Larga vida a la gente del mar

Con solo 18 años, el gallego Yago Otero se lanzará a la pesca junto a su padre en un barco que ultiman

Se llama Noliko en honor a su abuelo, del que heredan el oficio

Yago (i.), Manuel (c.) y Manolo (d.), las tres generaciones de pescadores de la familia Otero, en O Berbés

Yago (i.), Manuel (c.) y Manolo (d.), las tres generaciones de pescadores de la familia Otero, en O Berbés / Marta G. Brea

La hambruna que dejó en herencia la guerra civil española vio nacer y crecer a una generación que los jóvenes de hoy nunca deberán olvidar. Mujeres y hombres fuertes. Abuelas y abuelos ya, como Manuel Otero, que en 1942 se echó a la mar para ganarse el pan. “‘Lo vamos a llevar para pruebas’, le dijeron a mi madre. Y las pruebas fueron desde los 9 años hasta los 64. Nunca quedé en tierra”, recuerda emocionado ahora, con 91, al ver cómo su nieto de 18 sigue su rumbo. La pesca se lleva en la sangre, aunque la pesca sangre, y sin duda es motivo de orgullo. Sobre todo cuando el barco en el que faenará Yago lleva su apodo. Un homenaje.

El Noliko puede parecer un pesquerito como otro cualquiera. Como estos que van a lo que sea, de reducidas dimensiones, que duermen a la orilla de la ciudad olívica por las tardes tras pegarse su buen madrugón rutinario. Pero es una nave especial por varias razones, entre ellas por la situación en la que se encuentra una actividad que ha ido perdiendo presencia a lo largo de las últimas décadas. Asfixiada por las políticas de Europa, que han restringido sus posibilidades, así como la escasa rentabilidad de la flota. Por la caída del consumo del pescado y el bum de costes que trajo consigo la inflación.

Pero eso no parece importarle tanto a Yago, al menos no lo suficiente como para rechazar el camino que emprendió su padre, Manolo. Los mismos pasos que en su día dio Manuel en sus primeros barcos. Y es esa la segunda cualidad que hace al Noliko tan valioso. Que más allá de que cada vez queden menos buques y menos gente que vaya al mar, todavía hay valientes que lo hacen. En este caso la tercera generación de una familia que asienta sus raíces sobre la parroquia de Santa Cristina de Cobres (Vilaboa), donde la tradición pesquera aún es el sustento de más de un vecino.

De la pesca, de la riqueza que genera y de la que se nutren tantos concellos no solo de la provincia, sino de Galicia y España, espera poder vivir también el Noliko, que estos días ha estado ultimando su puesta a punto para zarpar cuanto antes. Es el más joven, si hubiese un árbol genealógico de embarcaciones, de los Otero. Ya lo han reparado e incluso pintado a mano, al igual que hicieron con todos aquellos que fueron cayendo en sus manos.

Desde el Nova Concha –uno a remos que tuvo Manuel tras dejar los “cerqueros de fuera” en los que trabajó durante su niñez, cuando ahorró lo suficiente para juntarse con su cuñado y lanzarse a la aventura– hasta el Magú –bautizado con el nombre de Manolo y su mujer, Guadalupe– han pasado una decena de barcos entre los que están el Déixao Estar, el Nuevo Sirena, el Nuevo Cesantes o el Perdóname, cada uno con su peculiar historia. “Empezamos a andar a la mar con un barquito sin motor, después compramos uno pequeño, después un motor más grande, después otro un poquito más grande… Y así fue la vida”, cuenta Manuel. “Fuimos poquito a poco. Hay algunos que igual suben a mercantes ya. Nosotros todavía no, pero seguimos trabajando duro”, bromea a su modo Manolo.

Vigo (Puerto del Berbés). Tres generaciones de marineros o pescadores con su barco Noliko: Manuel (abuelo), Manolo (padre), y Yago (hijo)

Yago Otero con su abuelo Manuel y su padre Manolo, al lado del barco familiar. / Marta G. Brea

Para Yago, tanto su abuelo como su padre son referentes. Los idolatra. “Se han merecido siempre que les fuese mucho mejor en la pesca, después de todo lo que han hecho”, matiza. Confiesa que le picó la curiosidad del oficio y un día pidió si podía ir a faenar; fue una noche de verano y le “encantó”. “Madrugas, son muchas horas, te cambia el horario del sueño… Al fin y al cabo por la noche estás despierto”, admite. Pero merece la pena.

“Cada día es una vida distinta. A mí me parece precioso y a mi hijo también”, dice Manolo. “Pienso que le gusta porque es diferente. No es como estar en una oficina, que estás todos los días encerrado”, añade. Pese a reconocer que en ocasiones le tira para atrás el hecho de que la pesca que Yago hereda no es la misma que él descubrió, y tampoco la de su abuelo Manuel, no reniega de la realidad que representa el sector para su familia: “Todo lo que tenemos es gracias al mar”.

“Probé a ir una noche de verano y me encantó”

Yago Otero

— Hijo y nieto

Yago, por su parte, tiene claro que se sacará el título de patrón y probará suerte. Al menos lo intentará, y quién sabe si algún día será el relevo de su padre, como él lo fue del suyo. Lo que es evidente es que el relevo es una de las materias pendientes de esta actividad, elemental para garantizar la soberanía alimentaria en tiempos donde la competencia de la flota ha menguado en detrimento de las importaciones procedentes de terceros países, a los que no se exige ni una décima parte de las restricciones que aquí se llevan encadenando año tras año. El relevo es una necesidad para la cual urge dar respuesta desde las administraciones públicas, con planes para incentivar a los jóvenes, españoles y gallegos, más allá de atraer mano de obra extranjera. Para que chicos como Yago no pierdan su vocación por precariedad.

Falta ese soporte que sí se le da en casa: “Nosotros lo apoyamos”.

Suscríbete para seguir leyendo