Sálvese quien pueda

El segundo del decreto letal

Acto de la Asociación Española Contra el Cáncer.

Acto de la Asociación Española Contra el Cáncer. / Víctor Echave

Fernando Franco

Fernando Franco

Lo bueno o malo de morirse es que lo tenemos todos, sin discriminación de género o edad, al alcance de la mano. Esto es humor gallego. ¿Cuántas personas cercanas se nos han ido yendo en el camino de la vida, gran parte antes del tiempo que les tocaba? A mí se me acaba de morir una de ellas a causa del cáncer y cada vez que te golpea una de estas forzadas ausencias te preguntas cómo habrán vivido el proceso, cómo habrán recibido la mala nueva el día en que se la comunicaron y cómo habrán adaptado sus mecanismos de supervivencia emocional a esa condena no siempre letal pero que se siente como mortífera amenaza. Por fortuna el entorno del cáncer ha ido mejorando, no solo desde el punto de vista de las esperanza terapéutica sino de la normalización de una palabra que todo el mundo ocultaba como si fuera un afectado de peste, de maldición bíblica. Aún hoy, cuando le toca a un amigo y te sientes obligado a llamarle no encuentras las palabras adecuadas para insuflar ánimos aunque sea mintiendo o dando esperanzas que tú mismo no sabes hasta qué punto existen.

Me imagino ese segundo en que, levantando los ojos del papel que recoge el análisis de sangre, la ecografía, la resonancia... tu médico te dice, te dictamina, te decreta la palabra carcinoma. Cierto es que luego hay que ponerle apellido pero por de pronto supongo una oleada de calor en rostro. Según los textos canónicos, es posible que se sienta completamente entumecido o que experimente pánico, ira o disociación. También puede experimentar síntomas físicos como taquicardia, dificultad para respirar u opresión en la garganta. Bueno, eso solo son instantes, y pueden ser sensaciones a las imaginables en una Anunciación a la Virgen en que el ángel Gabriel le anuncia que va a ser la madre de Jesús. Yo creo que noticias de índole contraria suscitan sentimientos parecidos.

Luego ¿qué vendrá? El tratamiento, la lucha por la vida sea por vía quirúrgica o radioterápica, las consultas de espera entre pacientes tocados por una especial empatía, ganas de intercambiar su historial de dolencias pero también desarreglos físicos a los que hay que hacer frente en la contienda. Deben ser esos momentos en que vivir solo o acompañado son mundos distintos, en que te quedas embelesado por una puesta de sol a pesar de que hayas visto infinitas, en que miras a quien amas de otro modo, redimensionas la importancia de las cosas... Puedes buscar estrategias que relativicen tu drama. ¿Cómo te atreves a quejarte cuando en Ucrania, gente que nunca antes lo había imaginado puede perecer cada día o sufrir dolorosas heridas bajo el fuego más inesperado y lejano? ¿Qué es tu cáncer atendido por las últimas tecnologías, apoyado por los tuyos frente al riesgo letal que sufre por el fuego criminal israelí un niño de Gaza o de una hambruna africana? El buen humor es también una hábil estratagema para mantener los pensamientos sombríos a raya.

Desaparecida la fe, se pierde ese paraíso que fue la forma en que para nuestros mayores adoptó la esperanza. Las religiones cumplen el papel de consolar, explicar por qué los humanos sufren y mueren pero hoy el escepticismo predomina en los corazones y no sabemos en qué consuelo podemos seguir creyendo. Ya no nos servimos de esos marcos institucionales como iglesias donde antes nos consolábamos en común. Los cristianos tenían sus salmos y los romanos una filosofía que consideraba que la desgracia había que dominarla mediante la autodisciplina, el rechazo de las lágrimas. Sea como sea, siempre hubo más tiempos desolados que los nuestros: siempre que vivas en el Occidente desarrollado.

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