El baile vital de Esperanza Arrondo

La bailarina viguesa formó en su escuela durante casi 40 años a centenares de jóvenes, muchos de los cuales llegaron a ser profesionales en compañías de todo el mundo. En los últimos tiempos, Zuqui está centrada en la escritura -presenta un nuevo poemario el próximo mes- y en la pintura. Y sigue dando nuevos pasos.

Esperanza Arrondo, en una de las clases de su escuela.

Esperanza Arrondo, en una de las clases de su escuela. / José Lores

Amaia Mauleón

Amaia Mauleón

Esperanza no puede negar lo que es: una bailarina. No importa que su escuela cerrase definitivamente sus puertas, tras cuarenta años formando profesionales en Vigo, hace un año. No importan los papeles de la jubilación ni sus 74 años. Esperanza Arrondo, Zuqui, es y será siempre bailarina.

Lo dice su posición erguida, aún sentada en el sofá de su casa. Lo dicen la elegancia de sus brazos. Lo dice su disciplina, su sensibilidad y el empeine de sus pies, incapaz de sucumbir a la calma. Y, sobre todo, no lo puede negar porque si escucha música su cuerpo se pone a bailar sin ni siquiera pedirle permiso. Así que, cuando Esperanza escribe o pinta, sus otros dos grandes talentos, tiene que hacerlo en total silencio.

  • ¿Quién soy?

    “Una mujer amante del arte, la familia y los amigos. Vivo más en una irrealidad que en la realidad”

Esperanza Arrondo ya sabía que quería ser bailarina a los 5 años. Aunque no tenía ningún referente familiar en este arte, el ambiente cultural que se respiraba en su casa sí propició su interés. Su padre era el dueño de la Confitería Arrondo -que heredó de su padre, ubicada enfrente del Teatro García Barbón- lo que animaba tanto a ella como a sus otras dos hermanas a no perderse casi ninguna obra de teatro, espectáculo de danza o musical que llegaba a la ciudad. “Mi padre, además, era actor de teatro, pintaba, hacía fotografía… Él me enseñó a pintar, nos llevaba a muchas exposiciones, nos ponía el mejor cine clásico, y siempre se escuchó mucha música en nuestra casa”, describe Zuqui, que a los 14 años también empezó a escribir.

Su madre, perito mercantil, como era habitual en aquella época, se casó y tuvo a las niñas y no llegó a ejercer su profesión, pero también era una insaciable consumidora cultural. “A nuestra casa era habitual que vinieran pintores como Laxeiro o Leopoldo Varela, y también se reunían en la confitería donde mi padre, más que hacer pasteles, los pintaba y otros los llevaban a cabo”, cuenta.

Esperanza empezó con la danza española de la mano de Pepe Utrera y su esposa Paquita. A los 11 años, viendo el enorme interés de la pequeña, su padre le montó en el sótano de su casa de la calle Romil una sala con barras de ballet y espejos y venía Juanita Antón a darle clases.

Arrondo, con 13 años.

Arrondo, con 13 años. / Cedida

A los 15 años estaba claro que la joven ya había elegido su camino y, tras mucho insistir y acatando la condición de no abandonar sus estudios, Esperanza hizo las maletas para continuar su formación en Madrid. “Me instalé en la casa de mi maestra, Juanita, y acudía a la escuela de Karen Taft. Aquellos dos años fueron maravillosos; trabajaba muchísimo pero estaba feliz porque comenzamos a bailar para la televisión y el cine y estaba encantada con el ambiente y la gente que conocí, ya que numerosos bailarines, músicos y actores como Concha Velasco, Miguel Ríos o Victoria Abril pasaban por la escuela de Miss Taft”.

Tras dos años en Madrid, decidió volver a Galicia para ir a la universidad. También influyó en esta decisión que su por aquel entonces novio, Santiago -y que sería su marido durante cincuenta años-, se iba a instalar en Vigo. “Cursé dos años de Filosofía pero seguía acudiendo a cursos de danza en Vigo y en Madrid cada dos por tres”. Finalmente, la pasión por la danza y el amor se impusieron y Zuqui dejó la carrera para hacer lo que realmente le gustaba: dar clases de danza.

“Comencé con unos pocos niños en el sótano de mi casa, pero poco a poco aquello fue creciendo hasta que en 1992 decidimos comprar un local y crear la escuela, que estuvo cuarenta años en la calle Nicaragua y donde se unieron como profesoras Olivia Maté y Clara de la Cuesta, aunque yo siempre supervisaba todo”, cuenta.

Esperanza Arrondo en su escuela.

Esperanza Arrondo en su escuela. / José Lores

Esperanza no se acomodó a su nueva vida, sino que la inquieta bailarina nunca dejó de formarse. “Cuando yo estudiaba no se daba valor a los títulos; te veían bailar y si valías te cogían, sencillamente. Pero cuando comencé a presentar a mis alumnos a los exámenes en Madrid yo sentí que también debía tener esa titulación”, explica. Así, haciendo un enorme esfuerzo, ya que tenía que compaginar sus propias clases con las que ella impartía, logró sacarse en solo dos años los títulos de Ballet Clásico y Danza Española, formación a la que añadió el Grado en Pedagogía de la danza.

