Palestina, una guerra cruel con detonantes

Francisco Hernández Vallejo

Como preámbulo, condenar sin matices la salvajada perpetrada sobre la población civil, y la última sobre la ONG de José Andrés. No puede haber atenuantes, pero debemos rebobinar a los orígenes de esta locura desatada en Gaza.

Toda guerra es despiadada y no conozco ninguna donde los mayores damnificados no sean los soldados que la libran y la población civil. Así ha sucedido siempre. La historia, sin retroceder más allá del siglo XX, nos enseña unos dirigentes bunkerizados y a salvo de las bombas y ciudades arrasadas sin piedad. Hamburgo, Dresde, Londres, Hiroshima, Nagasaki, Guernika, Sarajevo, Stalingrado y ahora ciudades de Ucrania y la franja de Gaza. A ninguno de los dirigentes que dieron las órdenes de bombardear les tembló el pulso para apretar el botón, cómodamente sentados en sus despachos. Poco importó la muerte y la miseria de la población.

¿Dónde están los límites? Por desgracia, una vez desencadenados los conflictos, el límite lo marca la destrucción o rendición del adversario. La Convención de Ginebra no es más que algo testimonial, que no respeta nadie, ni ahora ni nunca. Dejemos la hipocresía de una vez.

Me niego a pensar que la acción terrorista de Hamás del pasado 7 de octubre no haya tenido poderosos y ocultos patrocinadores, sabedores de que la respuesta israelí sería demoledora e implacable, mucho más con los halcones de Netanyahu. Interesaba desviar las ayudas en armamento, desde Ucrania a Oriente Próximo y agitar un avispero, donde malviven dos millones de palestinos usados hoy como escudos humanos ante la invasión de Israel de la franja.

En este endiablado escenario, donde los Derechos Humanos son vulnerados por Israel, de forma constante, ¿Qué solución realista cabe?

Se puede abogar por dejar de suministrar armamento al Ejército judío. Bien, bonito pero irreal. Estados Unidos y la UE saben de sobra que un Israel desarmado tendrá los días contados como Estado y será fagocitado, con la misma crueldad, por el islamismo radical que el 7 de octubre se cargó a 200 civiles sin pestañear. Un Israel acorralado no dudará ni un segundo a emplear armas nucleares.

Por parte de Hamás, no escucho en ninguna tertulia de sabios politólogos, que el paso de la devolución de rehenes pondría seguramente final a gran parte del conflicto. Pero Hamás no cede y sigue atrincherado en hospitales, centros cívicos y subsuelo, que tiene más agujeros que un queso de Gruyere. Debieran saber el efecto terrible que ese camuflaje resulta para la población civil.

De otro lado, los ayatolas activan las milicias de Hezbolá en el Líbano, para crear un segundo frente y, a los rebeldes hutíes de Yemen, de familia chií. No puede sorprender que Israel, o quien haya sido, sacuda un pepinazo en la embajada iraní en Damasco. Irán, enemigo declarado de Israel, preconiza el exterminio del pueblo judío.

La entrada en Gaza de ayuda humanitaria, mientras no ceda el conflicto o haya un alto el fuego, asumirá un riesgo extremo. Terrible, injusto, aberrante, despiadado, pero sin remedio por la virulencia del conflicto.

Israel teme que un alto el fuego permita a Hamás rearmarse y abastecerse. No lo va a permitir; esa es la triste realidad y, aquí, si se buscan soluciones, no puede partirse de utopías.

La entrega completa de los rehenes, uno de los dos orígenes del conflicto, ya que a los muertos no los devuelve nadie, es un primer paso obligado. La entrega de las armas por Hamás debe tener, por parte de Israel, el permiso sin límites a la entrada humanitaria y al cese de los bombardeos. Con esos pasos dados, control de la franja de un contingente de la ONU y mesa de negociación, que reconozca los dos Estados libres e independientes de Palestina e Israel, que debe cesar con su política de asentamientos.

De poco sirven las continuas condenas, hay que aportar soluciones que frenen esta masacre.