Cientos de pontevedreses o acaso miles que nacieron entre 1927 y 1951, tuvieron una circunstancia en común: que vinieron al mundo con la atención y el cuidado de Marta Francisca Petris Laplace. Obviamente, muchos de ellos viven todavía, pero quizá nunca oyeron el nombre de esta comadrona que tuvo mucho de ángel de la guarda, tanto para los bebés como para sus madres.

Marta Petris fue la primera comadrona -ella prefería la denominación de profesora de partos- de formación universitaria que trabajó en esta ciudad a lo largo de aquellos veinticinco años. Un fallecimiento prematuro truncó dolorosamente su impagable labor asistencial.

Un testimonio verbal de la familia Riestra acredita que una tía suya, Celia Petris, trabajó en su casa como una especie de institutriz y profesora de francés. Luego, se hizo telefonista y vivió en un ático. cedido por los Riestra en Michelena 30. A través de Celia llegaría bajo su custodia Marta a Pontevedra desde su Francia natal, cuando era una jovencita cuyo rostro guardaba un notable parecido con la actriz Bette Davis por sus llamativos ojos saltones.

Su boda en San Bartolomé con Félix Martínez Tiscar el 24 de julio de 1920, corroboraba esa relación con la familia Riestra. La madrina de Marta no fue otra que Isidora Peinador, mientras que su marido, Vicente Riestra, firmó como testigo del enlace matrimonial. Además, el novio trabajaba como empleado de la Banca Riestra; poco después pasó a representante de la Caja Regional Gallega de Previsión y luego se integró en el Instituto Nacional de Previsión. La primera hija del matrimonio se llamó Isidora en deferencia a su madrina.

Ya casada, obtuvo su titulación de la Facultad de Medicina de Santiago a mediados de 1927 tras cursar la carrera “con gran aprovechamiento”. “Marta Petris. Profesora de partos. Riestra 44-1º”. Así rezaba el anuncio recuadrado que publicó en FARO para ofrecer sus servicios cuando empezó a trabajar.

El tocólogo Luís Sobrino Buhigas resultó clave en su vida profesional. Desde abril de 1928, Marta realizó prácticas gratuitas bajo su dirección en el Hospital, aún dependiente del Ayuntamiento. A partir del año siguiente obtuvo su nombramiento como comadrona del Gran Hospital, la nueva denominación tras su traspaso a la Diputación, con una asignación anual de 1.500 pesetas. Desde entonces hasta su muerte, allí trabajó al lado del prestigioso médico, con quien mantuvo una relación fraternal.

Marta estuvo en el lugar adecuado, pero también en el momento oportuno, porque la Dictadura de Primo de Rivera promovió en su especialidad un gran avance en España; sobre todo, con la creación de un servicio municipal gratuito para todas las embarazadas, y con el Seguro Obligatorio de Maternidad, que incluyó una retribución por baja para la mujer trabajadora.

Ese clima social favorable amparó la fundación de diversos colegios profesionales, entre ellos el Colegio de Practicantes de Pontevedra, de ámbito provincial, a finales de 1929. La institución se abrió a las matronas desde el primer momento y Marta fue la única mujer que formó parte como vocal de la primera directiva integrada por siete miembros.

Al igual que en tantos hogares, la Guerra Civil causó un gran dolor en el seno familiar de Marta. Un hermano de su marido, Alberto Martínez Tiscar, protagonizó uno de los casos más incomprensibles entre los “paseados” en esta ciudad durante los primeros meses del estallido bélico. Su cadáver apareció flotando en aguas de Bueu 40 días después de su detención.

Abogado respetado, secretario del consejo de administración del Tranvía Eléctrico de Pontevedra y de la Junta Provincial de Beneficencia, así como concejal del Ayuntamiento por adscripción monárquica y delegado gubernativo, el cuñado de Marta respondía al cliché de hombre libre de toda sospecha, también por vinculación familiar. Su mujer, Vicenta, era hermana del ex alcalde Remigio Hevia Marina, y su hermano Félix -marido de Marta- fue un falangista de primera hora, aunque sin ninguna significación.

El marido de Marta removió tierra y cielo para conocer la verdad sobre el asesinato de su hermano y reclamar la detención de los culpables. Pero la causa judicial abierta tras la Guerra Civil resultó un fiasco total y no dictó condena alguna. Félix Martínez Tiscar vivió con esa pena durante el resto de su vida y parece que hizo mella en su relación con Marta. Nada volvió a ser igual.

Como no podía ser de otra manera -aunque cualquier sabe, visto lo visto-Marta resultó exenta del temido expediente de responsabilidad política y social que afectó a los funcionarios públicos una vez finalizada la contienda bélica. Su condición de “persona de buena conducta moral, pública y social” no ofreció la menor duda entre el personal del Hospital y la Diputación.

A lo largo de toda la década de los años 40, Marta Petris compaginó su trabajo público en el Hospital con su consulta privada, atendiendo a infinidad de mujeres durante su embarazo, parto y postparto.

