Anabel González | Psiquiatra y Psicoterapeuta

“Al miedo hay que abrazarlo”

“Para asimilar las emociones, tenemos que permitirnos sentirlas; no hay soluciones mágicas”, dice la autora del libro '¿Por dónde se sale?'

Anabel González estará mañana en Club FARO.

Anabel González estará mañana en Club FARO. / Ana Rodríguez

La psiquiatra, psicoterapeuta y doctora en Medicina Anabel González conjuga el ejercicio de su profesión en el Complexo Hospitalario Universitario de A Coruña (CHUAC) con la divulgación de libros sobre salud mental. La autora de 'Lo bueno de tener un mal día' y 'Las cicatrices no duelen' ha vuelto a las librerías con '¿Por dónde se sale?' (Planeta), un manual donde nos enseña a entender y gestionar el miedo, una emoción básica que influye en nuestro bienestar psicológico e incluso físico. Estará mañana, lunes 22 de mayo, en el Club FARO, en el museo MARCO de Vigo, a partir de las 20 horas.

–¿Qué es el miedo?

–Es una emoción básica muy primaria, una señal de alerta que nos advierte de que algo es peligroso y que debemos protegernos, pero cuando se va enredando a veces se convierte en una fuente de bloqueo que nos interfiere en muchas cosas en la vida.

–Si es una emoción necesaria para la supervivencia humana, ¿cuándo se vuelve dañino para nuestra salud?

–Hay veces que pasa algo peligroso y es normal que nos active el miedo, pero luego se queda metido en el cuerpo toda la vida y si luego suceden cosas que nos hacen conectar con lo vivido, nos bloqueamos. Otras veces se queda pegado a objetos o situaciones que no son peligrosas, por ejemplo me pasa un pequeño accidente en el coche que se queda en un susto, pero luego me da miedo conducir o incluso ir en coche con alguien, el miedo se extiende, se generaliza y aparece ante cosas que no son peligrosas; es ahí donde ya hay un problema.

–¿Es el origen de la ansiedad, el pánico y la angustia o no siempre?

–La ansiedad es una complicación de esa emoción básica, es un miedo que se proyecta al futuro y nuca se tranquiliza, piensas “podría pasar esto” y no confías en tus propios recursos para sentirte seguro, estás pensando todo el rato cosas malas que te podrán pasar y angustiándote desde la idea de que no serás capaz de resolverlas.

–Sitúa el antídoto ante esos temores patológicos en el apego que se genera en la infancia, ¿qué ocurre si no lo hemos adquirido en esa etapa de nuestra vida?

–El apego es un sistema por el que nos vinculamos a una persona que nos cuida y en base a eso se forman unos patrones que son o de seguridad, o de inseguridad, o de caos. Si he crecido con sensación de seguridad, aunque venga una situación difícil, me siento medianamente seguro de que la podré afrontar. La seguridad se puede aprender, pero no es magia, no sale de una intervención sencilla ni de un truco, es algo que tiene que crecer. Si no ha crecido en la infancia, después tengo que dedicarme el tiempo necesario para poder volverme una persona más segura. Y el problema aquí es que buscamos por donde no es, acudimos a cosas que nos calman de forma rápida y no nos centramos en un proceso que lleva un poco más de tiempo.

Decir que en la sanidad pública tenemos la cuarta parte de los psiquiatras que necesitamos es quedarse corto

–Advierte que los pensamientos mágicos no son la solución, ¿qué son esos pensamientos mágicos y qué nos aportan?

–Un ejemplo es “voy a decirme un frase mágica tres veces y todo cambiará” o “voy a encontrar una pastilla y a partir de que la tome todo será completamente diferente”. Una cosa es que tenga un problema puntual, que tenga dolor de cabeza un día y me tome un analgésico, pero si tengo mucha tendencia a tener dolores de cabeza y no entiendo porqué se me producen, que a lo mejor tiene que ver con que estoy muy tenso o estresado, tomarse pastillas todos los días no es la solución. En general, las respuestas mágicas son rapidísimas, superefectivas y a prueba de todo, pero en la vida hay cosas que requieren un proceso más lento, van despacio y hay que construirlas.

