Petroglifos en Vigo: siguiendo los trazos de la prehistoria grabada en la roca

La ciudad tiene catalogadas 60 estaciones rupestres, la mitad en la parroquia de Coruxo

Entre los grabados destacan un ciervo, una alabarda y una combinación de círculos concéntricos de más de un metro de diámetro

Petroglifo de As Millaradas, en Matamá.

Petroglifo de As Millaradas, en Matamá. / Serxio Alonso Lorenzo

En el gran museo al aire libre del arte rupestre que es Galicia, Vigo no es una excepción. De los cerca de 3.000 petroglifos catalogados en nuestra comunidad, el nuevo planeamiento urbanístico de la ciudad recoge 60, todos apartados del casco urbano.

La parroquia que atesora más grabados de la Edad de Bronce (con unos 4.000 años de antigüedad) es Coruxo, con 33. Tras ella, Oia (6), Matamá (5), Navia (5), Valadares (5), San Andrés de Comesaña (2), Teis (1), Saiáns (1), Sárdoma (1) y Beade (1).

Su situación es desigual: algunos de ellos están musealizados y señalizados, y son fácilmente visitables, mientras que otros se encuentran en terrenos escarpados o de difícil acceso y carecen de puesta en valor.

En su mayoría, representan coviñas, laberintos, cazoletas, surcos, molinos naviculares… pero también hay muestras muy relevantes dentro del amplio y rico catálogo rupestre gallego, como la figura de un ciervo, una alabarda o incluso un enorme panel con círculos concéntricos de más de un metro de diámetro.

Con motivo de la celebración del Día Europeo del Arte Rupestre, el próximo 9 de octubre, seguimos los trazos de la prehistoria en Vigo con una ruta por cuatro de sus más destacados petroglifos.

Petroglifo de As Millaradas, en Matamá.

Petroglifo de As Millaradas, en Matamá. / Serxio Alonso Lorenzo

As Millaradas, en Matamá

En el lugar de A Moó, un afloramiento rocoso con vistas a la ría presenta el único cérvido del patrimonio rupestre vigués. Se trata de la figura de un venado de casi medio metro de largo y gran cornamenta. Frente a él, como si a ellos se dirigiese, dos círculos concéntricos estallan alrededor de una coviña central.

Este grabado se rodea de varias rocas con trazos y formas difíciles de identificar, y que forman parte de una estación señalizada y visitable.

Petroglifo da Pedra da Moura, en Coruxo.

Petroglifo da Pedra da Moura, en Coruxo. / Concello de Vigo

A Pedra Moura, en Coruxo

Envuelta en leyendas y en el misterio del significado de sus trazos, la Pedra Moura es el mayor conjunto de grabados rupestres de la ciudad. En este enorme panel pétreo, de 10 metros de largo por casi 5 de ancho, se aglutinan decenas de dibujos, entre los que destaca una gran combinación de seis círculos concéntricos de hasta de 1,24 metros de diámetro en torno a una cruz.

Un gran surco serpenteante cruza la roca de arriba abajo, distribuyendo a ambos lados multitud de coviñas, cazoletas y trazos. Entre estos elementos destaca la presencia de varios pares de lo que podrían ser huellas de animales horadadas en la roca.

Esta profusión de representaciones más el surco central han dado lugar a leyendas de “serpes”, “mouras” y “tesouros” que todavía recuerdan algunos vecinos de Fragoselo.

Petroglifo de Pedra da Laxe, en Sárdoma.

Petroglifo de Pedra da Laxe, en Sárdoma. / Ricardo Grobas

A Pedra da Laxe, en Sárdoma

Rodeada de viviendas y al pie de la carretera que da al ambulatorio, una gran roca guarda otra de las muestras más relevantes del patrimonio rupestre vigués. Se trata de la única representación de armas de la ciudad: una alabarda (un asta acabada en punta).

Además, el panel acoge numerosas cruces a las que se atribuye una cronología muy posterior, posiblemente del medievo.

Petroglifo de Gondesende, en Teis.

Petroglifo de Gondesende, en Teis. / Concello de Vigo

A Pedra das Augas, en Teis

Cercada por el cemento y por las casas, esta estación ha llegado hasta nuestros días en un maltrecho estado. Ubicada a los pies del Monte de A Guía, en el camino de Gondosende, apenas se aprecian tres figuras de círculos concéntricos muy pulidos sobre una roca de unos 14 metros de largo por otros ocho de ancho.

Cómo descubrir su trazos

Los milenios de erosión dificultan la contemplación de estas joyas patrimoniales al aire libre, cuyos trazos se difuminan bajo la luz directa del sol. Por ello, los mejores momentos para contemplarlos son al amanecer o al atardecer, con una luz oblicua que otorgue un mayor relieve a sus formas. En los últimos años se han popularizado las visitas guiadas nocturnas, en las que gracias al juego de luces y sombras que se puede realizar con una simple linterna, los grabados parecen cobrar volumen y se perciben con gran claridad.