Bienvenido al infierno

Antonio Scurati narra, en la tercera entrega de la biografía de Mussolini, los años decisivos en los que el Duce se une a la locura de la guerra mundial desatada por Hitler

Uno de los encuentros entre Hitler y Mussolini.

Uno de los encuentros entre Hitler y Mussolini. / FDV

El tercer volumen de la gran biografía novelada de Benito Mussolini escrita por Antonio Scurati, titulada M. Los últimos días de Europa (Alfaguara), recorre los años decisivos que van de 1938 a 1940, en los que el Duce del fascismo, fascinado por la figura y los planes de Adolf Hitler, termina uniéndose a la locura de la guerra mundial desatada por el Führer. Siendo consciente, además, de la oposición de gran parte de la sociedad italiana a que su país entrase en un conflicto que ponía en riesgo no sólo su imperio colonial sino su propia existencia como Estado. Mussolini basaba su decisión respecto a la guerra sobre la certeza de la victoria alemana, falseando la voluntad popular: “el pueblo italiano está impaciente por ponerse del lado del pueblo alemán en la lucha contra sus enemigos comunes”, escribía Mussolini a Hitler el 30 de mayo de 1940.

Tampoco hizo caso de los informes de sus militares que advertían de la muy precaria situación del ejército italiano, que no estaba preparado ni siquiera para iniciar las operaciones de una guerra. Rechazó los intentos diplomáticos del Presidente del Gobierno francés, de Roosevelt, de Churchill e incluso del Papa para que no participase en la guerra de Hitler. La ambición de Mussolini para erigirse en líder de una potencia mundial, convencido de la victoria nazi, pudo más que la conciencia de una realidad que aconsejaba marcar distancias (“los alemanes la ganarán, y los italianos, con ellos”, decía sobre la guerra).

Durante aquellos años, antes de entrar en la guerra, fueron muy frecuentes los encuentros entre los dos líderes de los totalitarismos nazi y fascista, en una larga operación en la que Hitler iba tejiendo las redes que terminarían seduciendo a Mussolini. En el de 1938 en Roma, para impresionar al Duce, Hitler se hizo acompañar de su Estado Mayor: Goebbels, Rudolf Hess, Himmler, Hans Frank… con la intención de que se firmara un pacto militar entre Alemania e Italia. Entre los objetivos que se manejaron para convencer a Mussolini estaba la amenaza, según Hitler, de que los comunistas querían destruir todo el arte italiano. Italia y Alemania firmaron entonces un pacto militar según el cual “si una de las partes se viera inmersa en un conflicto de carácter defensivo u ofensivo, la otra parte actuará inmediatamente como aliado, con todas sus fuerzas militares por tierra, mar y aire”. Aunque una cláusula obligaba a consultar preventivamente a Roma antes de cualquier maniobra, Hitler decidió invadir Checoslovaquia y Polonia sin informar a su aliado, pese a lo cual Mussolini decidió no sólo respetar el Tratado firmado con Hitler sino también aprobar el pacto de Alemania con Rusia (Ribbentrop-Molotov) para repartirse Polonia, aunque uno de los principios irrenunciables de Mussolini fuera el de luchar contra el comunismo. Para convencerlo, Hitler le aseguró que ni Francia ni Inglaterra iban a reaccionar. Se equivocaba: el 3 de septiembre de 1939 ambos países declararon la guerra a Alemania.

El siguiente objetivo de Hitler fue convencer a Mussolini de que Italia formase con Alemania un Eje en la guerra que acababa de declararse. En 1940, en una nueva reunión entre ambos, el líder nazi presentó un ultimátum: “El Führer no ha bajado al paso del Brennero para realizar ninguna clase de solicitud a su aliado, sino para conocer directamente de boca del Duce la fecha de su entrada en guerra” (p.346). Las invasiones victoriosas de Bélgica y Holanda decidieron a Mussolini a entrar por fin en la guerra junto a Alemania. El 10 de junio de 1940 Mussolini anunciaba la declaración de guerra en un discurso voceado desde el balcón del Palacio de Venecia ante una multitud entre exaltada y reticente (“ninguna mujer ha aplaudido”, recogía el informe secreto de un agente a la Dirección General de Seguridad Pública).

Antisemitismo fascista

Otro de los aspectos sobresalientes que se tratan aquí fue el de la persecución de los judíos en Italia y las expresas manifestaciones racistas de Mussolini para congraciarse con el Führer. El Gran Consejo del Fascismo aprobó la legislación antisemita más dura de las que había en vigor en todo el mundo, incluida la de la Alemania nazi, y el Parlamento aprobó esas leyes racistas con el 100 % de los votos. La persecución a los judíos provocó suicidios como el del editor Angelo Fortunato Formiggini y el exilio de personajes como Margherita Sarfatti, antigua amante y biógrafa del Duce. Para convencer a la población, Mussolini aseguraba que eran los judíos quienes dirigían el antifascismo internacional. Muchos fueron destituidos de sus cargos, incluso los más fieles a Mussolini, como Renzo Ravenna, podestà fascista de Ferrara durante 12 años.

Más que la de Mussolini, la figura que se alza como protagonista en esta tercera entrega es la de su ministro de Asuntos Exteriores, Galeazzo Ciano, conde de Cortellazzo y yerno de Mussolini, casado con la hija primogénita y predilecta del Duce, mujer controvertida, amante de los juegos de azar, el alcohol y las infidelidades conyugales. Fiel a Mussolini pero consciente de los engaños de Hitler y del incumplimiento de los tratados firmados entre los dos líderes, Ciano fue incapaz de llevar hasta el final sus reticencias ante los excesos perpetrados por Alemania con la anexión de Austria y las invasiones de Checoslovaquia, Polonia, Dinamarca y Noruega. Y además era contrario a la entrada de Italia en la guerra. Había confesado a su amigo el periodista Giuseppe Botai: “El pueblo italiano no quiere esta guerra. No la siente suya. No cree en ella”. Pero al mismo tiempo Ciano fue el promotor de iniciativas como la invasión de Albania y la reivindicación de posesiones francesas en Túnez, Córcega y Yibuti.

En estos momentos en los que en Europa se vive una nueva guerra de invasión de un estado libre por una potencia militar, no son pocas las coincidencias que el lector advierte en esta biografía de Mussolini. Así, también en los documentales de la cinematográfica Luce, Mussolini (como Putin) se exhibía ante sus seguidores con el torso desnudo para demostrar su fortaleza física. Y, como en Ucrania, también Hitler utilizó como excusa para justificar la invasión de Checoslovaquia que en ese país se torturaba a la población de habla alemana. El Tratado militar entre Italia y Alemania previo a la guerra recuerda al de Rusia y China en vísperas de la invasión de Ucrania.

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