Entrevista | Mireia García Escritora

“El silencio mutila la historia del exilio” republicano

“Muchas familias a día de hoy aún necesitan sanar heridas para dar sentido a historias en las que el trauma y la pena traspasa generaciones”

Mireia García, autora de “Las palabras calladas”.

Mireia García, autora de “Las palabras calladas”. / Cedida

Licenciada en Sociología y máster en Periodismo, Mireia García (Barcelona, 1974) abandonó en 2018 su empleo de guía turística para dedicarse de lleno a la escritura, una pasión que le ocupa desde que tiene uso de razón. El resultado es su primera novela, “Las palabras calladas” (Espasa), donde aborda la memoria del exilio republicano en Francia en la postguerra española y las huellas que el silencio de los que tuvieron que abandonar su país dejaron en sus descendientes, arrebatados de su historia familiar.

– ¿Qué mirada sobre exilio de los republicanos en Francia ha intentado plasmar en su novela?

– La novela está narrada en dos planos temporales: uno de ellos, el que tiene más peso, habla del exilio, de todas esas personas que de 1939 a 1941 atravesaron la frontera por los Pirineos y acabaron en el sur de Francia. Muchos de ellos regresaron y otros se tuvieron que quedar. Quise abordar cómo el hecho de que tuvieran que silenciar su voz para sobrevivir influyó en las generaciones posteriores: en sus hijos y nietos. El segundo plano temporal de la novela sucede en la actualidad, en el año 2019, y los protagonistas son tres descendientes de los tres protagonistas de la época del exilio. Digamos que el tema principal de la novela es cómo silenciar el dolor acaba afectando a tus descendientes.

– ¿Por qué callaban?

– Por miedo a la represión, por vergüenza de lo que les tocó vivir. Aunque no fue culpa suya, lo acabaron interiorizando así. Muchas mujeres, por ejemplo, sufrieron abusos, y los callaron. Todas esas palabras que no se dicen se acaban convirtiendo en una especie de bola de nieve gigante que se pasa generación tras generación y los descendientes acaban heredando el trauma y la pena.

– ¿Es un alegato en favor de la memoria histórica en un momento que es cuestionada desde determinadas posturas ideológicas?

– Sí, claro. El silencio te amputa, te roba parte de tu identidad, si tú no conoces la historia de tu familia, siendo descendiente de alguien que ha tenido que silenciar una parte importante de su vida, acabas interiorizando que hay algo malo en ello y eso te acaba lisiando como persona, una parte de ti desaparece. Es un alegato en favor de la recuperación de la memoria histórica, no para vengarse ni saldar cuentas con nadie, sino para recuperar la dignidad de muchas familias. Hay quien cuestiona la necesidad de recuperar esa memoria histórica y yo me pregunto si tendrán algún muerto en las cunetas. Hay muchas familias que aún hoy en día necesitan sanar sus heridas para darle sentido a algo tan íntimo como es su historia familiar.

Mireia García, autora de “Las palabras calladas”.

Mireia García, autora de “Las palabras calladas”. / Cedida

– ¿En la elección de ese tema ha pesado el hecho de haber tenido un abuelo republicano represaliado?

– No es una novela autobiográfica porque el tipo de represión que él sufrió fue diferente, pero evidentemente el punto de partida emocional está ahí. Mi abuelo fue republicano y cuando acabó la guerra fue detenido y, como muchos presos políticos, acabó picando piedra en el Valle de los Caídos durante diez años. Murió a los pocos meses de que le indultaran, no le conocí, de él sé muy poco. Sí viví con mi abuela, pero contaba poco y con cuentagotas, sé que escapó varias veces pero lo apresaban y le caían más años de condena, pero no sé más, son los silencios de los que hablo.

– ¿En su proceso de documentación para establecer las rutas que seguían estos exiliados descubrió algo que le hay sorprendido?

– Por mi historia familiar siempre me había interesado por los represaliados franquistas que se quedaron dentro del territorio peninsular, pero todo lo que sufrieron los que se exiliaron a Francia lo desconocía. Me sonaba que hubo campos en las playas del sur de Francia, pero al documentarme me llamó la atención, que a muchos de aquellos exiliado los llevaban a un campo de castigo, primero en Francia, y de ahí los enviaban a otros en el desierto de Argelia para construir la vía férrea del tren transahariano que proyectaba el gobierno francés. Esos acabaron en campos de castigo en el desierto de Argelia. Descubrí que el escritor Max Aub había estado en uno de esos campos y pasó a formar parte de la historia de mi novela, pues uno de mis personajes acaba su ruta en Argelia.

– ¿Y los que se quedaron en Francia cómo fueron acogidos por la sociedad francesa?

– No les trataron nada bien. Se estima que medio millón de personas cruzaron la frontera en esos años de posguerra y los repartieron por campos de concentración, divididos entre militares y civiles. La única forma de salir de allí era trabajar para el gobierno nazi en la Francia ocupada a partir de 1940 o para el ejército francés, el de la resistencia. Muchos lucharon por la libertad de Francia durante la Segunda Guerra Mundial y una vez acabada, a pesar de que habían dado la vida y todas las fuerzas que les quedaban para defender al país, la democracia y la libertad, De Gaulle tuvo la cara dura de decirles “ahora ya podéis volver a casa”. ¿A que casa?. Llevaban cinco años luchando, no tenían a donde ir.

– Usted es socióloga de formación y ha sido guía turística de profesión, ¿cómo se produjo la decisión de abandonar su carrera para apostar por la escritura?

– Ha asido una apuesta personal. He escrito desde que tengo uso de razón, pero la vida me llevó por otro camino porque había que pagar la hipoteca y tener llena la nevera, así que lo de escribir pasó a un segundo plano y se fue quedando en novelas que están en un cajón, y ahí seguirán porque no considero que tengan la calidad necesaria. Llegó un momento de mi vida, a finales de 2018, en que decidí dejar mi trabajo de guía turística, pese a que es apasionante y lo disfrutaba mucho, para apostar por la escritura.

"Me siento como un capullo tardío, como dicen los anglosajones, al publicar mi primera novela pasados los 45 años”

– Y esa apuesta le ha salido bien porque Espasa ha publicado su primera novela, ¿cómo es la experiencia de debutar pasados los 45 años?

– Los anglosajones a esto le llaman ser un late blosom, un capullo tardío, así me siento: muy feliz. Pierre Lemaitre, un autor que me gusta mucho, publicó su primera novela a los 54, o sea que nunca es tarde.

– ¿Cuáles son sus autores referentes?

– Muchos e inconscientemente copio lo que puedo de ellos, en el sentido de que he interiorizado lo que me gusta de ellos. Los escritores que yo quisiera ser y sé que nunca seré porque están tocados por las manos de los dioses son James Salter, en cuanto a estilo, Pierre Lemaitre – su trilogía de entreguerras me parece maravillosa–, o Elena Ferrante – sus primeras novelas son apasionante s–. “Los girasoles ciegos”, la única obra de Alberto Méndez, es para mí la mejor novela en español que se ha escrito en los últimos treinta años.

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