Mujeres fuera de serie

La mujer que coopera con energía

La ingeniera lucense Sonia Ramos desarrolla instalaciones solares fotovoltaicas en poblaciones rurales de Mozambique, Egipto o Angola y en campos de refugiados de Etiopía. Ha mejorado la calidad de vida de miles de familias y pone el foco en la situación desigual de las mujeres.

Sonia Ramos, en el paseo de Bouzas.

Sonia Ramos, en el paseo de Bouzas. / José Lores

Amaia Mauleón

Amaia Mauleón

Sonia llega unos minutos tarde a la cita. Sonrojada por la carrera y el frío. Va cargada porque luego tiene ensayo con su banda. Toca el contrabajo. Acaba de regresar de Sao Tomé y Príncipe, donde desarrolla un plan nacional de mejora energética. Ahora trabaja desde casa. Más horas de las que dedican los que acuden a una oficina. Y cuida de su hijo de 11 años. Tiene una sonrisa y un discurso arrolladores.

La primera palabra que le viene a uno a la cabeza al comenzar a hablar con ella es “energía”. Energía de la buena. Energía como la que lleva años instalando en países que no tenían acceso a ella.

Sonia Ramos (Valadouro, 1978) es ingeniera industrial y gestora de proyectos de energía sostenible. Descubrió el potencial de la energía solar cuando aún en España era un rumor y lleva años volcada en el desarrollo de instalaciones fotovoltaicas en pueblos de países del, mal llamado, tercer mundo, dotando de servicios básicos a centros de salud en Mozambique y Sierra Leona; de formas de cocina segura a mujeres en Sao Tomé y Príncipe y mejorando la calidad de vida de los habitantes de campos de refugiados de Etiopía, entre otros muchos proyectos.

Dice que su interés por África le vino desde la escuela, ya que en Burela residen numerosas familias africanas y sentía curiosidad hacia las vidas de sus compañeros en el aula. Fue la hija única de una pareja joven: su padre, chapista, su madre, administrativa. “Sobre todo mi madre hubiera querido seguir estudiando pero al tenerme tuvo que dejarlo, aunque retomó su formación más adelante. Quizás por eso siempre quiso que yo fuera a la universidad, darme una buena formación”, explica Sonia.

"Me pareció que la ingeniería podía abrirme otros mundos”

A la ingeniería industrial no llegó Sonia por una clara vocación, sino más bien por descarte. “Se me daban bastante bien las ciencias, pero la rama sanitaria no me interesaba y tampoco en aquel momento la docencia, por lo que me pareció que la ingeniería podía abrirme otros mundos”, cuenta.

Estudió la carrera en Vigo y confiesa que le costó acostumbrarse a la ciudad. “Tenía prisa por acabar y quizás por eso el primer curso aprobé todo a la primera”, recuerda entre risas. En aquel momento las mujeres suponían un 20% del alumnado, pero asegura que en el ámbito universitario “no noté ninguna diferencia de trato por ser mujer, algo que sí ocurriría luego, en mi vida profesional”, advierte. Sin embargo, durante la carrera la lucense confiesa que se fue desencantando. “La formación estaba alejada de la realidad y te iban dirigiendo hacia ciertos sectores productivos que no me motivaban”, recuerda.

Sonia Ramos, 
en el paseo de Bouzas.  | // JOSÉ LORES

Sonia Ramos, en el paseo de Bouzas. / JOSÉ LORES

Fue en Delft, la ciudad holandesa donde Sonia cursó un Erasmus y realizó su proyecto de fin de carrera, donde trabajó por primera vez en temas de eficiencia energética y empezó a perfilar su camino. “Allí conocí a españoles vinculados a Ingeniería sin Fronteras y al regresar me uní a la asociación en Galicia”, relata.

Al terminar la carrera hizo algunos estudios de viabilidad a pequeñas empresas hasta que en 2004 le otorgaron una beca para trabajar en Alcoa, productor mundial de aluminio. Aunque esta oportunidad le permitió regresar a Lugo y aprender mucho, Sonia no sentía que realmente encajaba allí por lo que en paralelo realizó un máster de Cooperación y Desarrollo en la Universidad de Cataluña. “Buscaba empresas en Galicia que trabajaran en energías renovables; en aquel momento solo encontré dos, mandé mi currículum y me llamaron de una de Vigo, Solycia”, relata. Así, la lucense hizo de nuevo las maletas hacia la ciudad olívica y se fue introduciendo en el sector de la energía fotovoltaica, que en aquel momento, año 2005, aún daba sus primeros pasos. No fueron sencillos los inicios: “Ser mujer, joven y convencer de una tecnología nueva no era fácil”, apunta.

“Me interesaba mucho el impacto que podía tener esta energía en países donde sufrían grandes dificultades de acceso a la electricidad”

Su primera experiencia en países en vías de desarrollo fue el diseño de instalaciones fotovoltaicas para dos pueblos de Egipto. “Me interesaba mucho el impacto que podía tener esta energía en países donde sufrían grandes dificultades de acceso a la electricidad”, explica. Su familia “puso el grito en el cielo”, ya que temía por la seguridad de su hija, pero era difícil frenar el espíritu emprendedor de la ingeniera.

Su siguiente destino fue Angola, donde viajó con su entonces pareja. “El contexto social allí era muy complicado. Hacía solo 6 años que habían terminado el conflicto armado y sufrían enormes desigualdades; fue difícil encontrar mi lugar”, admite. Sin embargo, Sonia fue capaz de superar sus miedos y además de colaborar como voluntaria para Cruz Roja trabajó en una empresa de electricidad. De allí, se fue junto a Ingenieros Sin Fronteras a Mozambique, donde participó en un proyecto que dotó de servicios básicos de energía a una veintena de centros de salud de zonas rurales. “Trabajaba con equipos locales de diferentes etnias y eso me permitió conocer mejor sus historias, sus culturas… Fue una experiencia muy rica que me hizo reflexionar y plantearme muchas cosas”, afirma.

