Balonmano | Liga Asobal Plenitude
El adiós de un “One club man”
“Nunca me planteé una carrera así, pero el trabajo da frutos”, afirma Rubén Soliño al abandonar el Cangas después de 26 años
La historia del Balonmán Cangas se ha escrito con ascensos imposibles, agónicas permanencias y milagrosas clasificaciones para jugar competiciones europeas o fases finales de la Copa del Rey. Pero también en base a nombres tan ilustres como los de Manuel Camiña, Alejandro López, Jose Enseñat o su eterno patrocinador, Frigoríficos del Morrazo. Dentro de este selecto grupo hay que incluir a los hermanos Soliño, protagonistas de una saga que ha regalado tres décadas de balonmano a una entidad que ahora, con la marcha de Rubén, se queda un tanto huérfana.
“La verdad es que nunca me había planteado una carrera así. Soy una persona que le gusta trabajar, y el trabajo siempre reporta sus frutos”, apunta Rubén Soliño para resumir una trayectoria de 26 años en el Frigoríficos del Morrazo –16 de ellos en el primer equipo–, a la que puso punto y final el pasado día 11 con la permanencia lograda en la promoción ante el Trops Málaga. Con 255 partidos a sus espaldas en Liga Asobal, se va un “One club man”, o, tal y como lo expresó el Cangas en sus redes sociales, “el pequeño de la saga, el cerebro del equipo”.
La de Rubén es una historia tanto de fidelidad como de constancia. La primera le llevó a vestir la misma camiseta toda su vida, con la única excepción de un año de cesión en el Porriño. La segunda, a minimizar sus evidentes limitaciones físicas con una inteligencia en el juego y un sentido táctico más que reseñables. “En juveniles marcaba muchos goles con fintas y eso, pero al entrar en sénior te encuentras con tipos que te sacan dos cabezas y muchos kilos, y ya no te puedes ir con tanta facilidad”, afirma. Así que tocaba reinventarse, algo que hizo de la mano de su entrenador fetiche, Víctor García, “Pillo”. “Él insistía en la labor táctica, y poco a poco me llevó adonde estoy. No soy un jugador de goles, pero sí de hacer jugar bien al equipo”, señala, sin olvidarse de subrayar que “si estoy aquí no es porque me lo hayan regalado”. A Pillo también le reconoce el mérito de haber hecho el Cangas más autóctono. “Confió en mí y en [David García], en un grupo de chavales con algún veterano. Fueron los años en los que había más gente del pueblo y de alrededores”, rememora.
Más allá de su papel en pista, quienes le conocen apuntan su rol en el banquillo, aconsejando a los compañeros. “Cuando juego soy como un entrenador. No tengo gol, pero se me da bien ver los puntos débiles de las defensas rivales, y en el banquillo hablaba con el compañero que estaba jugando”, afirma. Su salida sirve para dejar paso a jóvenes como Manu Pérez o Rajmond Toth, que vienen pujando fuerte y que deben ir fogueándose en la élite a base de minutos. “Me identifico con Manu. Si trabaja va a llegar, porque calidad no le falta. Tiene que coger cuerpo y confianza”, afirma. Del húngaro apunta que “venía de marcar un montón de goles en su país, y aquí tiene que adaptarse a otro estilo, a buscar acciones para dar más juego. Ese último pase es el que le costaba más”.
Su carrera en el Cangas está plagada de buenos recuerdos, pero no encuentra ninguno malo. Las lesiones le respetaron durante toda su vida y presume, además, “de no tener ningún descenso en la espalda. Fui a la fase de ascenso de Anaitasuna, pero al año siguiente, cuando se bajó, yo estaba cedido en el Porriño”. En cuanto a los positivos las permanencias están dentro de ellas, pero sin ese sentimiento especial que tiene la familia, “el haber compartido pista con mi hermano. Fue increíble, y encima durante más de diez años, no fue algo pasajero”. Más en concreto recuerda el encuentro ante el Teucro de hace varias temporadas en la penúltima jornada de Liga. “El pabellón estaba lleno y fue mi mejor partido”, indica.
Su futuro pasa, en principio, por seguir en las pistas, aunque admite que la primera idea que rondó en su cabeza fue la retirada. “Viendo como acabé quería dejarlo. Este año hubo momentos en los que pensé que merecía tener más minutos. No lo entendía”, admite. Eso sí, el calor de O Gatañal y las emociones que se vivieron en ese último duelo con la camiseta del Frigoríficos del Morrazo le han hecho reconsiderar su postura.
“Al día siguiente me llamaron varios equipos y ahora estoy viendo opciones”, dice. Su prioridad es la de entrar en el mercado laboral y, si luego es posible, no le disgustaría la idea de poder compaginarlo con el balonmano. También tiene claro que si sigue jugando sería en el entorno, en División de Honor Plata o en Primera Nacional. “Tengo 33 años, una niña, y no me veo cogiendo el petate y marchándome a otro sitio”, apunta. Juegue o no juegue la próxima temporada, lo que está claro es que el Cangas pierde a un jugador, pero gana a un aficionado.
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