Opinión

Un respiro de última hora para Assange

La decisión de la justicia británica de conceder un nuevo plazo a Julian Assange para que presente otro recurso contra su extradición a EE UU por la publicación de documentos clasificados como secretos supone un respiro de última hora para el fundador de WikiLeaks.

Dos jueces del alto tribunal de Londres reconocieron el pasado lunes uno de los argumentos de la defensa, según el cual, por su condición de australiano, no hay garantías de que Assange vaya a recibir toda la protección que ofrece la Primera Enmienda de la Constitución de EE UU a sus ciudadanos.

A pesar de las promesas que pueda hacerle el Gobierno de Washington, debido a la separación de poderes, los tribunales norteamericanos no tendrían por qué sentirse obligados a cumplirlas, con lo que podrían decidir procesarle por alta traición y castigarle hasta a 175 años de cárcel.

La defensa de Assange tiene hasta el próximo 24 de mayo para presentar la nueva apelación, lo que podría representar el comienzo de un largo proceso si la Casa Blanca de Joe Biden no decide abandonar el caso por los cinco años que el australiano ha pasado ya en una cárcel de alta seguridad londinense.

Cinco años, a los que hay que añadir los otros siete que pasó antes como prisionero político en la embajada ecuatoriana en la capital británica hasta que, anulada tal condición por el nuevo Gobierno de Quito, agentes de Scotland Yard le sacaron de allí por la fuerza.

Su crimen, según Washington, no es otro que el de haber publicado 251.000 documentos secretos del Departamento de Estado norteamericano que, entre otras cosas, acreditaban horrendas violaciones de los derechos humanos por militares de ese país, escándalos diplomáticos y múltiples casos de corrupción.

Así pudo verse en un vídeo denominado “Asesinato colateral” a soldados estadounidenses disparar desde un helicóptero contra un grupo de iraquíes en Bagdad, entre ellos dos colaboradores de la agencia de noticias Reuters, y contar chistes mientras los acribillaban.

Lo hiriente del caso Assange es el hecho de que, en lugar de procesar por asesinato a los responsables de esos y otros crímenes, como torturas infligidas a los prisioneros en el transcurso de la guerra antiterrorista de EE UU, se pretenda condenar de por vida a quien los denunció.

Como explica el profesor de Derechos Humanos de la Universidad de Glasgow Nils Melzer, si el periodismo de investigación se persigue como espionaje, las consecuencias inevitables serán la censura y la tiranía de los gobiernos.

De lo que se trata es de presentar a Assange como ejemplo de lo que no debe nunca hacer la prensa para así intimidar a otros periodistas de cualquier país del mundo y evitar que salgan a la luz los secretos más nefandos de los Gobiernos y no solo del de Washington.

Pese al nuevo plazo dado a Assange y a su cada vez más delicado estado de salud, y no solo física, el periodista y editor australiano parece que seguirá en la cárcel de alta seguridad de Belmarsh como si fuera el más peligroso de los terroristas, lo que supone ya una forma de tortura.

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