Vinicius Jr.: claroscuros de una trayectoria

Francisco Hernández Vallejo

Comenzaré diciendo que jugar en un equipo como el Real Madrid con 18 años requiere, además de la calidad, una personalidad peculiar solo a la altura de unos pocos elegidos.

La empresa era de envergadura. La crítica y los “memes” fueron compañeros constantes de sus comienzos. “Que la tire Vinicius” fue una ironía que hizo fortuna, incluso en los chistes gráficos, ya que aquel (casi niño) se mostraba errático en sus definiciones ante el gol y se perdía ante las defensas, que no escatimaron contundencia ante los regates y escarceos del chaval. El fútbol profesional tiene ese peaje inmisericorde ante los virtuosos del balón y Vinicius ya apuntaba maneras.

Velocidad, atrevimiento, persistencia, resistencia de atleta, frescura y desborde, una y otra vez sin desmayo. Si a esto añadimos control de balón y una técnica en ascenso, nos encontramos en la antesala del crack en el que se ha convertido, cuando, “por fin”, afinó su puntería ante el gol.

Con Zinedine Zidane de entrenador ganó el título de Liga y, ya con Carlo Ancelotti, se apuntó al doblete, Liga y Champions ante el Liverpool, marcando el gol de la final. El chaval había explotado como jugador, convirtiéndose en referente del Real Madrid y de la selección brasileña. Esa progresión meteórica ha sido acompañada por un endurecimiento en los marcajes, unas gradas rivales hostiles y los insultos racistas de rigor, que han terminado por desencajar en las formas gran parte del contenido en el fondo de un magnífico jugador.

Los contrarios, y una parte del público rival, han encontrado el punto flaco, que explotan sin rubor y, parte de los árbitros le han tomado la matrícula. Mal asunto, si Vinicius no es capaz de sobreponerse en la misma forma que presidió su pasada transición en lo deportivo.

Encomiable su lucha contra el racismo en los campos de fútbol, que no es más que el reflejo de una parte de la sociedad en que vivimos, de cuya pandemia no se sale con facilidad. Se diga lo que se diga, el color de la piel y el género siguen generando actitudes vergonzosas. La respuesta no solo está en manos de Vinicius, la lacra debe ser combatida con dureza desde los clubs y la justicia, de este y de cualquier país. El testimonio del jugador debiera crear sinergias y servir de banderín de enganche en el deporte y en la sociedad civil. No es una carrera al sprint, es un maratón en toda regla. Dicho esto, donde el jugador la “pifia” es en las formas reiteradas en el desempeño de su profesión. Protestas, tanganas, empujones, gestos hacia la grada y, en el último España-Brasil, increpar a un pedazo de deportista como Morata, de cuya nobleza y trayectoria no caben reproches. Con la misma energía y convicción que repudia el racismo, y los insultos de “mono” y otras lindezas por el estilo, debiera emplearse para asumir y mejorar su comportamiento en el campo. Como decía Boskov, “fútbol es fútbol” y del lado oscuro de la profesión no han escapado casi ninguno de los virtuosos que lo practican. Cruyff, Maradona, Zidane, Messi, Cristiano y un largo e interminable etcétera han tenido que sortear la violencia de los contrarios y tirar de madurez y picardía para esquivar tarascadas y ganarse el respeto del contrario con personalidad.

El pretexto esgrimido de su juventud no ha sido obstáculo para ser hoy un jugador consagrado en continua progresión; por el contrario, está en el punto óptimo del aprendizaje de las formas, porque quien pierde esas formas disuelve el fondo como un azucarillo.

El Real Madrid tiene tarea por hacer y Ancelotti, como líder de grupo, la obligación no solo de protegerle, sino de llevar a la cabeza de su jugador, el privilegio de jugar donde juega, de ganar lo que gana y del esplendoroso futuro que le espera, si le trasmite algo tan primordial como el control de sus emociones, cuando el corazón late a mas de 150 pulsaciones.

La base está construida, ahora toca amueblar la cabeza y el corazón.