Mujeres fuera de serie

La mujer que planta cara al glaucoma

Teresa Borrás Sanjurjo es una de las mayores expertas del mundo en terapia génica para el glaucoma. Desde muy joven, desarrolla su investigación en Estados Unidos, aunque Vigo y su familia son su gran pasión. Con los 80 ya cumplidos, sigue totalmente activa y planea unirse a varias startups para el desarrollo de nuevos tratamientos

Teresa Borrás Sanjurjo, en su etapa en el laboratorio de la Universidad de North Carolina.

Teresa Borrás Sanjurjo, en su etapa en el laboratorio de la Universidad de North Carolina. / CEDIDA

Amaia Mauleón

Amaia Mauleón

Teresa Borrás Sanjurjo (Vigo, 1943) es una de las mayores expertas del mundo en terapia génica para el glaucoma. En una época en la que apenas un puñado de mujeres estudiaban en España en la universidad y menos aún en las carreras científicas, Terete -como la conocen sus más cercanos- no dudó en soñar alto y hacer caso omiso de las invisibles barreras sociales y de género. Con su trabajo y constancia accedió a los centros de investigación más importantes de Estados Unidos, donde ha desarrollado su carrera desde muy joven y donde permanece hoy, con 80 años cumplidos, investigando y asesorando en proyectos innovadores alrededor de esta dolencia incurable, la primera causa de ceguera irreversible.

La mayor de nueve hermanos destacó como alumna excelente durante sus años en el Colegio Cluny y, al terminar, tenía claro que quería continuar su formación en la universidad. “Muy poca gente, y menos chicas, compartían mi sueño, pero mis padres me apoyaron desde el principio”, agradece. Su padre trabajaba en la compañía de seguros del Banco Vitalicio y su madre, en casa. Falleció muy joven, a los 45 años, tras tener a su séptimo hijo. Después su padre se casó de nuevo y tuvo otras dos hijas.

Teresa Borrás, de niña

Teresa Borrás, de niña / CEDIDA

Recuerda que la actitud abierta e igualitaria de sus progenitores no era lo normal en aquella época: “Lo habitual era que se guardara primero para los hijos varones y yo tenía tres hermanos detrás, pero aún así quisieron hacerlo y siempre me dieron un trato igual a ellos”, asegura.

Terete quería estudiar Matemáticas, “tuve un profesor muy bueno en el colegio, don Matías, y me encantaban”, cuenta. Su mayor deseo era ir a estudiar a Madrid y fue la única de sus amigas que lo hizo. Cursó el primer año de Matemáticas en la Universidad Complutense, pero el destino tenía reservado un camino para ella más allá de los números. “Empecé a relacionarme mucho con alumnos de Biología y me encantó el ambiente de su facultad así que me cambié”, recuerda. Terete formó parte de la décima promoción de Biología y se especializó en Genética, una rama que entonces estaba aún comenzando a desarrollarse en España. “En las clases éramos casi todas mujeres; se consideraba una carrera femenina porque se decía que no tenía salidas”, apunta. Pero Terete no había estudiado para enmarcar el título y quedarse en casa. Ella tenía decidido que quería dedicarse a la investigación.

  • ¿Quién soy?

    “Una científica muy apegada a su tierra y a su familia”

En la facultad, la viguesa se enamoró de Álvaro Puga, un compañero también gallego, y ambos se embarcaron en el mismo objetivo. “Contamos desde el principio con la protección de uno de nuestros profesores, Enrique Sánchez Monge, que fue pionero en genética de plantas y nos aconsejó que si queríamos investigar teníamos que ir a Estados Unidos”.

Sin dudarlo, se casaron y comenzaron con los complejos preparativos. “Había que iniciar los trámites casi un año antes porque suponía bastante papeleo con la embajada americana en Madrid, examen de inglés en Torrejón, aplicar a la universidad elegida…”, cuenta la investigadora.

Finalmente, ambos fueron admitidos en la Universidad de Purdue, en Indiana, y la pareja aterrizó en aquel condado en el que España era una completa desconocida. “Nos preguntaban cosas como si en nuestro país había coches o helados; allí la mayor parte de la población vivía en granjas, todo eran campos de maíz, pero nos encontramos con gente muy buena”, afirma. La universidad les asignó a una familia para que les orientara y asegura Borrás que les trataron “como si fuéramos sus hijos”.

Sin embargo, no estuvieron mucho tiempo allí ya que sus profesores de doctorado se mudaron a California y decidieron seguirles para continuar sus trabajos. “En principio nuestra idea era estar en Estados Unidos dos años para realizar el doctorado y luego regresar a España, pero no iba a suceder así”, adelanta la viguesa.

“En esos momentos ni siquiera te cuestionabas que ser madre pudiera frenar tu carrera investigadora"

A California ya llegó la bióloga con su primer hijo, Álvaro. “En esos momentos ni siquiera te cuestionabas que ser madre pudiera frenar tu carrera investigadora. De todos modos, aunque me retrasé un poco con el programa de doctorado, en seguida me puse a trabajar. En el campus había muchas mujeres con hijos, esposas de estudiantes, y nos ayudamos unos a otros con el cuidado de los niños”, describe.

Su siguiente destino fue San Diego, la Universidad de La Jolla, donde tuvieron a su segunda hija, Serena, al tiempo que Terete empezó a trabajar para su tesis. “Allí había numerosos españoles y tuvimos mucho apoyo. ¡Las playas estaban repletas de percebes y la gente de allí no los cogía!”, recuerda riendo.

Cuando Terete estaba terminando su tesis, Álvaro logró un puesto en el prestigioso National Institutes of Health (NIH) en Maryland, por lo que toda la familia volvió a hacer las maletas.