–También es peligroso el miedo que no sentimos, amortiguamos o enterramos con control externo porque da lugar a adicciones a sustancias, objetos, actividades o personas, ¿es ese el origen de todos los enganches emocionales?

–Un elemento común que tienen todas las emociones es que para digerirlas tenemos que permitirnos sentirlas, cuando nos da miedo sentir es cuando todo se lía porque no dejo que el sistema nervioso haga el proceso de asimilación de esas emociones. Hay personas que tienen un miedo subyacente pero saltan a la rabia, están siempre a la defensiva, la emoción que se les hace más evidente es el enfado, pero debo debajo hay un miedo que no reconocemos tan fácilmente porque vamos de fuertes o no queremos ser débiles, por diferentes motivos. Esa es una de las posibilidades, hay muchas más.

–Sostiene que para perder el miedo o el dolor hemos de abrazarlos, ¿qué significa?

–Que hemos de quedarnos con esas emociones el tiempo suficiente para que se deshagan. Lo explico con la metáfora de un gato asustado, al que no agarras fuerte para calmarlo porque no lo conseguirás y saldrás mal parado. A un gato tienes que ir mandándole señales de calma, quedarse tiempo con él; eso sería como abrazar el miedo. Si nos peleamos con nuestras emociones, crecerán, nos arañarán como el gato asustado. La mayor fuente de complicación del dolor es todo lo que hacemos para no sentir una emoción que está ahí. Esto sucede con las pérdidas: si asumo que esa pérdida se ha producido, el dolor desaparece poco a poco; si me niego a aceptarla, nunca lo asimilaré, estaré siempre en la casilla de salida.

–Dice que “a veces los porqués son solo látigos con los que flagelarnos por estar mal, por ser débiles o por no ser capaces de afrontar la vida”, así que “tomémonos como una persona a la que queremos”. ¿Lo que ocurre es que no nos queremos?

–No nos cuidamos. Si estamos mal, lo lógico sería hacer cosas que nos ayuden, pero a veces hacemos cosas que nos hacen sentir peor; es como si llevásemos al enemigo incorporado y nos hacemos la vida más complicada. Nos machacamos por algo que nos pasó, por estar mal, porque nos duele, porque no nos tendría por qué doler, porque no sabemos por qué nos duele, y eso no hace jamás que nos duela menos, sino que genera dos problemas: el dolor, por un lado, y yo machacándome, por otro.

–España está a la cabeza en consumo de ansiolíticos y antidepresivos, ¿considera que se está abusando de estos fármacos?

–Sí, y se están usando bastante mal, los ansiolíticos son como los calmantes, no solucionan el problema de base, son necesarios en un momento, pero si lo único que hacemos es tapar agujeros sin ver de dónde está saliendo el problema, no resolvemos nada. Una medicación se combina con un proceso de cambio de los factores estresantes que el paciente está teniendo o de entender mejor lo que le está ocurriendo. La medicación sola es un parche.

–Establece diferencias entre seguridad y autonomía, ¿ambas son igual de necesarias?

–La autonomía se relaciona con la seguridad, que es más amplia. Soy una persona más segura cuando soy capaz de hacer las cosas sola y a veces apoyarme en los demás; voy a ser una persona insegura si siempre me tengo que estar apoyando en los demás, pero también, aunque no lo parezca, cuando no recurro a los demás así me muera. Si nunca busco apoyo, voy a sobrecargarme y probablemente voy a funcionar peor. La autonomía combinada con la capacidad de pedir ayuda y dejarse ayudar es el lugar donde se funciona de manera más segura para resolver situaciones.

