De cómo hasta el adulterio está demodé

Es un coñazo lo de los tríos estables.

Es un coñazo lo de los tríos estables. / fernando francofernando franco

Fernando Franco

Fernando Franco

Cuando le dije a mi mujer, sí, a la última, la que todavía no me ha abandonado, que tenía cena de empresa allá por Navidades, noté un halo de desconfianza en su mirada. Aún estaba reciente lo de Alba Carrillo, que no solo enamora a casados sino que factura por ello vendiéndolo a la prensa rosa. “No me harás un albacarrillo”, le oí decir constatando mis sospechas. ¿Yo? –respondí poniendo un aire entre sorprendido e indignado. “Pero si no voy a la del periódico, voy a una de mi última empresa, el Imserso…” espeté en mi defensa con galaico sentido del humor. Mi mujer, a la que le llevo no muchos años menos que a mi hijo , no se anduvo por las ramas: “Peor. Habéis llegado a una edad en que no creéis en casi nada y os entregáis a todo con mucha ligereza. Esa edad en que andan por ahí muchas mujeres que se han dado cuenta del tiempo que han perdido con las que hay que llevar la armadura puesta”.

Bueno, ya se sabe cómo son las relaciones de pareja y que las primeras que desconfían de las mujeres son las otras mujeres. Yo no voy a mentir, ahora que Bárbara confiesa abiertamente sus relaciones con el rey aunque, como Alba Carrillo con la Guardia Civil, lo rentabilice y saque un buen dinero por ello. ¿Qué haríamos los casados sin mujeres tolerantes con nuestro matrimonio como Bárbara Rey? Estaríamos condenados a la fidelidad, que es una virtud, un deber, un compromiso ético indiscutible, sí, ya sé, coño, me lo vas a decir a mí, pero se lleva con mucha dificultad. Gracias a Dios existe el síndrome de Fortunata, que se inventarió de la Fortunata y Jacinta de Galdós y dice la psicología que lo padecen mujeres que se involucran afectivamente con hombre casados estableciendo relaciones de dependencia con ellos. Bueno, qué te voy a contar, yo tríos he hecho los justos y hasta conozco como a mí mismo a un tipo que en esa tarea cayó estrepitosamente al suelo desde la cama (o  le abalanzaron) porque vio desde abajo que había nacido inesperadamente un nuevo amor... entre ellas. Los tríos ocasionales no te digo que sean malos o buenos pero los estables son un coñazo, un foco de tensión continua, un vivo sin vivir en mí que allá cada cual pero ten cuidado, primo.

Antes a esto se llamaba adulterio, que sigue estando mal visto pero ahora, desde que Ione Belarra (a lo mejor no fue ella) nos avisó de que hay tantos tipos de género, incluso el que a uno le apetezca, y de relaciones de pareja, parece que el adulterio se ha quedado demodé, desfasado el pobre. Es una pena porque siempre dio mucho juego, sobre todo en la literatura por el morbo que llevaba ese incumplimiento de contrato, ese abuso de confianza del cónyuge. Desafiar las posiciones morales siempre les dio mucho juego a los novelistas, esos seres que no han mojado nunca y por eso escriben. Como dicen los textos canónicos, “la literatura occidental comienza, por un lado, con una crisis matrimonial bíblica (Abraham, el primer hebreo, se acuesta con la sierva de su mujer) y, por otro, con el famoso acto de adulterio griego conmemorado en la Ilíada de Homero, cuya trama se pone en marcha por el loco asunto entre el príncipe troyano Paris y Helena de Troya”.

Yo he llegado a la edad ideal para no cometer adulterio, incluso para practicar con denuedo la fidelidad pero, en todo caso ¿a quién le importa el adulterio si, según nos cuenta Belarra (a buenas horas), han surgido los poliamorosos (bueno, esos ya los teníamos pero no estaban declarados), los soloamigos, las parejas híbridas en que uno sí pero el otro no, las abiertas en que los dos... y encima no sabes seguro con qué género te acuestas y con cuál te levantas porque uno puede llegar a la cama con un neither y al día siguiente se despierta con un trans o un no binario o un fluido. Pronto el adulterio, en esta sociedad que quiere tolerarlo todo, será un modo de relación que generará derechos. 

Suscríbete para seguir leyendo