Mi abuela, su ángel y el vuelo por mi memoria

Soñé que sobrevolaba las tierras de mis ancestros.

Soñé que sobrevolaba las tierras de mis ancestros. / FDV

Fernando Franco

Fernando Franco

Cuando le faltaba poco para morir pero aún se mantenía en pie, mi abuela Amalia sentía la presencia de un extraño ser invisible para mí al que decía de vez en cuando, levantando su bastón: “¡Márchate tú, que yo no me quiero ir!”. Yo le decía, desde mi preadolescencia: “Abu ¡aquí no hay nadie, a quien amenazas con tu bastón!”. Y no solo no me creía sino que me decía que yo era muy joven para ver cosas del más allá y que a quien mandaba a paseo era a un ángel empeñado en llevársela para siempre. A los pocos días supe que tenía razón y que el ángel la había convencido. Se fue sin una queja, sobradamente confesada incluso de los pecados que no cometió.

Mi abuela era una mujer de fe con muchos santos a los que recurrir, no como nosotros que somos tan pobres de espíritu que solo creemos en lo que vemos. Y mi familia, en general, siempre recibió la muerte con gran presencia de ánimo y tanta educación que sus mayores se fueron muriendo antes de tener que necesitar cuidados especiales, para no molestar a los suyos y no originar a la Seguridad Social más gastos.

Escribo de mi abuela Amalia, de la que heredé su reloj de pared y cuya hija y tía mía cumplió estos días 99 años en Nueva York, porque anoche soñé con ella y con este episodio angélico que cuento. Apenas recuerdo del sueño que después volaba por sus tierras maragatas, sobrevolaba el Val de San Román y veía allí abajo a mi tío Magín con una rebanada de pan de hogaza y un trozo de tocino sobre ella que iba cortando con su navaja, sentado en el poyo exterior de su casa. Llegué a oír a su mujer, Paulina, aquella humanidad cuyos cien kilos eran equiparables al peso de su bondad, llamándole desde la cocina, en la que aún no se conocían neveras.

De repente, en mi sueño volvía a ver a mi abuela, de tan voluminosa presencia como su sobrina Paulina, y yo le gritaba desde el aire ¡abuela, abuela! pero ella no me veía y mi cuerpo giró desde los campos de Castilla hacia arriba, dejando atrás las tierras yermas y pajizas de la maragatería para entrar en segundos en otras esmeraldas de mis ancestros cantabrones, el otro ala de mi familia de allá por el río_Nansa. Vi allá abajo saludándome a mi madre con su sonrisa sempiterna pero tan joven que yo aún no había nacido, y mi tía Lola estaba a su lado comiendo una manzana de las fincas de mi abuelo José María, que había sido herrero, ganadero, dueño del Corte Inglés del hermoso poblacho de Puentenansa, concesionario de la telefónica y de Correos y, por tanto, perseguido en la guerra por los rojos.

Qué extraño sueño fue este que me permitió volar sobre las tierras de mis mayores? Algo tendría que ver con mi reciente viaje a Puentenansa para reunir como primogénito que yo soy a mis primos carnales y a sus cónyuges en una cena montañesa y llevarles a cada uno un regalo que no tenía precio: un álbum de fotos primorosamente editado con las últimas técnicas de impresión en el que se recogían imágenes de nuestros abuelos comunes, de los padres de cada primo en sus momentos estelares y de cada uno de ellos ya con sus descendencias. En estos tiempos de tanta fotografía fácil ya no se hacen álbumes que perpetúen la memoria de una familia.

Víktor Frankl  El hombre en busca de sentido

Víktor Frankl El hombre en busca de sentido

Pero ¿porqué ese sueño, ese vuelo por las tierras ancestrales de los míos? Mientras desayunaba me di cuenta de que me había dormido leyendo de Víktor Frankl  El hombre en busca de sentido y me emocionó cómo en su cautiverio nazi, la memoria de su mujer le daba fuerzas para resistir el atroz paisaje del campo de concentración en que estaba internado padeciendo frío y brutalidades sin cuento. Recomiendo encarecidamente este libro de pocas páginas y gran enseñanza sobre la vida en los bajíos de la muerte y cuya lectura provocó quizás mi sueño. No solo la familia, su memoria y esperanza de su recuperación fue un soporte para la supervivencia de su autor. Tras cada uno de los hombres y mujeres maltratados allí peor que a bestias, reducidos a la peor condición animal, estaba una familia digna de ser contada reducida a escombros por los hijos de Satanás nazis. Y a veces te das cuenta de su importancia demasiado tarde.

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