El 14 de mayo de 2012, mañana mismo, cumplirá 98 años quien, como él es, tras fallecer Fernández del Riego, Isaac Díaz Pardo y Xaime Isla, el último de los representantes vivos de aquellas Mocedades Galeguistas y Partido Galeguista de los años 30 del pasado siglo. Avelino Pousa Antelo tuvo en su vida hasta hoy tres pasiones: una, la enseñanza, con un criterio renovador y progresista. Su escuela fue un oasis en medio de la alienación de la franquista. Otro, el galleguismo y defensa de la lengua, que le llevó incluso en los años 70 a recrear el Partido Galeguista desaparecido con la guerra civil, del que fue presidente y por el que formó parte del Estatuto dos Dazaseis, reunido en 1978 en Galicia; una tercera pasión, el mundo agrario, en el que fue un experto educador e investigador y defensor a ultranza del cooperativismo. Articulista feraz, es presidente de la Fundación Castelao y sobre él escribieron libros Valentín Arias (Galegos na Historia), Xan Leira (Lembranzas e Reflexións) o Amancio Liñares (Conversas con A. Pousa Antelo). Los premios y distinciones que recibió son innumerables. Traducimos del gallego sus palabras.

>> La infancia. “Yo nací un 14 de mayo de 1914 en una aldea de la parroquia de San Juan de Barcala, Ayuntamiento de A Baña, en la provincia de A Coruña, en una familia numerosa de nueve hermanos, seis mujeres y tres hombres. Mi abuelo era un labrador de una aldea de esta parroquia, Arzón. De aquella seguramente fuese el labrador mas importante: tenía un hórreo de cinco claros, y un pombal grande, una pareja de bueyes, nueve vacas… Mi padre era vendedor ambulante de tejidos y se asentó allí cuando casó con mi madre y abrieron una tienda “de todo”. Con una camioneta extendía ese comercio por la comarca. En vez de emigrar, recorría Galicia. A mí me puso Avelino como él, así que para distinguirnos me llamaba “Avelucho” y me quedó “Lucho o do Peto” por un peto de ánimas que había en la casa familiar”.

>> Los estudios. “Fui a las pobres escuelas que había por allí, a veces con maestros a quienes no entendíamos su castellano. Ingresé en el seminario en 1926, a los 12 años, y allí estuve cinco, en los que aprobé seis cursos, casi todos con “meritísimos”, que eran sobresalientes. Iba a cumplir 17 cuando se proclamó la II República y aproveché esas jornadas convulsas para salir del seminario. Aquel sistema cuartelero ya no iba con mi forma de pensar y no oculto que empecé a sentirme más estimulado por el bambolear de las faldas que por el de las sotanas. Llamé a mi padre y le dije que quería salir, argumentando cosas como el peligro que corríamos de que prendieran fuego al edificio. Fue en el comienzo del curso de ese año, 1931, cuando ingresé en la Escuela Normal de Santiago. En 1935 obtuve el título de maestro de Enseñanza Primaria y oposité al Magisterio Oficial en 1936 pero los resultados de la sublevación militar anularon esta oposición. En 1941, ya con el nuevo régimen, tuve que examinarme de dos cursos de religión para opositar otra vez a Magisterio, pero me rechazaron por el informe negativo de un cura santiagués que dijo que era un peligroso rojo separatista”.

>> Inquietudes galleguistas. “Pocos días después de proclamada la República, 1931, más concretamente el 10 de mayo, fui a a un mitin de promoción gallega en el Teatro Principal de Santiago. Allí hablaban Antón Vilar Ponte, Álvaro de las Casas, Valentín Paz Andrade, Carballo Calero y Castelao. A mí me impresionó, me dejó “abraiado” el modo tranquilo, natural y profundo de hablar de Castelao hasta el punto de que salí de allí marcado como galleguista de por vida y entraría después en las Mocedades Galeguistas. Cuando salí, me abracé a mi amigo Francisco Ogando y le dije: ‘Acabo de encontrar el camino de mi vida’. A partir de ahí empecé a ir por la imprenta de Anxel Casal, luego alcalde de Santiago (que me llamaba “o pousiña”) y por la peña que se reunía en el café Derby”.

>> La peña del bar Derby. “Había una peña, la de los galleguistas que era en el “Bar Derby”, la media docena de jóvenes que íbamos allí, si había sitio nos poníamos con ellos si no, nos poníamos en una fila, en unas mesitas, que había pegadas allí y… soy capaz de situarla aún hoy. Escuchábamos a aquella gente como si escucháramos casi a seres sagrados. Intuíamos que teníamos delante la generación más importante que tuviera Galicia, seguramente, a lo largo de toda su historia. Pensábamos que teníamos el porvenir de Galicia en nuestras manos, y nos entregamos con ilusión a aquel ideal”.