Con Enrique Marescot al frente del Hospital, Marta formó parte del equipo médico básico que integraron el tocólogo Luís Sobrino, el tisiólogo Carlos García Cabezas, el odontólogo Luís Fontaiña Serrapìo, el médico de sala Evaristo Vázquez Lescaille y tres médicos de guardia, José García Pintos, Juan Pérez Cayo y José Lorenzo Carmuega. Con todos compartió una actividad asistencial primaria de gran valor social.

Una mujer vestida con uniforme blanco e impoluto de enfermera, cofia y capa azul, y distintivo de la cruz roja, sin separarse nunca de su bicicleta blanca con su redecilla característica sobre la rueda trasera y sin barra central para montar con falda sin problema, desplazándose de un lado para otro, no solo por el casco urbano, sino también por las parroquias más cercanas. Esa era Marta Petris, adorada por los niños a quienes no dejaba de sorprender su atuendo, y también admirada y respetada por los mayores.

El matrimonio Martínez-Petris vivió con sus hijos Isidora y Felitos en la casa levantada por el constructor Lisardo Álvarez López en el número 13 de la calle González Besada -que todavía sigue en pie-, con cuya familia mantuvieron una relación fraternal. Felitos no se separaba de Elena en su infancia.

Marta sufrió en 1946 una delicada intervención quirúrgica en la clínica compostelana del doctor Ángel Jorge Echeverri, que superó sin ninguna secuela, y pudo continuar su labor asistencial montada en su inseparable bicicleta.

Si Félix nunca superó el vil asesinato de su hermano Alberto, tras el fallecimiento prematuro de su esposa no levantó cabeza y se convirtió en un hombre triste y solitario, que enterró las penas en su gran finca de A Seca.

La incorporación de Marta Petris Laplace al callejero feminista pontevedrés no sería más que un acto de justicia a una gran mujer que dejó una huella tangible en esta ciudad.

Una muerte súbita y un entierro multitudinario

El día 8 de febrero de 1951, cuando Marta Petris bajaba pedaleando su bicicleta por la calle Real para realizar algún servicio domiciliario como hacía cotidianamente, de pronto se sintió indispuesta a la altura de la farmacia de Carlos Gastañaduy Ozores. Apenas tuvo tiempo de parar y bajar de la bicicleta, porque inmediatamente sufrió un desvanecimiento. Auxiliada por varios transeúntes fue introducida en la citada farmacia, pero no hubo tiempo para reclamar una ambulancia. Allí expiró ante la desolación de todos los presentes, según la versión de lo sucedido que corrió de boca en boca por toda la ciudad. Lo cierto y verdad también fue que la prensa de la época no publicó una sola línea sobre la muerte de Marta Petris en las secciones de sucesos, sino en las necrológicas. Todas hablaron de una “rápida dolencia”, seguramente porque se pasó por alto la perceptiva autopsia para no prolongar el dolor familiar. “La finada gozaba de general estimación en Pontevedra por su gran bondad, afable trato y generosos sentimientos. En su profesión tenía un bien cimentado prestigio, no tan solo en Pontevedra, sino también en otras localidades cercanas…” Esto escribió en una emotiva gacetilla el corresponsal de FARO, Benigno de la Torre, conocido por Tono. Aunque aquellas inefables necrológicas no siempre resultaban palmarias porque respondían a un modelo previamente determinado y a precio tasado, si hicieron justicia a Marta Petris. Ella casi fue una institución de esta ciudad en su tiempo. La iglesia parroquial de San Bartolomé se quedó pequeña para acoger “la gran manifestación de duelo popular” que constituyó su solemne funeral. Personas de toda clase y condición acudieron a darle su último adiós. Finalizada la ceremonia religiosa se formó el cortejo fúnebre que acompañó el cadáver, cuya identificación por FARO resultó harto expresiva: “En primera fila, presidido el duelo el rector de Santa María, Jesús Mansilla; el hermano político de la finada, José Martínez Tiscar; el catedrático de Anatomía de la Universidad de Santiago, doctor Echeverri; el director del Hospital Provincial, Enrique Marescot, junto con los médicos del centro, Sobrino Buhigas y Barros Sanromán; el ingeniero señor Barcia y el almacenista, señor Varela. Y en segunda fila, el coronel de la Guardia Civil, Fernández Rogina; el almacenista, señor Olmedo; el capellán del Hospicio, señor Vázquez; el inspector médico de la Caja Nacional del Seguro de Enfermedad, señor Martín; el cajero del Instituto Nacional de Previsión, señor Fernández, y otros altos funcionarios”. La comitiva fúnebre realizó en el Hospital Provincial una parada camino del cementerio de San Mauro. El féretro se traslado hasta la capilla del centro y allí se rezó un responso por todo el personal, la comunidad religiosa y numerosos enfermos imposibilitados para asistir al funeral. La institución sanitaria quiso darle una despedida muy sentida a su legendaria comadrona, en agradecimiento a tantos y tantos servicios prestados.