“El embarazo me pareció un buen momento para seguir formándome y estudié un máster en energía renovables”

Tras un año en el país africano, Sonia regresó a Vigo. Y no lo hizo sola. Una nueva vida comenzaba a crecer en su interior. “El embarazo me pareció un buen momento para seguir formándome y estudié un máster en energía renovables”, apunta.

Nació el pequeño Antón -que ahora tiene 11 años- y a los seis meses la ingeniera se reincorporó a su antigua empresa en Vigo. “El desarrollo energético depende mucho de los vaivenes políticos y en 2012 volvió a haber un cambio; la empresa se quedó solo con dos personas y en 2017 yo ya teletrabajaba”.

Su vida personal tampoco era sencilla ya que se había separado de su pareja, pero la ingeniera tenía muchos proyectos por emprender. Uno de ellos estaba relacionado con el vínculo energía-mujer, que apenas había sido analizado. “Me documenté y presenté mi estudio en un congreso en A Coruña y en 2017 fui al primer foro de energías sostenibles de Nueva York sobre el Objetivo de Desarrollo 7, centrado en la energía asequible y no contaminante, y fui publicando mis reflexiones primero en mi propio blog y luego en Planeta Futuro, de El País”, cuenta.

Y llegó el momento en que Sonia decidió lanzar su propio proyecto para contribuir al Objetivo de Desarrollo Sostenible 7 en torno a Galicia: el Instituto de Energía Sostenible (ISENER), a través del que brinda asesoría técnica a empresas y administraciones públicas sobre política energética y gestión de la energía orientada al desarrollo sostenible. “Trabajé para diversos ayuntamientos y empresas especialmente sensibilizadas con este tema”, explica.

Está además realizando el doctorado en energía solar fotovoltaica en la Universidad Politécnica de Madrid centrado en la llamada “clean cooking” (cocina limpia). “En África las personas siguen cocinando a fuego abierto y más de cuatro millones, principalmente mujeres y niños, mueren cada año por enfermedades relacionadas con el uso de madera o carbón en casa”, lamenta.

Dando una conferencia en un congreso de la Alianza Shire

Dando una conferencia en un congreso de la Alianza Shire / Cedida

En 2013 se constituyó la Alianza Shire, la primera experiencia de alianza multifactor en el ámbito humanitario impulsada por la cooperación española que promueve soluciones innovadoras de acceso a la energía en los campos de refugiados. Hace dos años Sonia entró a formar parte del equipo, como coordinadora de la oficina de proyectos, dentro de la estructura de uno de sus miembros, el Instituto Tecnológico para el Desarrollo Humano de la Universidad Politécnica de Madrid.

La lucense trabaja entre Vigo y diversos campos de Etiopía. “Estamos instalando ollas eficientes para promover la cocina limpia en colegios; iluminación en zonas de especial riesgo de violencia; implementando un modelo basado en el mercado para proporcionar electricidad a nivel doméstico mediante sistemas solares domiciliarios y también una pequeña red eléctrica solar para abastecer las infraestructuras comunitarias”, describe.

Sonia Ramos en un viaje a Etiopía

Sonia Ramos en un viaje a Etiopía / Cedida

También está trabajado en un plan de acción en la isla africana de Sao Tomé y Príncipe para implantar las cocinas limpias y modernas. El pasado mes de febrero estuvo allí una semana y, por primera vez, su hijo viajó con ella. “Me parece importante que entienda lo que hago y descubra en primera persona la realidad de esas poblaciones. Se quedó sorprendido viendo a chavales de su edad con machetes por las calles, ya que los necesitan para abrirse camino por la naturaleza, y ahora está presentando en el colegio un trabajo con todo lo que aprendió”, comenta con orgullo.

Sonia en Sao Tome

Sonia en Sao Tome / Cedida

Sonia asegura que se ha acostumbrado a la incertidumbre de su trabajo. “No siempre ves el resultado de lo que haces, precisa sus tiempos, pero estoy convencida de la necesidad real de lo que hacemos y de que estoy aplicando mis conocimientos donde más falta hace y eso es muy motivador”, reflexiona.

Y su energía no se apaga. Desterrando el prejuicio del ingeniero alejado de la vida cultural, Sonia toca en su banda, la Portátil Big Band, y en la orquesta de la Escuela Municipal y está deseando retomar el teatro. “Ojalá las niñas pierdan el miedo a las ingenierías porque las mujeres tenemos mucho que aportar en esta profesión, aunque es importante que también sean conscientes de que no será un camino de rosas”, concluye sonriendo.

Las pioneras: Maria Telkes, la visionaria de la energía solar

Maria Telkes

Maria Telkes / FDV

Maria Telkes (Budapest 1900–1995) se licenció y doctoró en Química Física y en 1925 emigró a Estados Unidos para desarrollar su carrera en el MIT (Instituto de Tecnología de Massachusetts).

Fue una extraordinaria inventora en el campo de la energía solar; diseñó el primer sistema de calefacción solar instalado en una casa en Dover en 1948. También el primer generador termoeléctrico en 1947, una cocina solar con un diseño que, con algunas variaciones, se sigue usando hoy en día e incluso un sistema de destilación solar que fue incluido en los kits médicos del ejército para potabilizar agua.

Gracias a sus pioneras contribuciones al campo del almacenamiento de la energía solar, Telkes recibió una docena de premios y registró una veintena de patentes. En 1952, fue la primera galardonada con el premio de la Sociedad de Mujeres Ingenieras.

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