El inmenso desafío para recuperar la vida

Las víctimas recuerdan, en el tercer día de la fase civil del juicio, el horror del accidente y relatan las dificultades que tienen para volver a la normalidad | “No hay nadie curado”, resume un superviviente

Acceso a la sede judicial, ubicada en la Cidade da Cultura de Santiago.

Acceso a la sede judicial, ubicada en la Cidade da Cultura de Santiago. / XOÁN ÁLVAREZ

X. A. Taboada

X. A. Taboada

“Aquí no hay nadie curado, ya lo irán viendo conforme pasen los testigos”. La frase pertenece a uno de los supervivientes, una guardia civil en excedencia, que hoy declaró en el juicio del Alvia, pero refleja, simple y a la vez rotundamente, el sentir de los que le siguieron en el uso de la palabra. Las víctimas, según contaron, se afanan en recuperar la normalidad de sus vidas, pero se encuentra con enormes dificultades: las propias secuelas físicas y también, incluso para los que salieron ilesos, las psicológicas.

El recuerdo y las imágenes del accidente vuelven una y otra vez y actúan como bloqueos. A ello se suma el miedo generalizado a usar medios de transporte, el haberse sentido juzgados por los médicos, la falta de ayuda emocional por parte de profesionales o la presión de la Seguridad Social para volver a darse de alta e incorporarse el mercado laboral. “Me dijeron que todo esto va a estar ahí el resto de la vida”, contó una testigo de la causa por la muerte de 80 personas y las heridas a otras 145 debido al descarrilamiento del Alvia.

Sus testimonios, hoy más desgarradores que nunca, hicieron enmudecer la sala por momentos y que los abogados renunciaran a formular más preguntas.

Una casa sin espejos

Una superviviente que testificó hoy lo recuerda todo perfectamente. Resultó herida gravemente, pero nunca perdió la consciencia. Sintió moverse el tren “a lo bestia” y luego oyó el estruendo y un “silencio de muerte espantoso”. Gente atrapada que pedía auxilio a gritos, “uno de ellos cada vez más tenue hasta que se apagó”. No sabe el tiempo que ella misma estuvo atrapada e inmovilizada. “Se me hizo terrible, fue una eternidad. Se me estaba yendo la vida”, dijo entre sollozos.

Su recuperación física ha sido larga, pero sigue muy limitada. No sube ni al tren ni al metro, tardó dos años en montar en un autobús y siete en ir en avión. En coche solo viaja si va muy despacio.

Su autoestima ha caído por los suelos y aunque no pidió la baja y se reincorporó al trabajo, las secuelas perduran. “En mi casa no tengo espejos, no puedo tenerlos, porque me recuerdan esa parte de mi vida”, repitió varias veces, a raíz de la reconstrucción facial a la que se tuvo que someter.

“Se rompió entera. Tiene pesadillas y se despertaba de noche aterrorizada”

Su pareja corroboró sus palabras. “Se rompió entera. Tiene pesadillas y se despertaba de noche aterrorizada”, dijo. Cuando “más o menos” ya había aprendido a “convivir con ello”, ha retomado el tratamiento debido a la celebración del juicio.

“Esto me ha superado”

El guardia civil en excedencia salió prácticamente ileso del accidente. De hecho estuvo una hora y media ayudando a sacar pasajeros del vagón. Cuando acabó, vecinos de Angrois lo llevaron en coche particular al hospital. No pidió la baja, pero en septiembre requirió los servicios de un psicólogo y al año declinó seguir porque quería hacer vida normal. “Las cosas hay que superarlas, es mi forma de ser, mi forma de entender la vida, meter riñones y tirar para adelante”, dijo. Pero no le resulta nada fácil. “Esto me ha superado”, dijo hoy, rompiendo a llorar en numerosas ocasiones, y eso que como guardia civil –en su anterior etapa– también le tocó lidiar con escenas duras.

“Aquí no hay nadie curado. Otra cosa distinta es que queramos seguir para adelante. Pero cada vez que recuerdo esto, que cada vez es más tiempo... No estoy curado. ¿Si voy al psicólogo? No voy al psicólogo”, le espetó al abogado de Allianz cuando le preguntó por qué había interrumpido el tratamiento, en un intento de demostrar, quizás, que las víctimas se han recuperado o que las secuelas no son tan graves cuando ya empezaron a trabajar al poco tiempo.

Hacer de tripas corazón

Otro superviviente contó una historia parecida. Resultó herido, por lo que tardó 40 minutos en salir por su pie del vagón, cogió una baja de tres meses y volvió al trabajo. Convive con el dolor a diario aún ahora. La defensa de Allianz preguntó si había pedido un cambio de tareas a la empresa. No, respondió. Y la conclusión que saca la aseguradora, que se juega el tener que pagar indemnizaciones, es que entonces ya realiza su trabajo de forma normal. “Hago de tripas corazón; me quedan pocos años para jubilarme”, le contestó el testigo.

“Te sientes fracasada”

Otra superviviente que resultó herida en el accidente –“salí llena de grasa, tierra y sangre, que luego comprobé que no era mía”– relató que quería volver a hacer vida normal y olvidarse de todo. Pero no pudo. “Aunque parece que no necesitas ayuda, estás en shock. Si no, no puedes salir de ahí. Porque a medida que lo físico se va apagando, aflora todo lo demás”. Esta ayuda la recibió de su seguro privado y porque se buscó la vida, explicó, porque de la sanidad pública solo encontró “cero respuesta”.

Aunque se puso de trabajar, tuvo una crisis de ansiedad y le concedieron de nuevo la baja. “Lo peor es que tú te sientes fracasada”, dijo. Ahora se encuentra mejor, “con una vida bastante normal pese a recibir cero ayudas”.

Como ella, otras víctimas se sienten maltratadas por los servicios médicos. Ayer se oyeron casos como que un facultativo le dijo a una “rapidito, que no tienes nada roto” o que había atendido a un joven que se había roto la pierna jugando a fútbol que estaba peor.

Inhibirse de la realidad

Una víctima sigue a día de hoy sin subir al tren y lo pasa mal cogiendo un autobús. Como ese día terminaba su contrato como interina, no le fue reconocido el accidente como in itinere. Y después permaneció cuatro años sin trabajar. “Psicológicamente no podía. Tenía que ir acompañada por mi madre, puesto que el destino exigía desplazarme y no tenía la cabeza en condiciones”, dijo.

“Diez años después aún no me cuenta qué es lo que vio al salir del tren”

Su madre, que compareció después, fue más explícita para precisar las secuelas. “No quería saber nada de nada. Casi no salió de casa. No hacía vida social. Le repercutió tanto que la vida social, de hecho, le resulta complicada”, relató. “Su respuesta fue inhibirse totalmente de la realidad, no ha vuelto a la normalidad. Hay cosas que no me contó aún hoy, hace diez años, qué es lo que vio al salir del tren. Es la forma que ella tiene de defenderse”, concluyó la madre.

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