A fuer de sinceros, casi nadie –salvo quienes crean en milagros– esperaba en este antiguo Reino que las reuniones del presidente Feijóo con sus principales opositores, los dirigentes del Bloque y el PSdeG, sirviesen para resolver problemas de inmediato. Ni “era el día”, como dijo después la Portavoz Nacional del BNG, ni se notó especial satisfacción tras el encuentro por parte del secretario general del PSdeG-PSOE. Y, ya puestos, tampoco el señor Núñez Feijóo, horas antes, había insuflado optimismo al quejarse, seguramente con más razón que diplomacia, de que la izquierda, en alguna de sus dos versiones, “nunca le había ayudado”.

Todos ellos pues, de un modo u otro, confirmaron los pronósticos, que en general eran escépticos con las reuniones, alguno pesimista, pero del que pocos osaron calificar, aunque sin optimismo excesivo, de una buena oportunidad para un pacto y/o construir puentes entre los adversarios de forma que la comunicación fuese, si no fluida, posible. Sin embargo, ese objetivo necesitaría media legislatura; quizá para un apaño –y con mucha suerte– se podría confeccionar una pasarela: con franqueza, y desde una opinión personal, eso sí que alguien llegaría a considerar un logro del diálogo “a tres” en la sede de San Caetano. Menos da una piedra.

A partir de ese balance, que puede no ser compartido, no parece posible desmenuzar los resultados, aunque tampoco procede afirmar un fracaso absoluto. La agenda, si existía o si fue como alguno de los protagonistas comentó después, no solo exigía –para un acuerdo global– tiempo, sino paciencia, y ayer no había demasiado de lo primero y la segunda escasea de fábrica. Si era otra cosa, una entente parcial, requeriría menos de ambos y sobrarían unos cuantos días, como cuando se negocian los pactos para ir tirando, que son los más frecuentes aquí. En todo caso, un primer contacto más serio habría tenido que ser “a tres” si de verdad se buscaba éxito.

Las preguntas a formular después se resumen en una sola: “y ahora, ¿qué...?”. Es decir, si la cuestión era buscar un mínimo común para resolver problemas conjuntamente, la tarea exigirá más reuniones, y no de comisionados, sino de líderes. Para el caso de que se tratase de exhibir modales civilizados, podría bastar con lo de ayer, pero habrán de ir con cuidado los protagonistas, porque ocurre que Galicia no necesita un apaño: requiere y urge un gran acuerdo “de país”, y si para ello son precisas más reuniones, que se hagan sin demora. Por un motivo sencillo: sin una Galicia unida por demandas sostenibles y sostenidas por todos los respaldos posibles, solo cabe esperar lo que también ayer se conoció: que para los fondos COVID, a este Reino le corresponde menos del cinco por ciento del total que Europa aporta a España. Si alguien de los tres de ayer se conforma con eso, tendrá que explicar a dónde quiere llegar. Pero en ningún caso bastará con una pasarela.

¿O no...?