La viguesa enlodada que dio la vuelta al mundo vuelve a la bahía-vertedero

Teresa Pérez y su compañera Zoa Jiménez se reencuentran 37 años después de protagonizar una icónica foto para denunciar la contaminación en el Mediterráneo

A la izquierda, Teresa Pérez, en un fotograma del documental; a la derecha, la icónica imagen, con dos activistas en primer plano observando a Teresa y a Zoa subidas a la tubería

A la izquierda, Teresa Pérez, en un fotograma del documental; a la derecha, la icónica imagen, con dos activistas en primer plano observando a Teresa y a Zoa subidas a la tubería / Portmán / Lorette Dorreboom

No entraba en los planes de la viguesa Teresa Pérez que a sus 23 años, recién licenciada en Periodismo, una foto en la que era protagonista diese la vuelta al globo. Pero así fue: encadenada con su compañera de Greenpeace Zoa Jiménez a una verja, encaramadas sobre una tubería que escupía como un aspersor litros de residuos tóxicos sobre el mar, la imagen sirvió para que el mundo supiese que la bahía de Portmán, en Murcia, era el ejemplo de cómo en los 80 el Mediterráneo se estaba convirtiendo en un inmenso vertedero. Tras la acción, que hoy sería oro viral, las dos voluntarias acabaron esa campaña a bordo del Sirius y ya no volvieron a encontrarse entre ellas ni a reclamar más focos. Hasta ahora.

“Se me abren las carnes al pensar que algo así pueda pasar en la ría de Vigo”, explica Teresa sobre uno de los motivos que le llevaron a aceptar la participación en un documental que recuerda aquella lucha ecologista. ‘.Portmán. Punto y seguido’, que fue estrenado esta semana, reunió a las viejas compañeras y a Lorette Dorreboom, su fotógrafa aquel 31 de julio de 1986.

Zoa, a la izquierda, y Teresa, a la derecha, encadenadas a la verja que protegía la tubería

Zoa, a la izquierda, y Teresa, a la derecha, encadenadas a la verja que protegía la tubería / Lorette Dorreboom

Reacia al primer plano y después de décadas en la trastienda, acabó trabajando en tareas de comunicación para Greenpeace y luego, a través de la consultora punto&coma, para otras ONG más pequeñas. Pero atendió la “persuasiva” llamada de los promotores del proyecto, el estudio de diseño F33 y el creativo Jorge Martínez, por lo que tiene de continuación de su lucha: confían en que la pieza sirva para espolear una regeneración de la bahía que no acaba de llegar. La empresa minera Peñarroya, tras verter 50 millones de toneladas de residuos al mar, cerró en 1992. Pero el ecosistema aún no ha sido reparado. “La mierda sigue ahí”, resume la activista viguesa.

De aquel día, Teresa Pérez recuerda el pánico que sintió cuando los responsables de la empresa aumentaron el caudal del desagüe. Ellas estaban encadenadas a la verja, encima del tubo, mientras un compañero intentaba cerrarlo, pero la dirección decidió esa medida disuasoria. “Parecía un terremoto, yo tenía la llave del candado en una mano, ahí sí que pasé miedo”.

Uno de los activistas de Greenpeace trata de cerrar la tubería, con Teresa y Zoa encedandas

Uno de los activistas de Greenpeace trata de cerrar la tubería, con Teresa y Zoa encedandas / Lorette Dorreboom

Menos problema tuvo con los trabajadores, que acudieron a intentar desalojar a aquellos ecologistas que pretendían secar la fuente de su pan. En el documental, el presidente del comité de empresa les pide disculpas y reclama comprensión. “Que viniesen entraba en el pack, era su trabajo. Eso pasa muchas veces en estos casos”, comenta, y recuerda que los empleados confundieron a los dos jóvenes, cubiertas por el lodo, con chicos adolescentes.

Una viguesa en el Sirius

Pero, ¿cómo acabó una periodista viguesa de 23 años protagonizando esa acción? “Nos tocó porque éramos las españolas de la tripulación”, explica. Ambas estaban enroladas como voluntarias, ella como marinera en cubierta y Zoa, de Santander, como cocinera. Pero la mayoría de los 18 tripulantes eran extranjeros y profesionales de la ONG. Era una campaña de tres meses con varias paradas para denunciar el estado del Mediterráneo.

Teresa cumplía con esa travesía reivindicativa un anhelo incubado de adolescente, cuando en una charla en los Salesianos conoció la labor de Greenpeace. De aquella, el mítico Rainbow Warrior permanecía apresado en Ferrol tras una acción contra una ballenera. Años después se anotó como voluntaria para participar en alguna de sus campañas, pero Francia lo hundió en 1985 en Nueva Zelanda. Al año siguiente, sin esperarlo, recibió la llamada para sumarse al Sirius. “Como una loca me fui”. Y sin quererlo pasó a la historia del ecologismo.

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