Es curioso: mientras arrecia la feria preelectoral, en la que diferentes animadores se afanan en conseguir público con su reiterado “pasen y vean las rebajas fiscales más grandes del mundo” –naturalmente cada cual desde sus siglas– y grandes talentos se esmeran en desgranar las maravillas de sus respectivas recetas, en Galicia –¡en Galicia...!– o, para ser del todo exactos en su Parlamento, no se oyó ni una palabra más alta que otra sobre la pesca. Un ejemplo de lo que realmente inquieta a los protagonistas, que no es sino el sentido de los votos que unos esperan conservar y otros confían en recuperar o sumar por vez primera.

Es una vergüenza –los eruditos, seguramente, alegarán que decirlo así es simplificar demasiado, acostumbrados como están a complicarlo casi todo–, centrándose en ofertas que, frente al sentido común, olvidan que el país necesita reformas estructurales en la financiación autonómica, en la fiscalidad para acercarse a la justicia distributiva, recordar la solidaridad y, en definitiva, a dedicar el dinero que hay. y el que se espera, en buena parte a ayudas que desincentivan el trabajo y la productividad y, por tanto, a plazo medio empobrecen más que permiten avanzar al país. Y no se trata de criticar la ayuda al que de verdad la precise: sólo de prevenir el exceso.

Hay otro dato que relativiza la “generosidad” de los gobiernos: la mayoría de las ayudas son a devolver en el siguiente IRPF y, de paso, a intentar que a los contribuyentes se les ocurra pensar cómo es posible que ahora compitan los responsables de todo esto, por hacer lo contrario a lo que hasta ahora practican, a pesar de que se ha pasado por crisis tremendas como quien dice antes de ayer. Por eso, vale de poco distinguir, aunque hay diferencias notables, entre Sánchez, Montero, Díaz, Puig, Moreno o Ayuso. Parecen una banda –de música– desafinada que sólo cambia de melodía cuando lo que varía es el lugar que ocupan, en el poder o en la oposición.

(Se excluye de la cita anterior a los señores Feijóo y Rueda, en la medida en que, desde la Presidencia de la Xunta, ambos coinciden en modificar, dentro del ámbito de sus competencias, impuestos que ya han “ticado” antes a la baja y siempre desde la doble óptica de beneficiar a los estamentos más vulnerables y marcando límites, por ejemplo en el IRPF, que ratifican esa intención. Es decir, son coherentes, justo lo contrario de otro presidente, el valenciano señor Puig (PSOE), que hace pocos días increpaba a don Alberto Núñez, y antes exigía “armonización” fiscal y ahora rebaja el impuesto sobre la renta casi el doble que Galicia. O sea, un modelo contradictorio perfecto según el modelo de su jefe en el Gobierno central).

Pero, volviendo a lo de la pesca y su circunstancia, la última, por ahora, de las malas noticias es la que publicaba FARO DE VIGO y que confirma la evidencia tantas veces denunciaba: mientras la UE machaca a la pesca española, y gallega, importa mercancía de países terceros que incumplen la ley medioambiental, pero venden más barato. Lo que, de paso, ratifica el poder de los lobbies, a los que les importa un rábano Japón, o China –por ejemplo– pero castigan a socios de la Unión. Por eso las Cofradías de Galicia piden la dimisión del lituano comisario de Pesca, y su directora general, búlgara de secano, coautores, pero no únicos, de la chapuza que entrará en vigor el 9 de octubre, si no lo remedian Francia e Irlanda con sus recursos y solicitudes de paralización de la nueva normativa, ya en marcha mientras el Gobierno del señor Sánchez “ultima su preparación”. Todo ello obliga al recuerdo de aquella anécdota del siglo pasado en la que el protagonista explicaba sus extrañas costumbres a una dama diciéndole “España y yo somos así, señora”.