Cuando los kioscos eran custodios de los portales

Quedan dos reliquias únicas en el centro observantes del saber hacer de antes y que la globalización ha hecho que se reinventen sin perder la cercanía con sus convecinos

Una vecina adquiere el FARO en el kiosco de Gran Vía 26.

Una vecina adquiere el FARO en el kiosco de Gran Vía 26. / // MARTA G. BREA

“Es una historia que se escribe en los portales, la breve intensidad de las primeras luces...”, que cantaba Quique González en “Los conserjes de noche”, ensalzaba desde la nostalgia esos lugares que en algún momento significaron algo. Espacios lo suficientemente importantes como para formar parte esencial de la historia vivida. Vigo tiene un centenar de sitios que recogen esa esencia de la ciudad, pero ninguno representa la historia individual y colectiva de los portales como el de Gran Vía 26 y el de Carral 32. ¿El motivo? Ambos inmuebles conservan los dos únicos kioscos de venta de prensa que se mantienen aún como antaño, en el interior de un portal.

“Mi padre siempre contaba que antes de él estaba el señor Alejo. Vendía los periódicos en la calle y en algún momento se resguardó en el portal. O tal vez le invitaron a entrar. Y empezó a vender desde dentro”, narra la actual propietaria del kiosco de Gran Vía. Su suave acento la delata porque, aunque lleva treinta años en Vigo, su infancia la pasó en Argentina. Hija de uruguaya y gallego, prefiere que se hable de su padre, Héctor, al que todos conocen en esta zona porque ha dedicado su vida a servir a los vecinos cada día sin excepción.

“Aquí se trabaja todos los días, solo paramos los tres que no sale el periódico”, cuenta ella que, a pesar de lo duro que es estar siempre trabajando, cogió el testigo porque es más que un negocio. “Y los vecinos (de su edificio) son muy amables”. No hay más que permanecer unos minutos para comprobar que esta tímida kiosquera es muy querida por ellos. Entra un chico joven y le da los buenos días. Y mientras se sacude la lluvia de la capucha de su abrigo le cuenta el mal día que hace, hasta que se pierde a la vuelta de una escalera, tan antigua como el recoveco que ocupa el kiosco.

Son apenas unos metros cuadrados con vistas a la Gran Vía, desde donde se ve al amanecer con las puertas del portal abiertas de par en par. “Es una tranquilidad cuando entro y está ella”, cuenta una joven que baja de visitar a su madre. Al salir mira a la kiosquera con cariño y se despide, porque la conoce de toda la vida y el cariño se lo hace saber. “Vengo porque es muy amable”, dice Germán mientras se lleva un ejemplar de FARO del que es lector diario desde que dejó su puesto en la fábrica que Nestlé en Pontecesures en 1956.

Pero, aunque este espacio mantiene la magia de lo que debieron conocer abuelos y bisabuelos “hace 70 años”, que es lo que calcula su propietaria que tiene al menos el local, hoy todo es más complicado. “Mi padre vendía 100 diarios al día, yo hoy vendo con suerte 60”, así que “no da para meter a nadie más”, explica mientras el devenir de gente no cesa. Es normal, porque junto a los periódicos y revistas, le piden caramelos, una fotocopia… Y consciente de que el servicio clásico no es suficiente, ahora es también punto de entrega y recogida de paquetes.

El comercio de la calle
Carral intacto frente a las obras 
de rehabilitación del edificio.

El comercio de la calle Carral intacto frente a las obras de rehabilitación del edificio. / Marta G. Brea

En otro enclave de la ciudad, hay otro kiosco que mantiene su estatus dentro del número 32 de la calle Carral. Su propietaria ha visto como otros desaparecieron. Sin embargo, “este kiosco sobrevivió a la rehabilitación que se hizo del edificio (no sin pleito)”. Un pequeño espacio tan angosto como acogedor, donde el trajín es también continuado. Es normal, todos lo conocen. Su propietaria, que también prefiere mantenerse en segundo plano, reconoce que no depende de la comunidad de vecinos porque el establecimiento funciona como local independiente por derecho, a pesar de estar en el interior del portal. Ha visto como en estas últimas tres décadas especímenes tan especiales como este “han ido desapareciendo”. Y mientras lo dice, una señora que compra prensa hace memoria. Y es que otras calles como Urzáiz, Alfonso X, Florida y Ecuador; tenían kioscos en portales de viviendas. “De los últimos, el de Ecuador, pero la señora que lo llevaba era muy mayor y con ella desapareció”, rememoran algunas personas ya en la calle.

Así, en algún momento, estos vecinos cedieron sus portales para que estos hombres y mujeres dejaran de trabajar a la intemperie en una ciudad donde el agua cae implacable calle abajo los días de lluvia. Así que estos dos comercios representan una historia de empatía, de vecindad, en una ciudad que crecía al ritmo de su Puerto, donde todo eran oportunidades. Y que hoy mantiene estos dos bastiones de lo que un día fue la venta de prensa, a gritos, cantando titulares. Y las kiosqueras, como “los conserjes de noche, cuidan los hostales....” que seguía Quique, cuidan de sus vecinos.

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