Ser zapatero, un oficio de vanguardia

Para adaptarse a los nuevos tiempos, estos profesionales han tenido que aprender a trabajar con nuevas técnicas, estudiando los materiales que emplea a capricho la industria textil

Marcelo Rodríguez, en su taller de A Coruña.

Marcelo Rodríguez, en su taller de A Coruña. / Iago Lopez

No es ningún secreto que los oficios tradicionales están en declive y que la artesanía a modo de profesión es una opción para pensarse dos veces. Que consumimos ropa y calzado al vertiginoso ritmo de la industria, exponencialmente más alto que hace 20 años, tampoco es un misterio. Sin embargo, entre esas profesiones “de siempre” algunas perviven firmes, porque son necesarias y porque todavía no hay inteligencia artificial que pueda examinar y dar la mejor respuesta personalizada.

Los zapateros son uno de esos gremios que no desaparece, pero sí que se ha visto damnificado por el fast fashion, la pérdida de calidad del producto (a veces compensa más tirar que arreglar) y la dificultad que los profesionales encuentran para formarse en el uso de los nuevos materiales.

Tanto es así, que desde la Asociación Galega de Artesáns do Calzado (AGAC) estiman que en los últimos 20 años podrían haber cerrado un 30% de los negocios que había en Galicia antaño.

Los que sobrevivieron tuvieron que adaptarse a los nuevos tiempos. Lucía Gregorio, tesorera del colectivo de zapateros, explica que hace una década la mayoría de suelas y otras partes del producto eran de goma, “ahora vemos sobre todo poliuretanos mezclados con otras cosas que tenemos que distinguir para saber cómo proceder a reparar”.

“Si mi padre tuviese que ponerse al frente del negocio hoy en día, no sabría arreglar ni la mitad de los pedidos”, apunta Marcelo Rodríguez, un aclamado restaurador de calzado en A Coruña.

Y es que la clientela no son solo personas de edades más avanzadas, que acuden simplemente a cambiar las tapas, sino que cada vez hay más interés por parte de la gente joven en cuidar sus deportivas o sus prendas de marcas y casas de moda, aquellos zapatos que entran en el llamado “lujo asequible”, en el que los millenials y centennials muestran cada vez más interés.

Otro campo en el que también son asiduos los jóvenes es el mundo deportivo y de la automoción. “Algunas marcas están empezando a impartir sus propios cursos para que sepamos como arreglar sus propuestas”, indica Gregorio.

En Galicia hay incluso un especialista en pies de gato, el calzado que visten los escaladores. Todo lo nuevo conlleva actualización.

Para ser zapatero, ¿qué hago?

Para aprender a arreglar calzado hay dos vías. En Galicia solo existe una FP en la que estudiar la profesión, un grado medio en un instituto de Monforte de Lemos. También existe la posibilidad de estudiar “diseño” en A Coruña, más orientado hacia el patronaje y la creación de estas prendas.

Sin embargo, los propios profesionales, sugieren la posibilidad de aprender de forma clásica, a modo gremio: buscando un maestro que comparta su conocimiento.

En cualquier caso, una de las obligaciones de aquel que quiera dedicarse al arreglo de zapatos es no desactualizarse, formarse constantemente -como pueda- en lo que llega y en lo que vendrá para estar preparado y no perder clientela.

Para ello, los trabajadores del sector contactan entre ellos y se desplazan -a donde haga falta- para compartir lo que saben.

Es el caso del mencionado Marcelo Rodríguez, que el pasado fin de año creó los zapatos que vistió Cristina Pedroche durante las campanadas. “He viajado a Milán y a Berlín para aprender. También me he codeado con otros trabajadores. Además impartí algunos cursos de pegamentos porque hace seis o siete años se usaba loctite y ahora se hace una imprimación y se emplea un adhesivo acorde al material”, señala. Este profesional lleva desde los 13 años aprendiendo el oficio, heredado de su padre.

