Cuando es la profe quién tiene dislexia

“Me hice psicopedagoga para cambiar el sistema desde dentro. Cada día le digo a mis alumnos lo maravillosos que son”

Se calcula que un 10% de la población total tiene dislexia.

Se calcula que un 10% de la población total tiene dislexia. / SHUTTERSTOCK

María Bueno

María Bueno

“Eres una inútil”, “no llegarás a nada”. Son algunas de las frases que escuchó Andrea durante su etapa como estudiante, pero ni la una ni la otra: lejos de estar en ella, el problema lo tenía un centro educativo que no supo o no quiso atender su necesidad específica de apoyo educativo. 

Le detectaron dislexia cuando era pequeña: “Mi padre se dio cuenta en la playa: vio que, cuando él dibujaba una línea recta en la arena, yo era incapaz de seguirla; además me costó bastante arrancar a hablar y perdía a menudo la atención”, relata sobre una serie de dificultades que, controladas en Primaria, volvieron a acentuarse en la ESO: “Era muy impulsiva, me costaba mucho centrarme, fijar el foco, necesitaba muchos esquemas y colores para estudiar”. 

Al otro lado del teléfono, comparte el impacto negativo que todo esto tuvo en su autoestima hasta el punto de que “a día de hoy sigue siendo uno de los temas que más trata en terapia”: “He aprendido a creer en mi potencial y a darme cuenta de todo lo que puedo ofrecer y hacer con un cerebro distinto al que puedes tener tú, por ejemplo. La dislexia no está relacionada con la inteligencia general; pero sí se generan problemas de motivación con el sistema cuando no se le atiende debidamente. Hoy en día, me siento segura y feliz en mi trabajo”.

Además de tener en mente un pequeño proyecto de creación de materiales para ayudar a estudiar a los chavales con dislexia; Andrea ejerce como psicopedagoga en una fundación en la que acompaña a niños con discapacidad a trabajar en ámbitos como la atención o la propia comprensión lectora

“Cada día, les digo lo maravillosos que son y lo orgullosa que estoy de ellos. Aunque son cosas distintas, el hecho de haber sufrido en el colegio, me ayuda a empatizar más, a poner el foco en la autoestima de los estudiantes con los trabajo”. 

Y es que fue precisamente por eso, nos cuenta, por lo que decidió hacerse psicopedagoga: “Para ayudar y mejorar la vida de la gente que tenía dificultades de aprendizaje y, sobre todo, para poder cambiar el sistema desde dentro”, explica. 

Para Fernández, desde entonces ha habido grandes avances en este ámbito: “Yo nunca tuve un examen adaptado, nunca supe lo que era eso; hoy, por fortuna, existe un protocolo que protege a los niños y niñas con dislexia en este sentido, con controles orales y materiales específicos”, ejemplifica para pasar a explicar cómo pequeños cambios pueden ayudar mucho: “Usar mucho los esquemas, las fotos y vídeos, los colores; trabajar con preguntas y respuestas; leer en el acto o pedirle a nuestras familias que nos lean…”. 

En su opinión, “aún queda mucho por hacer y todos tenemos que seguir luchando para que la educación, y la sociedad en general, sea 100% inclusiva

Preguntada por lo que la niña que fue y la profe que es hoy le diría a todos aquellos estudiantes con dislexia que sienten que no llegan a sus objetivos, tiene claro su mensaje: “Que aunque no lo crean ahora, si se siguen esforzando, con esfuerzo y disciplina, saldrán adelante; que no escuchen las palabras de las personas que les quieran hacer daño y que ya han aprendido a hacer lo más difícil: caerse y levantarse”.

Las claves

¿Qué es?

Un patrón de dificultades del aprendizaje que se caracteriza por problemas con el reconocimiento de palabras en forma precisa o fluida, deletrear mal y poca capacidad ortográfica. Se trata de una necesidad específica de apoyo educativo.

Indicadores 

De los 6 a los 8 años:Confusión en la distinción entre derecha e izquierda; dificultad para aprender el alfabeto y las tablas de multiplicar; tendencia a escribir los números en dirección no idónea o falta de atención y concentración.