>> Y vino la guerra. “Al ingresar en filas del ejército a principios de 1936, observé que en los cuarteles y en la vida militar no habían entrado las ideas democratizadoras de la República. Aprovechando un permiso, colaboré en la campaña por el Estatuto de Autonomía y en ese tiempo estalló la rebelión. Primero decidí no volver -compañeros míos habían sido paseados- pero me entregué tras un intento fallido de fuga al monte y Portugal y me mandaron al Guadarrama en Sanidad como conductor, sobre todo a recoger cadáveres. Al acabar la guerra y licenciarme, me sentí desnortado: había estado en el ejército vencedor cuando era ideológicamente del perdedor. Al principio nos parecía que estábamos viviendo una pesadilla, que no podía ser verdad que un país civilizado se convirtiera en un país de asesinos en el que la mitad estaba dispuesta a barrer a la otra media. En aquella situación de desesperación y muerte, haces lo que sea para mantener la vida”.

>> Una dura posguerra. Y Pousa Antelo se enfrenta, como tantos, a la necesidad de buscarse la vida en la posguerra, “donde solo los muertos no tenían miedo a los vivos”. Tras el veto en la enseñanza en 1941, en 1944 consiguió plaza y así pasó cinco años de sustituciones e interinidades en miserables escuelas olvidadas de Lugo y Asturias, años en los que escribió poemas, hizo teatro, colaboraciones en prensa y dio vida a conjuntos músico-vocales como “Os codornisos”, “Avel Pousa y sus jabatos”… una prolongación de su carácter vitalista y profundamente alegre que sobrevive en medio de la adversidad política. Como el dice, “me refugié en esas cosas mientras otros amigos se apuntaban a la Falange triunfante y alguno hallaba en el alcohol un refugio para la frustración”.

>> Una dura posguerra. “Yo mantenía una gran inquietud por la escuela soñada por Xoán Vicente Viqueira, imposibilitada por el Alzamiento. Resulta que, cuando estaba de maestro en Santa Comba, el empresario Antonio Fernández López me ofrece la dirección de la nueva escuela agraria que quería crear en Sarria, la Escuela Agrícola de la Granja de Barreiros. Era el año 1946, en que me casé con Nora Díaz, que luego me daría tres hijos. Antonio Fernández me subvencionó dos años de estudios para formarme en la materia, y pasé entre otros sitios por la Misión Biológica de Galicia, donde hice amistad entrañable con gente como Cruz Gallastegui Unamuno, los hermanos Odriozola... En esta escuela, que se inauguró en 1948 y donde estuve hasta 1955, mi mujer y yo dábamos clases gratis a los alumnos más aventajados que no podían salir a estudiar fuera. Comenzaban a las 8 y algunos venían en bici desde 10 o 12 kilómetros aún de noche, con helada y a veces con nieve. Fue una experiencia que mucho más tarde citaban como referencia los colectivos de Renovación Pedagóxica Galega”.

>> El paso por Canarias. “En 1955 volví al Magisterio Nacional y me destinaron a Tenerife, donde compaginé las clases con mi investigación en temas agrícolas para el Cabildo Insular (me llamaban el maestro del maíz) y la experimentación con nuevos injertos. ¡Qué veloz ha pasado el tiempo y cuánta memoria construimos en el camino! En 1959 volví a la península y, con residencia en Lugo, recorrí Galicia de punta a punta durante cuatro años promoviendo Semillas Selectas, empresa del grupo de Fernández López. Hubo problemas y en 1964 pasé a dirigir una empresa agropecuaria en Zaragoza, donde estuve seis años llenos de experiencias para volver definitivamente a Galicia y continuar con la enseñanza en Pontecesures hasta mi jubilación en 1983, un año después del fallecimiento de mi mujer”.

>> La refundación del PG. “En esos años 70 de la muerte de Franco yo seguí muy activo y, a partir de 1976, paso por la experiencia fallida de un Partido Socialdemócrata Galego y luego por la refundación del Partido Galeguista en 1978, en el que empeñé mucho trabajo y mis sueños pero fue un fracaso electoral”. Cuenta esto con pena Pousa Antelo, que este mayo de 2012 en que hablamos, con 98 años, rebaja por vez primera la actividad que mantuvo hasta ayer mismo. Y es que, lejos de jubilarse, Avelino estuvo hasta este año muy activo, tanto dando una charla en un instituto como participando en un Pedrón de Ouro, en una reunión de esa Fundación Castelao que preside o en la Marcha en defensa da Língoa Galega en 2011. Hace poco que murió Isaac Díaz Pardo y menos Xaime Isla. “Siempre fui un guerrillero pero ahora sí que soy el último de las Mocedades”, dice.