Su director de tesis, David Khone, le consiguió a Terete un puesto en uno de los prestigiosos laboratorios del NIH para terminar su tesis. “Es un lugar donde trabajan numerosos premios Nobel y donde cualquier investigador desea estar en algún momento de su carrera”, cuenta. Ella estuvo en el laboratorio dirigido por Carleton Gajdusek, el descubridor de la causa de la enfermedad de las 'Vacas locas', que recibió en 1976 el Nobel de Medicina. “Terminé mi tesis y entonces, casi de casualidad, se cruzó en mi camino otro investigador, Joram Piatigorsky, hijo del afamado chelista Gregor Piatigorsky, que estaba desarrollando un trabajo muy interesante sobre las enfermedades del ojo y me entusiasmó”.

Desde ese momento, hace casi 30 años, Borrás se ha dedicado a la investigación de las enfermedades del ojo, especialmente del glaucoma. Tras cuatro años trabajando junto a Piatigorsky, a la viguesa le ofrecieron crear su propio laboratorio y ella aceptó feliz el nuevo reto. “Buscábamos las mutaciones genéticas de cobayas que nacían con cataratas”, describe.

En aquellos momentos, Teresa ya se había divorciado y sus hijos estaban el mayor en la universidad y la pequeña a punto de comenzarla. Fue entonces cuando, en 1990, le ofrecieron la oportunidad de regresar a España para desarrollar los entonces pioneros test de paternidad en PharmaGen, una filial de Zeltia. Teresa se embarcó en la aventura de montar los laboratorios desde cero, reclutar a su equipo y comenzar a vender los test en solo diez meses. “Mis hijos ya tenían su vida hecha en Estados Unidos y yo iba a verlos cada dos meses”. La empresa fue todo un éxito.

"Estaba decidida a investigar sobre las causas moleculares del glaucoma y no se me pasaba por la cabeza retirarme y dejar mi investigación”

Y de Madrid, a Barcelona, donde los laboratorios Cusí la llamaron porque querían iniciar una línea de productos propios. “En seguida me di cuenta de que su idea era muy ingenua, ya que querían crear en solo cinco años sus nuevos fármacos y eso es imposible”, recuerda. Finalmente, la empresa se vendió y Teresa decidió regresar a Estados Unidos. “Yo ya tenía 50 años y mi familia y amigos me decían que para qué quería volver, que a mi edad empezar de nuevo era difícil… Pero yo estaba decidida a investigar sobre las causas moleculares del glaucoma y no se me pasaba por la cabeza retirarme y dejar mi investigación”, justifica.

Así, la científica volvió a crear su propio laboratorio, esta vez en la Duke University Eye Center (Carolina del Norte) con el objetivo de identificar los genes relacionados con la presión intraocular. Allí trabajó durante siete años, hasta 2002, cuando se pasó a la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill, donde ha trabajado hasta 2022.

Actualmente, Borrás es profesora emérita en Chapel Hill y asesora científica de diversos organismos. Ha cumplido los 80, pero no se plantea retirarse. “Aquí es diferente a España, puedes seguir trabajando mientras tengas la capacidad de continuar atrayendo financiación a los laboratorios”, explica.

Además, Teresa planea unirse en febrero -cuando deje de formar parte del Consejo de NIH y ya no exista un conflicto de intereses- a varias startups que desarrollan una nueva terapia génica para el tratamiento del glaucoma. “Consiste en una inyección local con una duración de un año que sustituiría las gotas que a diario se ven obligados a ponerse varias veces al día los enfermos de glaucoma y que muchos terminan abandonando por cansancio”, resume ilusionada.

Las investigaciones de la científica viguesa y su contribución al campo de las enfermedades del ojo han sido reconocidas internacionalmente en numerosas ocasiones. Entre ellas, fue galardonada en el Congreso Mundial de Glaucoma celebrado en 2007 en Singapur o el galardón de la Academia de Oftalmología Asia-Pacífico por sus investigaciones sobre el glaucoma en 2017.

La doctora Teresa Borrás con uno de sus galardones

La científica Teresa Borrás con uno de sus galardones / cedida

Todos estos logros los vive Teresa con absoluta normalidad: “No soy nada excepcional; hay muchas mujeres como yo”, insiste.

Y nos recuerda su otra gran pasión más allá del laboratorio: su familia y su ciudad natal. “Tres de mis hermanos, Genaro, Carlos y Juan, fallecieron, pero somos una gran familia y nos gusta mucho reunirnos al menos una vez al año en Vigo. Es algo que no me pierdo nunca”, concluye. Una mujer fuera de serie, aunque ella lo niegue. 

Las pioneras: Margarita Salas, madre de la biología molecular en España

La bióloga Maragarita Salas

La bióloga Maragarita Salas / Fundación Margarita Salas

Margarita Salas (Canero, Asturias, 1938 - Madrid, 2019) está considerada la madre de la biología molecular en España. Se licenció en Químicas en Madrid en 1963 y comenzó su trayectoria profesional en Estados Unidos junto a uno de los grandes referentes de la ciencia española: Severo Ochoa.

A los tres años regresó a España y se incorporó al CSIC, donde fundó el primer grupo de investigación en genética molecular del país. Desarrolló una línea de investigación sobre el virus phi29, al que dedicó su carrera científica. Su constancia la llevó a percatarse de que las réplicas del ADN de este virus tenían cualidades idóneas para multiplicar el material genético, un avance que tendría aplicación en todos los ámbitos. Entregó este avance a la ciencia para el beneficio de la sociedad.

Fue la primera española en ingresar en la Academia de Ciencias de Estados Unidos y fue también la primera española en lograr el Premio al Inventor.

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