Fiel a la cita dominical con FARO que he mantenido durante los últimos doce años, estas páginas acogerán mañana el broche final a De Vuelta y Media, tal y como anuncié durante la presentación de “Pontevedra, ciudad encantada”, cuarto volumen recopilatorio de estas crónicas pontevedresas.

Cuando el 7 de noviembre de 2010 inicié una colaboración que se hizo muy querida, jamás imaginé que podría extenderse tanto tiempo. Probablemente el secreto de esa longevidad radique en su cálida acogida por unos entusiastas lectores que impulsaron su publicación, domingo tras domingo.

Una multiplicación simple sobre esa periodicidad arroja una cifra superior a las 600 crónicas, una cifra que me produce cierto vértigo. En suma, una labor titánica por la incontable cantidad de horas empleadas en su minuciosa elaboración, casi siempre combinando el dato documentado con el testimonio personal, o sea casando el rigor con la amenidad.

Dos poderosas razones están detrás de esta sentida despedida: el cansancio acumulado y, sobre todo, el pago de una deuda conmigo mismo que arrastro desde hace mucho tiempo.

Mi curiosidad sobre la intrahistoria de Pontevedra entre finales del siglo XIX y finales del siglo XX, con tantas vicisitudes poco conocidas, se encuentra razonablemente satisfecha. No en su totalidad, pero sí en buena medida. Ahí queda el testigo para quien desee afrontar un reto endemoniado.

Pero también está “La Diputación de La Sota. Pontevedra 1923-1930”, título del libro que he empezado a escribir en varias ocasiones y que no he conseguido encaminar siquiera pese a mis notables impulsos. Las fuerzas no son las mismas después de medio siglo de periodismo sobre unas maltrechas espaldas. Pero soy de los que creen, exageradamente hablando, que cuando tienes un buen título, ya tienes medio camino andado. Ojalá sea sí.

Cuantos me conocen y tratan, saben de mí querencia hacia Daniel de la Sota Valdecilla. Él es el protagonista de esa historia, pero el marco de actuación transcurre en toda la década de los años 20. Entonces Pontevedra se ganó el título de “la Atenas gallega”. Esa época merece la pena contarla bien y eso voy a tratar de hacer a partir de ahora.

Como nobleza obliga, no tengo otro remedio que repartir un sincero reconocimiento entre quienes me ayudaron tanto a escribir estas crónicas con sus orientaciones, sus documentos, sus recuerdos, sus sugerencias o sus fotografías. También mi enorme gratitud a los asiduos lectores, que me animaron siempre para no desfallecer en esta compleja tarea. Y por supuesto, mi agradecimiento más cariñoso a Juan Carlos da Silva, entonces director de FARO y ahora subdirector general para Galicia de Prensa Ibérica, por creer tanto en mí y dejarme hacer con entera libertad. A todos gracias y hasta siempre.