Además, Arrondo quería ofrecer a sus mejores alumnos la oportunidad de subirse por primera vez a un escenario de forma profesional y conocer lo que se hacía en otros lugares de España. Para ello, en 1995 creó el Grupo de Ballet y Danza Española Esperanza Arrondo, que realizaban actuaciones por teatros de toda Galicia durante el verano, contratados por la Diputación de Pontevedra. “La gente al principio desconfiaba, ya que eran bailarines muy jóvenes, pero poco a poco nos forjamos un nombre y el público sabía que iban a ver un espectáculo de calidad”, recuerda la coreógrafa.

Y es que Esperanza tiene el orgullo de haber formado durante todos estos años a bailarines que destacaron en diversas compañías y ganado concursos de danza, en Galicia y fuera, y montado sus propias escuelas, como Inés Núñez, Almudena Salnés, Tatiana Buján, Emilio Freitas, Fátima Salnés, Teresa Gaona, Esther Martínez y Dores André. “Muchos buenos alumnos terminaban dejando la danza, pero estoy convencida de que a todos les quedó para siempre la disciplina, el compromiso y la capacidad de trabajar en equipo, valores muy importantes que aporta la danza. Siempre les inculqué que un bailarín tiene que tener la cabeza bien amueblada”, asegura.

Esperanza Arrondo, con sus alumnas.

Esperanza Arrondo, con sus alumnas. / Cedida

La docente lamenta que los alumnos de los últimos años cada vez mostraban un menor compromiso con la danza y, en general, hacia todas las actividades que realizan. “Creo que hay que enseñar a los niños a terminar lo que empiezan; me encontré con muchos que estaban un mes en la escuela, lo dejaban, empezaban otra cosa, luego volvían… y así no se les enseña el valor del compromiso y el esfuerzo”, opina.

Advierte también que la incomprensión hacia los varones en la clase de danza creció en los últimos años. “Llegué a tener siete chicos en mis clases y no había ningún problema; ahora son incluso los padres los que rechazan que los chavales tengan esta afición”, asegura Arrondo.

Todo este periplo profesional lo hizo Esperanza contando siempre con el apoyo de su marido. “Él era ingeniero técnico y, aunque su profesión no tenía nada que ver con la mía, siempre me apoyó”. “Fue, sin duda, el gran amor de mi vida”, añade con tristeza, ya que falleció a principios de verano y aún el dolor está muy presente.

Tampoco renunció a la maternidad. “Con 25 años tuve a mi primer hijo, Santi, y luego llegaría Alberto. En ambos embarazos estuve dando clase hasta el final y solo me cogí un mes de descanso tras el parto; no podía hacer otra cosa, pero no lo sentí como un drama, ya que adoro mi trabajo; he sido muy feliz haciendo siempre lo que me apasiona”, justifica.

Sus hijos nunca pisaron la clase de baile, pero sí heredaron la pasión por la música y el dibujo de su madre: uno es músico y el otro arquitecto.

Esperanza fue capaz de compaginar sus diversos talentos -la danza, la pintura y la escritura- en su día a día. Era ella misma la que durante años escribió los cuentos que sus alumnos bailarían a final de curso, ideaba las coreografías y pintaba unos extraordinarios decorados que daban un brillo especial a las actuaciones. “Era muy trabajoso, pero disfrutaba mucho viendo la reacción de las familias”.

Despedida con Olivia Maté y Clara de la Cuesta, las otras 2 profesoras de su escuela.

Despedida con Olivia Maté y Clara de la Cuesta, las otras 2 profesoras de su escuela. / Cedida

El último festival de la escuela de Esperanza Arrondo se celebró en 2022 y el 30 de junio la escuela cerraba definitivamente el telón. “Ya no podía dedicarme en cuerpo y alma a la escuela, sobre todo durante la enfermedad de mi marido, por lo que sentía que había llegado el momento de cerrar”, explica.

En este momento de su vida Esperanza está dedicada a la pintura, a escribir y a leer. “Me gusta también salir con mis amigas y, por supuesto, disfrutar con mi familia y mis tres nietos, pero realmente necesito estar a solas, tener mi tiempo para crear”, afirma la que es autora de diversos poemarios, ensayos y otros relatos, algunos de ellos premiados en concursos y certámenes.

En las próximas semanas verá la luz su nuevo poemario, Mar diminuto (Ed. Discursiva) el cuarto en solitario, que dedica a su marido fallecido y en el que, tal y como hizo en otros títulos, ilustra ella misma algunos de los poemas.

Esperanza Arrondo, con algunas de sus obras.

Esperanza Arrondo, con algunas de sus obras. / José Lores

Lo que no falta nunca en la rutina diaria de la viguesa son los ejercicios, calentamiento y estiramientos que, como bailarina, realiza desde que tiene uso de razón. “Es algo natural para mí, como respirar o comer”.

Pasos, trazos o líneas. El baile vital de Esperanza Arrondo.

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