El suicidio de la razón

Julio Picatoste

Julio Picatoste

Mi generación –niños en los años cincuenta– sufrió un persistente e inmisericorde adoctrinamiento rígido y dogmático en materias de religión e ideario político; el primero, con la salvaje ingesta memorística de un catecismo ininteligible, lleno de misterios y dogmas; y el segundo, con el estudio de aquella “asignatura” llamada Formación del Espíritu Nacional; el nombre lo dice todo. Ahí nos ilustraban sobre temas tan relevantes como el significado del yugo y las flechas, o sobre los conceptos de bandera, patria, nación, Falange, imperio, caudillo…, en fin, todo un rosario de vocablos campanudos de sonoridad épica y absoluta oquedad pedagógica. Era la España del nacional-catolicismo, una España alada que se alzaba “por el imperio hacia Dios”. Así como el adoctrinamiento político se difuminó enseguida, no puedo decir lo mismo del religioso. Es probable que, por su mayor calado y porque compromete aspectos trascendentes, este haya influido en episodios juveniles de mi vida que condicionaron algunas decisiones y zozobras. Pero hay personas en las que este adoctrinamiento ha calado de tal modo en su ser que les produce pánico someter su fe a cuestionamiento alguno, por lo que, a la postre, su ideario religioso ha terminado por aprisionar su existencia entera.

Es el caso de la triste, o más bien dramática, historia profesional del geólogo y paleontólogo Kurt Wise. A saber qué enormes tormentas se desataron en su espíritu a causa del encontronazo entre la fe de su infancia y la ciencia. Pero fe ciega, irracional, secuestrada por el poder de la palabra bíblica. Y a saber, también, quién pudo haber herido su tierno cerebro infantil con cincel doctrinario, quién asedió su párvulo entendimiento con un fervor dogmático del que, con el paso del tiempo, no pudo desembarazarse, hasta el punto de sitiar su cerebro y bloquearlo. Alguien debió plantar en él la semilla del fundamentalismo religioso que al crecer anegó su capacidad y su libertad de raciocinio.

"Alguien debió plantar en él la semilla del fundamentalismo religioso que al crecer anegó su capacidad de raciocinio"

Los avances de la ciencia ponen en cuestión los textos bíblicos. Los socavan. Los contradicen. Y el atormentado Wise lo sabe. Se siente confundido. Llega un momento en el que no aguanta más. Tiene que afrontar el problema de una vez. Repasa la Biblia y comprueba que una gran parte se viene abajo ante la fuerza de los hallazgos científicos que la contradicen. “Tuve que elegir entre la evolución y las Escrituras”, escribió, recordando aquella noche de turbación y tortura en la que se encontró al borde del abismo. La descripción del Génesis da noticia de un acto creador del universo, de modo que cada especie es producto de ese momento, relato que choca frontalmente con la teoría de la evolución. Los creacionistas conciben un planeta joven de menos de 10.000 años. Para ellos, la Biblia es un texto dictado por Dios, y dice lo que dice, y esa es la única verdad; no hay otra y así debe admitirse. Los evolucionistas, por el contrario, entienden que las especies son producto de una evolución traducida en una larga, compleja y lenta descendencia cuyo punto de partida se remonta a los comienzos de la vida del planeta que cifran en 4.000 millones de años. En la encrucijada, Wise tenía que elegir: o las Escrituras estaban en lo cierto y, entonces, la evolución era un error o, por el contrario, la verdad estaba en la evolución y debía rechazar lo que las Escrituras dicen. Imagino el vértigo que debió sentir en aquella encrucijada que le enfrentaba a toda su vida. Escribe: “Estaba allí aquella noche y acepté la Palabra de Dios y rechacé todo lo que pudiera contradecirla. Incluida la evolución. Con ello y lleno de pesar, arrojé al fuego todos mis sueños y esperanzas con la ciencia”.

Es una decisión difícil de entender; con ella se perdió un científico prometedor. ¡Qué poderosas y profundas cadenas ataron el espíritu de aquel hombre a la literalidad de la narración bíblica y le llevaron al sinsentido del fundamentalismo dejando a un lado las evidencias científicas! No quiso seguir la senda de otros hombres de ciencia que eran creyentes (Newton, Darwin, Mendel). Pudo haber hecho como otros científicos y teólogos que atribuyeron al texto bíblico un sentido alegórico. Ni eso; una fe de raíces profundas se impuso con una lectura yerta e inflexible de la Biblia, cual si esta fuese dictada, palabra a palabra, verdad a verdad, por la voz divina, como si el Génesis fuese el diario del mismo Dios y este fuera historiador de sí mismo dedicado a dejar testimonio de su magna obra, la creación, ocurrida tal cual se cuenta en aquel libro. No, Kurt Wise no se apartó ni un milímetro de lo que la Biblia dice y, de ese modo, se mantuvo en el creacionismo “porque es lo que la Palabra de Dios parece indicar”. Y termina con unas palabras que suenan a final de un debate interior que se quiere zanjar al borde ya de la extenuación: “No puedo obrar de otra manera”. Por eso se vio abocado a lo que Richard Dawkins llama el suicidio de la razón.

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