En Galicia hay pocos expertos en la restauración de calzado contemporáneo como Rodríguez, pese a que en buena medida todos los que tienen un negocio se han tenido que ir adaptando.

“Cada vez vemos máis desexo de customizar, peticións de teñidos ou adaptación de deportivas. É unha tendencia que sobre todo vese nas cidades, ao rural aínda non acaba de chegar”, apunta el presidente de AGAC, Sandro Sordo. Para él, la labor de restaurar es en ocasiones fundamental porque puede incluso mejorar las características originales de la prenda: “Deixámolos mellor que cando viñan de fábrica”, apunta.

“Hay personas interesadas en la calidad, que no son las mismas que las interesadas en el logotipo”, apunta Rodríguez. El coruñés explica que marcas como Dior colocan su logo más grande y visible en sus prendas de precios más bajos, mientras que las más exclusivas lo tienen más escondido.

“A mí me gustan mucho las zapatillas deportivas, las hacemos y restauramos, pero vemos que lo que realmente tira es el logotipo”, lamenta Rodríguez.

“Un zapato de 80 euros es muy barato. Hoy se hacen como churros y con materiales baratos. La calidad, aunque no está al alcance de todo el mundo, hay que pagarla”, indica Rodríguez. 

La falta de relevo mermó la continuidad del 30% de negocios

Faltan jóvenes que quieran ser zapateros o adultos que se quieran reinventar y dedicarse a la reparación de calzado. Trabajo hay, pero escasean las manos. Claro que también hacen falta camioneros, panaderos, camareros y una larga lista de profesionales que ocupen puestos de difícil cobertura.

Sin embargo, en este caso hay un matiz: pocas profesiones hay ya con tan poca oferta de formación (un único ciclo). La ausencia de interés en esta profesión es, según la Asociación Galega de Artesáns do Calzado, la principal razón del cierre de los negocios.

Además, la falta de interés también viene dada porque “es un trabajo al que hay que echarle muchas horas y cada vez es más complicado, sobre todo en casos de conciliación familiar y demás”, indica Lucía Gregorio.

Antonio Méndez, con unas Adidas en reparación.

Antonio Méndez, con unas Adidas en reparación. / P.C.

Méndez, el restaurador sordo que arregla de todo

Hay un pequeño negocio ubicado en el número 16 de la calle Carral de Vigo en el que cuando entras se enciende una bombilla. Antonio Méndez, su propietario, alza la cabeza por el destello y se dirige sonriente al mostrador.

Es sordo, pero lleva tantos años en la profesión que con una mirada ya conoce el diagnóstico del zapato antes de que se lo mencione el cliente. Sus consumidores son fieles a sus arreglos y entran y salen con confianza, sin prisa.

Otros zapateros de Vigo apuntan a Méndez cuando se les pregunta por un especialista en todo tipo de materiales en la ciudad, un restaurador que lo tenga todo controlado. Él es la referencia a tener en cuenta.

Aún sin conocer la lengua de signos, no es difícil comunicarse con Antonio. Con su entrenada paciencia y unos pocos gestos improvisados, en este periódico nos pusimos de acuerdo para mantener una conversación. El zapatero llamó a su hija Carla, que también es sorda, y ella hizo de intérprete, transmitiendo sus respuestas por escrito.

La carrera de este profesional comenzó en 1988. Aprendió en una empresa pero no tardó en montar la suya propia: en el 95 se convertía en su propio jefe. Compartió su experiencia con Emilio Novegil, otro zapatero sordo que también abrió su negocio en la urbe.

Explica que sus clientes son de todo tipo, aunque destaca que su ubicación, en plena calle Carral, atrae sobre todo a personas de clase acomodada y celebra que apoyen el comercio local.

En cuanto a su público más joven advierte cierto desconocimiento: “Siento que no saben que existe una reparación de calzado y que se puede dejar un zapato completamente nuevo y reutilizarlo”. Aún así, en su taller son bienvenidos todos: los clásicos y las vanguardias, caras o baratas. 

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