Acciones

Ayudarle a que aprenda a organizar el trabajo, utilizar códigos de colores para favorecer la localización de las cosas y utilizar recursos técnicos adecuados a sus dificultades son algunas de las pautas que pueden marcar la diferencia. 

A quién recurrir

Familias y docentes cuentan en Galicia con el apoyo y la guía de la asociación Agadix. Además, pueden descargarse el “Protocolo para la Intervención Psicoeducativa de la Dislexia” en abierto online. 

Esther López, presidenta de Agadix

Esther López, presidenta de Agadix / Faro

Frente a mitos y muros

Esther López

— presidenta de Agadix

“Se lo digo siempre a los docentes y a las familias: el primero que se da cuenta de que pasa algo es el propio niño. Lo primero que hizo mi hijo cuando le detectamos la dislexia fue abrazarse a mí y decirme que pensaba que era tonto, que era burro y que no quería que lo supisemos”, relata Esther López, presidenta de la Asociación Gallega de Dislexia (Agadix)

Pero, al contrario de lo que creía sobre sí mismo el hijo de Esther (como tantos otros antes de tener acceso a la atención psicopedagógica necesaria), la dislexia no solo no está relacionada con un coeficiente intelectual menor a la media, sino que este es, precisamente, uno de los criterios de exclusión para su diagnóstico

Tampoco se trata de una enfermedad, ni tiene cura: “Estamos ante un patrón de dificultades del aprendizaje relacionados con la adquisición de la lectura. En el colegio se estudia leyendo y se demuestra lo que uno sabe escribiendo, por lo que lo que estos alumnos necesitan es una intervención y una adaptación de la metodología”. 

Y aquí es donde reside uno de los grandes problemas en la actualidad: porque si se calcula que un 10% de la población total española tiene dislexia: unos 800.000 niños en las aulas; las estadísticas nos dicen que solo un 30% de estos menores están recibiendo la atención necesaria en nuestro país; lo que deja a 7 de cada 10 niños desamparados en su proceso de aprendizaje. 

¿Las consecuencias? Fracaso escolar y problemas emocionales: “Hablamos de ansiedad, depresión y somatizaciones en niños de 8 años. Las familias que conocemos esta realidad tenemos constantemente en casa dolores de barriga, vómitos… Estamos perfectamente durante las vacaciones o el fin de semana, pero llega el lunes y hay cefaleas, diarreas, etc. Sabes que psicológicamente algo no va bien”. 

“Imaginaos que en vuestro trabajo os están diciendo constantemente: ‘eso está mal’, ‘repítelo’, pues al final acabarás pensando que no vales. Esa es la percepción que a día de hoy siguen teniendo muchos niños”, describe Esther desde Agadix para negar rotundamente el tópico de “vagos e inmaduros” e insiste: “Todo esto no ocurre cuando tienen la seguridad de que tanto su familia como su profesor entienden lo que les pasa y les van a ayudar”. 

“Yo no quiero que mi hijo haga una carrera sí o sí; lo que yo no quiero es que se le levanten muros a mi hijo por tener una dificultad de aprendizaje, lo que no quiero es que alguien le diga: ‘No puedes ser esto’”, rememora López lo que le respondió a la profesora de Primaria de su hijo hace ya años cuando le dió a entender que “no valía para estudiar”. 

Afortunadamente, estos juicios de valor son hoy menos comunes en los centros educativos y cada vez son más los profesores sensibilizados con las necesidades específicas de apoyo educativo. Esther apuesta por dar a conocer a las familias las distintas opciones existentes: “Lo que tenemos que hacer es sentarnos con los niños, ver qué quieren hacer, buscar qué vías existen y elegir la más adecuada para ellos. Si quieren hacer un grado, pueden acceder desde un ciclo medio, no tienen por qué estar desperándose con asignaturas como lengua en Bachillerato. Esto tampoco quiere decir que no tengan que hacer bachillerato sí o sí; quiere decir que habrá que adaptarse a cada niño y que siempre hay más de una vía para llegar a donde queremos”.