Sara Fernández Blanco | Maestra jubilada de Silleda

“A las escuelas fui en el coche de San Fernando, en bici... y, al final, en coche”

“A mis cien años me sigue gustando la lectura, sobre todo la historia; también ver la televisión, el cine y la música”

Sara Fernández Blanco, en la celebración de su centenario.

Sara Fernández Blanco, en la celebración de su centenario. / Cedida

Xan Salgueiro

Xan Salgueiro

“Hoy, los recuerdos van y vienen. Son muchos los años transcurridos”, dice Doña Sara, como le llamábamos sus alumnos del colegio público de Silleda. La maestra jubilada se convirtió en centenaria el 6 de septiembre de 2023, lo que no es óbice para que mantenga sus aficiones: “A mis cien años me sigue gustando la lectura, sobre todo la historia. También me gusta ver la televisión mucho, el cine y la música”, confiesa.

Nos recibe en su coqueta casa del Barrio das Baratas, hogar donde crió a sus dos hijos, José Manuel y Sara, de 67 y 65 años, junto a su esposo, Virgilio Méijome Fernández, guardia civil de Cangas (Lalín) fallecido en 1981 a los 66 años. “Salgo al patio cuando está buen tiempo”, cuenta la mujer, cuya principal dolencia son los problemas de oído. Con ella reside su primogénito, también docente jubilado, que le proporciona cuidados y compañía.

Doña Sara, en su casa, el día de su aniversario.

Doña Sara, en su casa, el día de su aniversario. / Cedida

Sara Fernández Blanco nació el 6 de septiembre de 1923 en la aldea de A Devesa de la parroquia de Carmoega (Agolada). Fue la mayor de cuatro hermanas, todas maestras. “De niñas íbamos a la escuela de la parroquia lalinense de Cangas, porque nuestra madre era la maestra. Durante el curso residíamos allí y las vacaciones las pasábamos en A Devesa, en Carmoega”. Luego se fueron a estudiar en Pontevedra, en cuya Escuela de Magisterio obtendría el título de Maestra de Primera Enseñanza.

La maestra con su esposo, 
Virgilio Méijome, y sus dos hijos, 
José Manuel y Sara.

La maestra con su esposo, Virgilio Méijome, y sus dos hijos, José Manuel y Sara. / Cedida

Lo de ser maestra le venía de familia, aunque no siempre le gustara ir a la escuela. “Cuando tenía 6 años o así, en Carmoega, escapábamos de la escuela y nos escondíamos en alguna casa. No queríamos ir porque veíamos a las otras niñas que eran mucho más grandes”, rememora. Cuando ella tenía 7 años y tras haber pasado también por A Retorta (Laza), su madre fue a dar clase a Cangas y se instalaron en la aldea de Cancelas, en donde, recuerda, “nos tuvieron que hacer el local desde que fuimos a vivir allí”.

Ya con el título de maestra bajo el brazo, Sara inició un periplo por “muchas escuelas unitarias de la provincia de Pontevedra”, la mayoría de las cuales ya no existen. Menciona las de Friufe (Agolada), Lalín, A Estrada, Gres, Añobre (Vila de Cruces), Santa María de Doade... “Mi primer destino como maestra propietaria fue en la parroquia de Maceira (Lalín). Como anécdota, puedo contar que a esa escuela asistían dos niñas mudas que, cuando no les comprendía bien qué querían decirme, eran los mismos alumnos los que me ayudaban a interpretarlas. Tenía muchas alumnas y de diferentes edades. Los mayores ayudaban a los pequeños”.

Sara, con su hijo de la mano, en medio de las ‘hijas de María’ en Siador. 
Al fondo, con gafas, el también maestro Fernando Mosquera.

Sara, con su hijo de la mano, en medio de las ‘hijas de María’ en Siador. Al fondo, con gafas, el también maestro Fernando Mosquera. / Cedida

¿Cómo era la vida de una maestra de escuela en el rural gallego? “En aquellos tiempos, los maestros solíamos hospedarnos en casa de alguna familia próxima a la escuela. O, incluso, en la misma escuela si estaba acondicionada. La gente nos ayudaba mucho. Las que teníamos hijos pequeños, como fue mi caso, los dejábamos con ellos en sus casas y llegaban a cogerles mucho cariño. Para llegar a las escuelas tengo ido en el coche de San Fernando, en bicicleta... y al final, en coche”.

Doña Sara, en su etapa da maestra en Siador.

Doña Sara, en su etapa da maestra en Siador. / Cedida

Su última “escuela de niñas” fue la de Siador (Silleda), en donde se estableció en torno a 1956. Luego, a mediados de los setenta, se concentraron todas las escuelas en el Grupo Escolar, el mismo que existe en la actualidad. “Ahí me jubilé y mis compañeras y compañeros se portaron muy bien conmigo”, relata Sara, que recuerda a muchos, “especialmente a los más cercanos por edad, como Maruja Valcárcel, Reginita, Mercedes Trabazo, Clarita, Pilar, Carmen...y también a los compañeros, Fernando Mosquera, José Soto, Bibián, Olivo, Manolo...”.

Sara, rodeada por su familia el día de su centenario.

Sara, rodeada por su familia el día de su centenario. / Cedida

“Y... ¡cómo no! también tuve muy buenas alumnas y alumnos. Al enseñar en los primeros cursos, fueron muchos niños y niñas los que tuve, y a algunos los recuerdo más por algún detalle, pero todos eran muy buenos y educados”. Da fe de ello una caja de recuerdos con fotos que le fueron enviando por sus primeras comuniones, por ejemplo.

¿En qué ha cambiado la profesión de maestra? “En aquellos tiempos era muy diferente el ejercicio de la profesión. No había tantos recursos materiales como hoy, pero, en general, creo que éramos mucho más respetados y considerados tanto por los padres como por los alumnos. Hoy, más que nunca, los que se dedican a la enseñanza están mejor preparados académicamente, pero necesitan tener mucha vocación porque la tarea es muy difícil. Son otros tiempos”.

Y respecto al pueblo que la acogió, ¿cómo de la evolución de Silleda? “Hoy el pueblo de Silleda es muy diferente al que conocí. La vida cambió mucho. Mis hijos estaban siempre en la calle jugando. No había mejor pasatiempo para ellos. Había muchos niños y familias numerosas. Ahora tengo tres nietos y dos bisnietos”.

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