Los ansiolíticos se están usando bastante mal, son como calmantes necesarios para un momento y han de combinarse con un proceso de cambio de los factores estresantes

–La inseguridad genera dos patrones opuestos de conducta, la del distanciante y la del preocupado, ¿dónde debemos situarnos?

–Las personas distanciantes no conectan bien con sus propias necesidades ni con las de los demás, pueden tener personas cerca, pero nunca llegan a un nivel de intimidad profundo; meten en el subterráneo todas las emociones que no aprecian y eso puede hacer que enfermen, incluso físicamente. El preocupado es exactamente lo contrario, está todo el tiempo reconcomido en la emoción y en su relaciones a veces falta el sentido común y la capacidad de análisis. Lo ideal es situarse en el término medio.

–Se dice que la resiliencia es la capacidad más poderosa del ser humano, ¿se nace con ella, está en un lugar del cerebro, o se cultiva?

–No está en un lugar del cerebro y tiene mucho de aprendido, podemos tener un temperamento de base que nos lo ponga más fácil, pero se va modelando con diferentes aspectos, como el modelo de crianza o las personas que nos vamos encontrando en la vida. Tener amigos es un factor protector en la salud mental, pero para poder establecer relaciones de amistad tengo que entender cómo funcionan esas relaciones, mi mente y la de los demás.

–Ante el aumento de tasas de ansiedad y depresión en los adolescentes cabe que preguntarnos qué estamos haciendo mal.

–No podemos obviar la pandemia, estamos en la resaca del tsunami que nos ha pasado por encima en los últimos años y que ha afectado más a los adolescentes por estar en una edad en que es necesaria la relación de pertenencia a un grupo y se le ha cortado. También hemos de reflexionar sobre si los estilos de crianza que tenemos son los que generan mayor nivel de seguridad. Los chavales están hiperactivados, estamos preocupados con la hiperestimulación y las actividades extraescolares múltiples, y eso ya lo veíamos antes de la pandemia.

–¿Qué aconseja a los padres?

–En la medida en que nos dejen, porque en la adolescencia el consejo de los padres no es lo que más buscan, les podemos ayudar a pensar o por lo menos que se sientan entendidos. Tenemos que abrazar también el malestar de nuestros hijos, pasarlo a su lado y no ir corriendo a buscar soluciones rápidas, hay que darles tiempo; si nos desesperamos, les transmitimos esa desesperación; si les acompañamos mientras están mal, van aprendiendo de nuestra paciencia.

– Como psiquiatra del sistema sanitario público, ¿cómo absorben el incremento de pacientes?

–Decir que no tenemos ni la cuarta parte de los psiquiatras que necesitamos es quedarnos cortos. Estamos muy debajo de poder dar una atención digna a las personas, hay muchísima demora en las primeras consultas y los objetivos del hospital es que se vean más pacientes aunque se vean peor. Que un terapeuta solo vea media hora cada tres meses a un paciente es impresentable. Es muy quemante para los profesionales tener la sensación de no poder estar haciendo aquello por lo que elegimos esta profesión.

–Usted es presidenta de la asociación española de metodología terapéutica EMDR, la cual no tiene el apoyo unánime de la comunidad científica, ¿puede decir en qué consiste y defenderla?

–Las guías clínicas internacionales, que son los consensos de expertos, dicen claramente que es una de las terapias más reconocidas, la cantidad de investigación que hay es importante y la OMS la recomienda desde 2013. Al ser una terapia más nueva, las personas que llevan más tiempo trabajando con otros abordajes pueden tener una cierta resistencia. Es un tipo de terapia orientada al trauma en la que se trabaja sobre recuerdos de experiencias que no se han podido asimilar y siguen activos y lo que se hace es desbloquear el sistema nervioso a través varios sistemas, uno de los cuales es un tipo de movimiento de los ojos. El efecto es que, al trabajarlo, el recuerdo pierde fuerza y ya no molesta ni afecta.

Suscríbete para seguir leyendo