Un cuento escrito en A Madroa

Liderado por dos canteranos como Damián y Hugo Alvarez el Celta remonta al Athletic de Bilbao para conseguir una victoria esencial que le pone a un paso de la salvación

Williot y el medio ourensano anotaron los goles en tres minutos cardiacos

Claudio corrigió en el descanso una alineación con exceso de rotación

Juan Carlos Álvarez

Juan Carlos Álvarez

En una temporada compleja, muy por debajo de las ilusiones generadas el pasado verano, el Celta ha encontrado un hermoso cuento del que disfrutar y presumir. Una historia que empezó con el ascenso de Claudio Giráldez al banquillo del primer equipo y encontró su punto culminante ayer cuando –liderado por dos imberbes a quienes el técnico llevó con él–, remontó en medio de un ambiente eléctrico al Athletic para colocarse a un paso de certificar la salvación.

El gobierno de Damián y el papel decisivo de Hugo Alvarez, autor de la asistencia del empate y del gol del triunfo, llevaron el éxtasis a Balaídos que estalló a medianoche para gritar un triunfo que huele a salvación, pero que sobre todo lleva el sello de A Madroa, de las cosas hechas en casa, del orgullo de esas victorias que saben como ninguna, las que nacen de tus propias entrañas.

Claudio Giráldez hizo una apuesta arriesgada. Con el apretado calendario en mente y la visita a Granada asomando en el horizonte decidió sacrificar a sus piezas más importantes como Aspas, Mingueza o Hugo Alvarez (imprescindible siempre para él) con la idea de refrescar al equipo. La decente puesta en escena del equipo –animoso en la presión y con alguna llegada prometedora a través de Carles Pérez– la arruinó un error infantil de Iván Villar que entró en el equipo por culpa de la inesperada visita que un virus hizo a Guaita. El portero de Aldán, que no jugaba desde la jornada diez de Liga cuando fue expulsado en el partido ante el Atlético de Madrid, se tragó de manera injustificable un saque de esquina de Berenguer. Sin excusa posible. Lento de piernas y de reflejos, puso en ventaja a un Athletic de Bilbao que dejó claro que no venía a Vigo de paseo.

El gol trastornó por completo al Celta. Los fantasmas comenzaron a asomar por Balaídos y se volvió a demostrar la falta de madurez de buena parte de la plantilla, superada por la situación. Cada balón a los centrales ya era una lotería, Beltrán no encontraba un pase a más de cinco metros, Carles y Williot desaparecieron de la escena engullidos por sus marcadores, Larsen se pegaba con los centrales del Athletic sin mucho éxito y Bamba, penalizado al ocupar el lado derecho, sufría peleado con la pelota en cada ataque. En medio del barullo general solo Damián tenía capacidad para adecentar el juego con su habilidad para encontrar vías de pase. El problema es que a partir de ahí el Celta era un agujero negro. El gol de Berenguer le había cargado con una inmensa mochila a la espalda que le nubló la vista y agarrotó las piernas.

En el descanso Claudio se enmendó a sí mismo al devolver al equipo la “normalidad” que faltó en la alineación titular. Con Mingueza, Aspas y Hugo Álvarez el equipo ganó personalidad y soluciones con la pelota. Nadie echó de menos a Carles, Bamba y Manu Sánchez, que se quedaron en la caseta. El Celta fue otro de inmediato porque el equipo era más coherente. Más junto a la hora de robar y de atacar el espacio. El balón dejó de ser un enemigo. Damián, espléndido, le dio ritmo al juego y a partir de ahí el Celta creció de inmediato. Larsen cabeceó a la escuadra en el arranque de unos minutos locos en los que el noruego estiró al equipo y se fabricó tres situaciones de gol: en dos de ellas no apareció un rematador y en la última se dio contra Aguirrezabala que entró a menos de media hora para el final con al idea de preservar el Zamora que pretende ganar Unai Simón.

Cambio táctico

El Celta encontraba el camino por la derecha porque en el otro costado Hugo Alvarez no acababa de encontrar la solución buena en acciones en las que se vio mano a mano con su marcador. Claudio entonces le envió al otro lado y ocupó el carril izquierdo con Manquillo también con la idea de defender a Williams (recurso de Valverde para el tramo final). La tarde había empezado regular para el tecnico porriñés, pero al final dio con la tecla. La aparición del joven canterano junto a la grada de Río, a pierna natural, fue una bendición. Al poco de llegar a su nueva ubicación se deshizo de dos rivales y colocó el balón en el área para que Williot (un tipo con duende) acertase a meter el exterior de su pierna izquierda para empatar el partido.

El Celta, que llevaba un rato en ebullición, se convirtió en una tempestad. Lejos de regalarse un descanso para procesar el empate, los de Claudio se lanzaron al área del Athletic convencidos de que era el momento de derribar a los bilbaíno. Nadie lo interpretó como Damián y Hugo Alvarez. El mediocentro, después de una dejada de Aspas (que subió el nivel del Celta con su presencia) lanzó un contragolpe con rapidez y diligencia hacia su compañero de tantas aventuras desde que eran críos. Hugo Alvarez encaró a la defensa bilbaína y desde veinte soltó un disparo que después de rozar ligeramente en un rival dibujó una trayectoria imposible para Aguirrezabala. El éxtasis en Balaídos que asistió a una imagen icónica. Los cuatro jugadores de campo salidos de A Madroa (Hugo Alvarez, Iago Aspas, Damián y Carlos Domínguez) abrazados en el suelo mientras el cielo descargaba agua. Hace solo unos meses el Celta compareció ante el Almería sin ningún canterano en el once.

Al Celta le tocó a partir de ahí gestionar la emoción y dominar ese subidón. Tuvo el balón lejos de su área durante más de un cuarto de hora. Larsen y Williot se fueron tiesos y gente como Cervi dieron un plus de energía. La implicación fue absoluta para ganar duelos y pelotas divididas. Ya no se trataba de jugar al fútbol sino de resistir, de pelear y de agarrar esos puntos como si la vida fuese en ello. El Celta cumplió con su misión hasta que en los últimos diez minutos se aculó en exceso y el Athletic sembró el pánico en un par de centros. En uno llegó a marcar Raúl García pero el árbitro entendió que había falta previa sobre Starfelt. El final que merecía el cuento de ayer.