¡Ay esas turbas embrutecidas y racistas!

Altercado entre hinchas del fútbol.

Altercado entre hinchas del fútbol. / Faro

Fernando Franco

Fernando Franco

Tierra, trágame! Eso estarán diciendo los miles de españoles que en los campos de fútbol forman parte de esa turba embrutecida que grita obscenidades sin cuento, distribuye certificados de prostitución materna y se agita tras cada gol con movimientos espasmódicos solo posibles en las escalas más bajas del reino animal.

Aún con esos desaliños conductuales, esos espectáculos de mal gusto con los que se ha transigido siempre, la pregunta es si mirarán para otro lado avergonzados; si no se darán por aludidos o si les dará igual que millones de dedos les apunten ahora como racistas, aunque a lo mejor no son más que la parte barriobajera, poligonera, el eructo, el “Sálvame” del fútbol en España.

No voy a ser yo quien los demonice confundiendo la parte con el todo. Estoy seguro de que la mayor parte de esa turbamulta que vocifera en los estadios son gente normal fuera de los mismos, cumplidora con su trabajo, responsable con su familia y hasta puede ser que solidaria. El porqué al llegar a uno de estos encuentros se convierten por dos horas en seres grotescos, la flor de la canalla, hay que reservarlo a psicólogos o sociólogos pero no creo que sea para tanto como para situarlos entre esos que sólo favorecen a la humanidad el día en que mueren o pasarlos a cuchillo, que es lo que haría Juan Luis Beigdeber, responsable otrora del Protectorado español de Marruecos recreado hace poco en la novela El tiempo entre Costuras. Un tipo refinado, capaz de mandar tropas para masacrar a los moros disidentes pero que por su educación nunca habría gritado “mono” a ese tal Vinicius en el campo del Valencia. Parece un punto exagerado pasarlos a cuchillo (bastaría un campo de rehabilitación), entre otras cosas porque sus palabras y gestos disruptivos tienen algo positivo: nos hacen buenos a quienes no vamos al fútbol.

Estas cosas las escribe uno con la tranquilidad de que no se va a enfadar ninguno de ellos porque no es posible que quienes así se comportan tengan por hábito la lectura del periódico ; más bien ningún tipo de lectura. Dicho esto debo confesar que no recuerdo haber ido a un estadio más que una vez en mi vida y fue en 2004, cuando el Arsenal se midió en Vigo con los celestes por la Champions League. En FARO le dedicaban un suplemento especial y al director en esas fechas se le ocurrió testar qué pasaría si entre los enviados al estadio fuera a cubrir el encuentro un periodista analfabeto en ciencia balompédica. “¿Quién no sabe nada de fútbol?” , gritó en medio de la Redacción. Y de modo unánime varios dedos me apuntaron a mí. Me sentí como si me mandaran a la Legión Extranjera y lo comprobé desde una grada de Balaídos en medio del partido, rodeado de gentes a las que había visto llegar en condiciones normales y que iban perdiendo tal aposura a lo largo del encuentro, como los hombres lobos que nacen con la luna llena. Debo confesar que me sentí tan marciano que dejé el estadio, me fui a ver el partido a un bar cercano y luego volví al periódico a rellenar una página sin saber de qué.

Antes había tenido otra relación con el fútbol. En 1982, durante los mundiales de fútbol con Vigo como una de las sedes, el día que jugaba Polonia me llamó desde Brasil un conocido empresario vigués (y amigo) allí asentado preguntándome qué hacer. Una revista de máxima audiencia entonces y de la cadena Z, le había destacado en portada como “capo di capi” de la conexión con no sé qué cartel de la droga. Yo acababa de pasar quince días en su casa de Sao Paulo y sabía de su vida sana y ajena a ese mundo, era testigo de los grandes errores que atesoraba aquel artículo sensacionalista, entre ellos afirmar que la defendían guardaespaldas con metralletas. ¡Pero si yo no había visto ni a uno en medio mes! Le organicé desde Vigo una rueda de prensa para toda España denunciando a la revista, buscó en Madrid los mejores abogados poniendo dinero por delante… ¡y fue inhabilitada la directora del medio a pesar del inmenso baluarte de los abogados del Grupo Zeta! Todo, en medio de aquel mundial en Vigo.

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