Cerrado, aplazado, suspendido, cancelado… Son palabras que han acompañado a los gallegos desde mediados de marzo, cuando se decretó el primer estado de alarma y empezó el confinamiento para frenar la escalada del coronavirus. Desde entonces han vivido pendientes de lo que podían y no podían hacer. Del BOE o del DOG de turno que les dijese qué estaba permitido y qué no. Como si fuesen atados a una correa extensible y les fuesen dando más o menos cuerda según las circunstancias. Se han acostumbrado a sonreír detrás de una mascarilla, a empaparse las manos con gel hidroalcohólico y a saludar a sus seres queridos desde la fría distancia de seguridad. En ocho meses los gallegos se han acostumbrado a un modo de vida que, en enero, cuando le deseaban a todos un “feliz 2020”, ni se les pasaba por la cabeza.

El Covid-19, con el distanciamiento social y la reducción de la movilidad que ha traído consigo, lo ha trastocado todo. Todo empezó con el #QuédateEnCasa. Mes y medio de encierro domiciliario a la espera de que se suavizasen las cifras de contagios y fallecidos por culpa del virus. Los días más difíciles desde que estalló la pandemia. Pero en marzo Galicia y el resto del país comenzaron a andar el camino desde la ‘fase 0’ hasta la ‘nueva normalidad’. Una normalidad que nunca fue tal y que ha dejado en el tintero miles y miles de planes.

Los gallegos se han acostumbrado a sonreír detrás de una mascarilla, a empaparse las manos con gel hidroalcohólico y a saludar a sus seres queridos desde la fría distancia"

Una de las cosas que más han echado en falta los gallegos son las reuniones. Pero las reuniones a la vieja usanza. Sin mascarilla, sin distancia social y sin contar cuántas personas están o dejan de estar. Ya fuese en domicilios familiares o en la castigada hostelería, este 2020 los gallegos no han podido abrazar ni besar a sus allegados, celebrar una comida sin vigilar la distancia de seguridad, compartir un plato de pulpo ‘á feira’ o festejar un cumpleaños sin miedo a contaminar la tarta al soplar las velas.

Galicia se ha quedado sin sus fiestas y sin sus verbenas. También sin sus bailes en las discotecas. Este 2020 no ha habido Reconquista en Vigo, ni Feira Franca en Pontevedra o Festa da Istoria en Ribadavia. Tampoco los fuegos artificiales de Bouzas. Nadie -o casi nadie- se ha divertido al ritmo de las orquestas en verano y los festivales de música han quedado diluidos como el resto de actividades culturales. El año que los gallegos iban a poder disfrutar en directo de los grandes conciertos de Sting (Vigo), Bad Bunny (Santiago) o System of a Down (Viveiro) tuvieron que adaptarse a las actuaciones más intimistas como las del festival TerraCeo en el Mar de Vigo o las clásicas del Náutico de San Vicente de O Grove.

Esta es tierra de fe y devoción. De costumbres centenarias que por primera vez se han cancelado. El primer confinamiento dejó a Galicia sin Semana Santa y las medidas posteriores impidieron las grandes romerías y procesiones. El Cristo de la Victoria de Vigo salió este 2020 en procesión virtual a través de Youtube. Los actos del día de Galicia se centraron en pedir unidad frente a la pandemia, las fiestas de la Peregrina, en Pontevedra, se celebraron con un ojo en los protocolos de seguridad y otro en la Virgen. Los cementerios se quedaron semivacíos el Día de Todos los Santos. El Entroido se salvó de la pandemia, no así los Maios, las hogueras de San Juan, los curros, los magostos o Samhaín. La Navidad, por otra parte, está en el aire a la espera de que la situación epidemiológica vuelva a mejorar en la comunidad.

Los viajes también se quedaron en pausa y ahora vuelven a estarlo. Primero fue el confinamiento, hoy es el cierre perimetral de las grandes urbes de la región. Más de la mitad de los gallegos no puede salir de sus municipios sin una causa justificada. Se suspendieron las excursiones o las escapadas de fin de semana. Solo se abrió la mano durante los meses de verano y el principio del otoño. La gente pudo viajar, pero tuvo que configurar una hoja de ruta pendiente de la incidencia del Covid-19 en su lugar de destino o de las posibles cuarentenas que tuviesen que pasar. Los turistas también pudieron visitar Galicia, siempre y cuando comunicasen a la Xunta su ubicación y el tiempo de estancia.

"Ya no hay pachangas, ni partidos de 'jubiletas' los domingos y tampoco carreras populares"

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Tampoco se ha podido hacer deporte con libertad. Se permite hacer ejercicio de manera individual, sin contacto físico y con mascarilla. Ya no hay pachangas, ni partidos de ‘jubiletas’ los domingos, ni las multitudinarias carreras populares. Porque la pandemia ha dejado solos a los ‘runners’. Este año se quedaron sin la Vig-Bay, sin la media maratón de San Martiño y casi seguro se quedarán sin las carreras de San Silvestre cuando termine diciembre. Un año en blanco para los amantes de estas pruebas populares que cada fin de semana empujaban a miles de gallegos a calzarse las zapatillas y salir a correr.

NO TODO ESTÁ PERDIDO

Entre restricción y restricción han quedado vías para la ilusión. Porque, aunque haya toque de queda, confinamiento perimetral de las ciudades, cierre de la hostelería y la prohibición de reuniones entre no convivientes, todavía se pueden hacer un buen puñado de actividades.

La gran diferencia respecto al primer estado de alarma es la ausencia de confinamiento domiciliario. Los gallegos pueden salir para pasear, para ir de compras, para hacer deporte, para ir al cine o el teatro o asistir misa. Un vigués no podrá ir a Cangas, Baiona o Ponteareas; pero si puede organizar andainas por las sendas forestales de los alrededores o por las playas de Vigo, Nigrán y Redondela.