Charlie y la fábrica de... ¿inclusividad?

Johnny Depp en la película “Charlie y la fábrica de chocolate”.

Johnny Depp en la película “Charlie y la fábrica de chocolate”. / FDV

Pedro Feijoo

Pedro Feijoo

Como imagino que ya sabrán ustedes –lectores sensibles, con pelo y en absoluto gordos (o gordas) (o gordes)–, esta semana saltaba la noticia que sin duda llenará de paz y regocijo a quienes no conozcan más meta en la vida que la híper-protección de sus mocosos: los infantes del mundo ya pueden leer sana y correctamente a Roald Dahl, ya que alguien se ha puesto a “revisar” sus, por lo visto, perturbadoras obras. Vamos, que si de ahora en adelante nuestros hijos tienen traumas, que no sea por culpa del autor de Charlie y la fábrica de chocolate, ¡sino por méritos propios!

Así, la pequeña Matilda ya no leerá a Joseph Conrad, sino a Jane Austen (total, de Sentido y sensibilidad a El corazón de las tinieblas apenas hay diferencia…); el insaciable Augustus Gloop dejará de ser “gordo” para ser “enorme”; y las protagonistas de Las brujas, que ya no serán calvas, tampoco tendrán que camuflar sus identidades bajo profesiones como cajeras de supermercado o mecanógrafas: ahora serán científicas y mujeres de negocios. Si eso no es medrar en el mercado laboral, que venga Yolanda Díaz y lo mida… Ah, y, ya que estamos, ya no hay “padres” y “madres”, sino “familias” y “progenitores”, y, por el mismo precio, los hasta ahora hijos de Fantastic Míster Fox pasan a ser hijas. Chúpate esa, Ley Trans…

¿Y a quien debemos agradecerle estas alteraciones en la obra de uno de los más brillantes autores de literatura infantil y juvenil del siglo XX? Pues, además de a los editores y herederos del autor, también a las aportaciones de Inclusive Minds, una consultoría que se dedica a explicarnos a los autores cómo debemos hacer nuestros libros para que sean más “inclusivos”.

¡Y yo que me alegro, oigan! ¡Ya era hora de que alguien acabase con la amenaza que suponía para nuestros pequeños descubrir que en este mundo hay gente gorda, loca y calva! De hecho, y, ya que abrimos este melón de inclusión, ¿por qué no ir un poco más allá? Al fin y al cabo, estoy seguro de que, si nos fijamos bien, encontraremos mucho más ante lo que descubrirnos escandalizados, preocupados y, cómo no, ofendidos. ¡Que por algo es esta la era en la que una madre puede sentirse “devastada” por el hecho de que a su hija le propongan disfrazarse de pez en los carnavales del cole, oigan!

(A ver, es cierto que para algunos también puede parecer la edad de oro de la estupidez, pero… Con esos ya ajustaremos cuentas en otro momento, a poder ser en el más oscuro callejón de Twitter).

De modo que sean sinceros, y díganme: ¿Acaso a nadie más le parece que en Alicia en el País de las Maravillas se cortan cabezas con demasiada ligereza? ¿No sería más correcto hacer que, de ahora en adelante, la Reina de Corazones enviase a sus víctimas al rincón de pensar?

O, ya puestos, otro gran éxito entre jóvenes y adultos: ¿por qué no hacemos que, en lugar de matarse tanto y tan a lo bestia, los orcos y los elfos de Tolkien resuelvan sus diferencias alrededor de una deliciosa infusión y unas pastas veganas?

Y, hablando de conflictos, no descartemos la posibilidad de revisar el clásico de Tolstoi, pero esta vez con un título mucho más acertado: Paz y Paz, no vaya a ser que los jóvenes lectores descubran que en el mundo hay una cosa que se llama “guerra”, y ya los tengamos traumatizados para toda la semana…

Bueno, y, a todo esto… ¿Qué pasa con la cumbre de nuestras letras? ¿Qué hay de la paridad, eh, Cervantes? A partir de ahora, Don Quijote es Doña Quijota, no monta a Rocinante sino que lo lleva de paseo, para que no estrese, y Sancho Panza es community manager en una asociación de obesos manchegos. Y obesas. Y obeses.

Y todo esto quedándonos nada más en la literatura, porque ¿acaso otras disciplinas no pueden resultar igual de nocivas para nuestros párvulos espectadores? Francamente, ¿a nadie más le parece que “La maja desnuda” está demasiado desnuda? ¿No deberíamos ponerle un bikini a la Venus de Botticelli? ¿No resultará demasiado perturbadora la mirada de la Gioconda mientras no le pintemos unas gafas de sol encima? Bueno, y esto por no hablar de “Las señoritas de Avignon” (de ahora en adelante “Las trabajadoras sexuales de Avignon”), que no se sabe muy bien dónde coño tienen los pezones, pero… ¡¿Y si a alguno de nuestros mocosos les da por buscarlos, eh?!

¡Claro que sí, hombre (o mujer) (o hombro) (o mejor)! ¡¿Quién dijo censura?! ¡Hagamos como con el humor, y pongámosle límites a todo! ¡A todo!

(Menos a nuestra propia estupidez, claro. Que esa, por desgracia, no parece conocer límite alguno…).

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