Un golpe, la oscuridad y gritos de auxilio apagándose

En la segunda sesión de la fase civil del juicio, los supervivientes reviven el dolor del siniestro | Las aseguradoras juegan sus cartas y ponen en duda las secuelas que declaran algunas víctimas

Control de acceso a la sede judicial donde se celebra la vista por el accidente del Alvia.

Control de acceso a la sede judicial donde se celebra la vista por el accidente del Alvia. / XOÁN ÁLVAREZ

X. A. Taboada

X. A. Taboada

Más supervivientes siguen pasando por la vista oral del juicio del Alvia para relatar, con sus testimonios, el horror que sufrieron en el accidente que costó la vida a 80 personas y heridas a otras 145. Algunos dejaron el siniestro atrás, otros siguen lidiando con las secuelas, sin recuperarse todavía, a cuestas con los tratamientos y con miedo a viajar. Hoy, en la segunda sesión de la fase de responsabilidades civiles comparecieron seis víctimas y ocho testigos más (cuatro familiares, una trabajadora social, una fisioterapeuta y una psiquiatra). Tres de ellos aseguraron que el 24 de julio de 2013 pensaron que había llegado su hora, que no saldrían vivos de entre los hierros de los vagones.

Varios de ellos contaron, coincidentes, cómo fue el instante fatídico del descarrilamiento: el bamboleo del tren, un golpe, la oscuridad dentro del vagón (aunque era todavía de día), toda clase de objetos volando, teléfonos móviles sonando sin que nadie los cogiera y llamadas de auxilio que se iban apagando. “Aquello no era un vagón, era un desastre total”, dijo uno de los supervivientes. Para proteger los derechos y la intimidad de los testigos, no se pueden revelar los nombres ni difundir su imagen.

El papel de las aseguradoras

Durante la fase penal su papel fue más bien testimonial. Intervenían casi siempre, pero en un segundo plano. Se trata de QBE y Allianz, las compañías que cubren las pólizas de Renfe y de Adif, respectivamente. Ahora, en la parte civil de la causa, en la que se determinará la cuantía de las indemnizaciones, su intervención salta a primera línea.

Hoy, las dos aseguradoras, aunque con tacto, pusieron en duda que las secuelas de dos supervivientes se debieran al accidente. Se trata de un músico profesional que perdió la visión y de una mujer que sufre estrés postraumático. En el caso del primero, ya arrastraba una enfermedad congénita ocular que le había reducido sustancialmente la capacidad de ver, pero tras el siniestro la perdió casi por completo, tuvo que dejar su actividad profesional y tiene que vivir acompañado. En el segundo caso, la ansiedad y el estrés se han cronificado y necesita tratamiento.

Ante las dos víctimas, con sus preguntas, la representación de QBE y Adif buscaban brechas que les permitieran atribuir esas secuelas a otros elementos ajenos al descarrilamiento.

“Casi me entierran a mí”

La primera compareciente es una de las tres hermanas que iban en el tren con intención de acudir al funeral de otra hermana. “Aparte del disgusto por no llegar al entierro casi me entierran a mí”, dijo. Su marido también viajaba con ellas y fue el que propuso ir en tren desde Madrid porque era más seguro que el coche. “Le afectó muchísimo porque se culpaba un poco por haber elegido el tren”.

Tras ella testificó su hija. “Les cayeron 20 años encima, como se suele decir”. Su padre murió después del accidente, pero por causas sin aparente relación con el siniestro. “Me dijo que nunca se le olvidaría la cantidad de teléfonos sonando y que nadie cogía”, recordó ayer.

“Un desastre total”

“Hubo un golpe brusco y al momento siguiente todo era oscuridad y golpes”, relató otro superviviente. Dijo que le cayó de todo encima, que no podía moverse y que un señor que estaba buscando a su hija pequeña le ayudó a sacarse las cosas de encima. “Aquello no era un vagón, no había ni arriba ni abajo, ni izquierda ni derecha, ni asientos ni pasillo. Aquello era un desastre total”, testificó.

“Aquello no era un vagón; no había ni arriba ni abajo ni asientos ni pasillo”

Fundido a negro

Su relato fue muy parecido al de otra superviviente, una viajera que llevaba 40 años subiéndose al tren porque tenía “mucha seguridad” en este medio de transporte. “Empezó a bambolearse, se puso todo negro, oscuro y empezaron a caer bultos”. También quedó aprisionada y pensaba que se iba morir. “Solo pensaba en que no sufriera”. Consiguió salir al final y se encontró con “bastantes cadáveres” fuera. “Una vez al año, cuando se acerca la fecha, se me revuelve todo”. “Fue muy duro, no se veía nada, los gritos de auxilio se iban apagando y yo no podía ayudar”, dijo.

Borrar el recuerdo

Una de las víctimas manifestó que no quiere recordar nada. De hecho, confesó que la noche anterior “fue larga” sabiendo que hoy tenía que acudir al juzgado a declarar y que rechazó recibir tratamiento psicológico por el mismo motivo.

El día del accidente salió del vagón por su pie, pero volvió a entrar para intentar ayudar a más viajeros. “Pero como vi que no era capaz, me volví a salir”. Los pasajeros estaban encajados entre los asientos, ya que al volcar el vagón “cayeron del techo”. “Pensaba que estaban fijos, pero pesan una animalada. No pude ayudar, solo quería salir de allí, no podía hacer más”, contó.

Sin música

Uno de los supervivientes es músico profesional de orquesta sinfónica que se movía por medio mundo. Regresaba de Atenas y cogió el tren en Madrid para viajar a Santiago. “Salí despedido del asiento y fui volando al otro extremo donde impacté. Me cayeron objetos encima con un ruido infernal. Pensé que moría aplastado”.

“Antes tenía una vida normal que tras el accidente ha dejado de existir”

Padecía glaucoma y tenía visión solo en un ojo y además muy reducida. Pero eso no le impedía tocar profesionalmente y vivir solo. Sostuvo que el accidente le agravó la dolencia y perdió la vista. Ahora, desde 2017, tiene invalidez total y debe vivir acompañado. Ha dejado de tocar porque no puede ver la partitura. “Tenía una visión delicada, pero no me obligaba a dejar mi actividad profesional ni a necesitar ayuda para mi vida diaria. Podía hacer mi trabajo y mi vida. El hecho es que antes tenía una vida normal que tras el accidente ha dejado de existir”, respondió a las aseguradoras.

Pesadillas

Una chica iba a Santiago a pasar las fiestas del Apóstol y desde entonces sigue a tratamiento, con pastillas para dormir. Tiene estrés postraumático. “El primer año tenía pesadillas y se caía de la cama”, relató su madre.

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