El Celta vuelve a su triste realidad

El equipo vigués desaprovecha la ocasión de poner tierra de por medio con el descenso tras perder contra la Real un partido en el que pagó su indolencia inicial y demostró su incapacidad para generar juego en ataque

Brais Méndez decidió el partido con un gol maravilloso

Juan Carlos Álvarez

Juan Carlos Álvarez

La Real Sociedad devolvió al Celta a la tierra, a su triste y dolorosa realidad. Durante semanas el cuadro de Benítez ha vivido una pequeña fantasía gracias a la racha de resultados positivos en Liga y a la festiva clasificación copera del pasado miércoles en Valencia, pero su mundo por desgracia no es ése.

Al Celta le espera una terrible agonía para lograr los puntos suficientes que le concedan la permanencia en Primera. Se lo recordó la Real Sociedad que con una alineación llena de suplentes por sus bajas se llevó un triunfo en Balaídos ante un Celta incapaz de construir nada coherente en ataque y que aún por encima le regaló un inicio plácido que los donostiarras aprovecharon para desnivelar el marcador. Un mal precedente pensando en el duelo copero del martes, pero sobre todo analizando lo que vendrá a continuación. Esos tres meses en los que o se sube el nivel o el desastre sobrevolará Balaídos.

Al Celta solo le faltó sacarle unos canapés a los jugadores de la Real Sociedad para que su arranque de partido fuese aún más plácido. Los donostiarras se encontraron un perfecto anfitrión que les desplegó con generosidad una alfombra roja sobre el bochornoso césped de Balaídos. Fue como si el Celta no quisiese molestar. Se escondió en su campo sin intención de apretar lo más mínimo a la espera de que la Real Sociedad se cansase de tocar el balón para atacarle tras algún robo. Pero no es sencillo que suceda porque el de Imanol es un equipo que sabe perfectamente cómo fabricarse los espacios.

Sin Merino, Oyarzabal o Kubo (ausentes por diferentes razones) la Real encontró su solución en Brais Méndez. El de Mos, de vuelta a la que fue su casa, encontró un espacio a la espalda de los mediocentros, se quitó de encima a Luca de la Torre y desde treinta metros envió el balón con una precisión de cirujano junto al palo derecho de la portería de Guaita. Su ejecución fue pura plasticidad. Se hizo el silencio en Balaídos solo roto por algún tímido aplauso. Brais pidió perdón desde el césped cuando en realidad deberían bajar al campo muchos aficionados a disculparse con él por los reproches recibidos cuando vestía la camiseta del Celta.

Más que un premio para la Real el gol fue un justo castigo para la indolencia viguesa y para su absurdo plan inicial. Lejos de sentirse impulsado por la racha de buenos resultados de los últimos meses y por la clasificación copera en Valencia, el Celta enfrió el ambiente, se metió en una bañera de hielo para frenar cualquier arrebato pasional y ofreció un escenario ideal para una Real que llegaba a Balaídos lleno de bajas y con dificultades para sacar resultados.

Sin posibilidad de hacer transiciones y con la obligación de construir el Celta se encontró entonces con un panorama desolador y una triste realidad que no es nueva: su incapacidad para construir juego cuando el rival no le regala metros para correr. Un dolor cada salida de la pelota. Nulos los laterales, apagado Dotor –convertido por Benítez en titular–, desaparecido Luca de la Torre y excesivamente impetuoso Miguel, el centro del campo del Celta fue una broma pesada que apenas inquietó a los medios de la Real, ganadores de todos los duelos.

Benítez descolgó a Iago Aspas –que regaló su peor versión ayer– y dejó a Larsen que librase un combate imposible contra los centrales de la Real Sociedad. Peleó como siempre, pero la suya era una misión imposible. Ver al Celta producía dolor. En la Real en cambio fluía todo: la salida de la pelota con los tres centrales, el desborde, la aparición de los volantes, las ocasiones de los delanteros...

Benítez tomó entonces la decisión de igualar los esquemas al retrasar a Tapia (omnipresente una vez más) para jugar con tres centrales y tratar de encontrar algo más de salida por fuera. Al menos al Celta le sirvió para ordenarse algo más, pero la única producción en ataque fue una ocasión de Larsen que se encontró a Remiro tras un remate casi a bocajarro que se anuló por fuera de juego. Poca cosa.

La situación pudo ser peor en el arranque del segundo tiempo porque la Real Sociedad tuvo un par de ocasiones para liquidar el partido. Consciente de que el partido se iba por el sumidero, Benítez agitó el banquillo y echó mano de Hugo Alvarez, de Carles Pérez y de Douvikas, que entró en el sitio de un irreconocible Iago Aspas.

Mantuvo el sistema de tres centrales con el canterano de carrilero por la derecho y Carles por delante. Al menos el ourensano cambió algunas cosas porque tuvo descaro y personalidad que le faltó a casi todos los compañeros. La Real, muy cansada y con problemas físicos, dio entrada a Merino y Oyarzabal para ganar peso en medio de una alineación muy joven, pero la dinámica del juego se desarrollaba en dirección a la otra portería.

El problema del Celta, ya con la pelota, era su incapacidad para construir nada sensato, para desequilibrar, para ser profundo, para generar a sus delanteros situaciones de ventaja. La Real Sociedad sujetó a los vigueses sin problemas hasta el punto de que la primera intervención de Remiro llegó pasada la hora de juego en un disparo de Luca de la Torre. Fue la primera y casi la última. No hubo más noticias de un Celta que atacaba a golpe de espasmo y sin un plan al que agarrarse.

Salió Larsen del campo y entró Williot como último recurso de un Benítez a la desesperada. Su único consuelo es haber apagado en ataque a una Real Sociedad que en cambio jugó con la seguridad de que enfrente tenía a un equipo incapaz de generarle ningún peligro. Esa es la principal derrota del Celta de ayer. Por lo que supone de cara al martes, pero también por lo que vendrá a continuación.