Sálvese quien pueda

Esa inmoral mirada hacia otro lado

Menores palestinos, entre escombros.

Menores palestinos, entre escombros. / FDV

Fernando Franco

Fernando Franco

Hay gente que solo favorece a la humanidad el día que muere, como aquel Amadeo Argensola del “Paraíso” de X. Carlos Caneiro. Gente que se alimenta con el infortunio de los demás y que hoy puedes hallar en muchas partes, por ejemplo en determinados dirigentes israelíes empeñados en una tarea que bordea el genocidio. ¿Es que ya no hay límites, ya no hay esas líneas rojas, ese sistema de protección de los derechos humanos que se estableció tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial? Nada hay menos apetecible para mí que escribir sobre materias de densidad política o complejidad internacional que escapan a mis entendederas. Doctores tiene la Iglesia para que se equivoquen ellos y no uno, que preferiría hablar de la vida cotidiana. Sin embargo ¿podemos callar, mirar hacia otro lado cuando precisamente a cuatro horas de avión son expulsados, arrinconados, humillados, acosados por el hambre y la devastación, cuando muere cada día gente de nuestra propia condición humana, un padre, una madre, un hijo o un nieto como los nuestros? ¿Son de diferente calidad humana porque cubran sus cabezas con pañuelos palestinos?

 Asistimos desde lejos a verdaderas matanzas en países del Tercer Mundo –Sudán, Afganistán, Etiopía…- como si nos hicieran menos mella porque los envolvemos en una consideración de pueblos en estado tribal y medio asalvajados que aún deben pasar por un largo proceso cultural y democratizador. Allá ellos, que se maten a hachazos, nos atrevemos pensar como si nos doliera menos. Incluso podemos contemplar en el mundo desarrollado la agresión imperialista y criminal de Rusia contra Ucrania con cierto entendimiento porque vemos dos poderosos ejércitos en liza. Pero, ¿qué vemos en Oriente Medio sino un pueblo desarmado perseguido por un aparato bélico dotado con las últimas tecnologías de la muerte, y que se disculpa en la búsqueda de unos cuantos terroristas que antes han perpetrado a su vez, y en su más baja condición animal, un asesinato de israelíes en medio de una fiesta? Sí, pero ello no disculpa esta agresión rayana en el genocidio que aplican a todo un pueblo.

Parece que cualquier límite, hoy en día, se ve como una restricción intolerable, decía Muñoz Molina en días pasados, y no solo en la guerra sino en la vida cotidiana, en la comida, en la vivienda… conjugando los intereses más voraces del capitalismo con fantasías de emancipación radical. No hace falta definirse como propalestino –yo no me siento como tal– para denunciar la barbarie israelí en su política de tierra quemada. Es algo que nunca hará bueno el Holocausto que sufrieron los judíos pero destroza su reputación como pueblo incluso ante los que lo hemos admirado por sus progresos, sus premios Nóbel y su organización social, ahora mancillada por una extrema derecha en el poder anclada a naftalínicas interpretaciones bíblicas.  

Nadie en su sano juicio puede negar la existencia allí de crímenes de guerra, y sin embargo es una realidad a la que nos estamos acostumbrando, que estamos normalizando como los asesinatos selectivos que violan los principios más fundamentales fijados tras la última contienda mundial. En el orden bélico, da la impresión de que el mundo se degrada cada vez más y hasta parece desaparecer ese orden creado tras 1945. ¿Es posible que sigamos mirando los ciudadanos de a pie hacia otro lado, que no se levanten las universidades, que no haya una reacción contundente contra esta inadmisible atrocidad, este desprecio del Derecho Internacional? ¿Tenemos que seguir viendo a una madre abrazada al cadáver envuelto en una sábana de su hijo? ¿A una niña que pudiera ser nuestra hija o nieta tirando, hambrienta y llorosa, de un carro con una bombona para hacer fuego? ¿A menores vendados, desorientados y huérfanos, perdidas sus familias en un bombardeo? 

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