa vida ordenada, como a las 12 o 12:30, duermo la siesta y tengo la tarde para mí. Con la edad tienes más días de madrugones y menos de trasnochar, aunque me gusta mucho vivir de noche, y las cosas que escribo las he vivido, escuchado o hablado de noche.

"Los primeros meses tras una ruptura traumática son dolorosísimos, no sabes nada de esa persona con la que compartías tu vida. Es lo más parecido a la muerte"

– ¿Qué lugar ocupa en su vida el periodismo y cuál la literatura?

– Me divierte mucho la literatura porque no tengo ni la seguridad, ni la madurez, ni la experiencia que tengo con el periodismo. Cada vez que escribo un libro estoy en estado de pánico porque no tengo ni puñetera idea de si esta bien o mal; en periódicos llevo 25 años y sé perfectamente cuándo un reportaje puede dar más o una entrevista es buena, cuando una columna la he hecho porque tenía que salir mañana y cuando la he hecho después de dos días dándole vueltas y trabajándola bien. No dejaré nunca mi pasión, el periodismo tiene esa adrenalina que no he sentido nunca cuando escribo una novela, esa sensación de tener que escribir algo a contrarreloj no la quiero perder nunca en mi vida. La novela me gusta porque de repente soy como ese periodista de 22 años que no tiene ni puta idea de lo que está haciendo y está muy pendiente de la respuesta, del retorno. He empezado a escribir novelas, como quien dice, con 40 años, con lo cual soy un inseguro, no tengo esa autoridad de decir esta novela es buena, no lo sé hasta que empiezo a leer críticas y opiniones de lectores.

– Viaja a las años 90 y se reencuentra con canciones que le gustaban, como las de Juan Luis Guerra, ¿qué otras evocaría?

– Hay canciones que me gustan, que inspiraron la novela y no han podido salir en ella porque no existían en esa época: “Casamurada”, de Juno, el dúo de Zahara y Martí Perarnau , y “En el alambre”, la reciente de Iván Ferreiro. De hecho hay una línea que alude a esa canción: “si vivir es un alambre, el resto es esperar”. “La bilirrubina” es la canción favorita de una de mis mejores amigas y me gustó incluirla porque es muy probable que en aquella época yo me enamorara de alguien mientras sonaba esa canción.

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