Las que abrieron camino

Loly García, Ángeles Liboreiro y Tita, deportistas viguesas históricas, comparten sus experiencias con jóvenes actuales

Las veteranas y sus herederas constatan el progreso y advierten que queda trabajo por hacer

Loly García junto a las Célticas en las pistas de Balaídos.

Loly García junto a las Célticas en las pistas de Balaídos. / Alba Villar

Armando Álvarez

Armando Álvarez

Ha concluido la sesión fotográfica en las pistas de Balaídos. Loly García recupera el anorak para protegerse del frío. Las jóvenes del Celta, con las que ha posado, se disgregan en corrillos a su espalda. Una de ellas, Irene, toma algo de su mochila en la grada y se le acerca tímidamente. Le ofrece una libreta y un bolígrafo.

–¿Me firmas un autógrafo, por favor?

–¿Yo? –se sonroja Loly.

Minutos antes, ha compartido con la muchachada retazos de su propia mocedad; hace sesenta años, cuando Loly se convirtió en la primera atleta que vestía de celeste. Irene ha comprendido que ella y sus compañeras transitan hoy por sendas que otras han desbrozado. Heredan un relato que a su vez prolongarán. Loly firma e Irene sonríe. El mismo empeño las hermana.

En el deporte, de metabolismo intenso, se condensan las pulsiones de cada época. Funciona como reflejo de su sociedad, aunque sea exagerándolo en sus prismas convexos. En Vigo y en Galicia, igual que en cualquier otra latitud. A aquella ciudad de finales del siglo XIX que se desperezaba, anticipando su músculo industrial, llegó esa nueva concepción de la actividad física que se había gestado en el Reino Unido. La habían empacado en sus maletas los trabajadores del Cable Inglés y los hijos de la burguesía olívica, de apellidos vascos y catalanes, cuando regresaban de sus estudios. Era cosa, en suma, de extranjeros y clase alta. En el Malecón se jugaba a fútbol y rugby contra las tripulaciones de los barcos atracados en el puerto. Por los caminos circulaban las primeras bicicletas, igual que los primeros coches. Las convenciones limitaron los escarceos femeninos. El tenis, el “lawn-tennis” ya que sobre césped, fue probablemente el primer deporte que practicaron las viguesas y la marquesa de Mos, quizá la primera figura.

La conquista de nuevos territorios deportivos para la mujer avanzará pareja a esa misma lucha en lo económico y social. E igualmente sujeta a las regresiones que impongan los acontecimientos, en ese permanente diálogo entre las grandes corrientes y las menudencias cotidianas. En los años treinta ya se había popularizado la natación en el Real Club Náutico y en su escisión, el Club Marítimo, de filiación republicana, que tuvo a Emilia Docet Ríos, Miss España e intelectual, como rostro famoso. Y sobre la hierba contendían las mujeres del Vigo Hockey Club y del Atlántida, con la internacional Gloria Tapias entre ellas y María Antonia Sanjurjo como promotora.

Tras la Guerra Civil, el deporte se incrustó en la concepción corporativa de la sociedad. La educación física de las jóvenes se encargó a la Sección Femenina, reticente inicialmente a la creación de clubes independientes. Se entendía que había deportes apropiados para la mujer. A los campeonatos nacionales de natación, hockey sobre hierba, tenis y baloncesto se les añadirán los de gimnasia, esquí o balonmano –que en Vigo, como tantas otras modalidades, irrumpió de la mano del genial Luis Miró, en su formato de once jugadores a campo grande–. Luego, al ritmo de las maniobras del régimen para acomodarse a las coyunturas, y al equilibrio de poderes entre sus familias internas, esa férrea estructura se irá flexibilizando. Se crearán entidades, torneos, ligas...

Loly García, que había nacido en 1950, se enroló como celeste en 1964. Con ella se inauguró el departamento femenino de la sección de atletismo. Su hermano, que era atleta, la propuso cuando conoció que se abría tal reclutamiento.

–Mi hermana está un poco flaca, pero la voy a llevar.

Sigue flaca Loly, mito absoluto, de primera española en bajar del minuto en los 400 metros en 1966 a campeona europea veterana de media maratón en 1995. Y que, tras retirarse en 2017, ha reaparecido junto a su marido, el dos veces olímpico Javier Álvarez Salgado, que ha cumplido 80. Planean competir en 100 metros lisos. En Balaídos se enamoraron pero no en las pistas actuales, sino en las que había en el estadio de fútbol: “De ceniza, con las gradas de madera. No teníamos duchas. A veces nos metíamos en el pilón donde lavaban la ropa de los futbolistas. Fueron años muy duros pero para mí fue como que mi vida empezó el día en que yo comencé a correr”. Mariló Filgueira, Ángeles Mandado y Pilar Sanmartín fueron amigas que se incorporaron al trote, sin que existiese distinción por categorías de edad.

Loly ha contado en alguna ocasión que en la aldea familiar la creían loca, al verla correr por el monte. O cuando aquella vendedora le pegó con un periódico en las piernas mientras se dirigía a una carrera en la Praza de Compostela.

–¡Qué haces aquí! ¡No tienes vergüenza!

Los recuerdos, sin embargo, le resultan en general dulces. “En el atletismo, al contrario que en el fútbol, los hombres no se metían con las mujeres. Éramos unas afortunadas”. Admite, en todo caso: “Se ha cambiado muchísimo en todos los sentidos”. Olivia, uno de los talentos célticos emergentes, confirma que no nota discriminación en el mundillo. Si acaso, “a veces, en los horarios de las carreras”.

Algunos pioneras escribieron gestas individuales. Y hubo proyectos colectivos que han marcado la memoria de las generaciones. Como ese Medina femenino de voleibol, todavía balonvolea, liderado por Nenuca, que en 1972 ascendió a Primera División y que en 1974 se proclamó campeón de la Copa del Generalísimo. Y sobre todo el Celta Citroën de baloncesto, que entre finales de los setenta y comienzos de los ochenta ganó tres títulos ligueros y cinco coperos. “En Vigo los domingos eran ir a misa, luego al Celta y ya a tomar el aperitivo”, resume una de aquellas gigantes, la internacional Ángeles Liboreiro.

Ángeles Liboreiro con las cadetes del Celta Zorka Recalvi.

Ángeles Liboreiro con las cadetes del Celta Zorka Recalvi. / José Lores

Sucedió en una España en transición, donde todo parecía posible aunque no lo haya sido. “Yo he vivido una época maravillosa en el deporte de Vigo, creo que irrepetible”, comenta Liboreiro. “El pabellón se llenaba. En el Faro de Vigo y El Pueblo Gallego había páginas enteras, en la radio hablaban de nosotras y a nivel nacional, en Marca publicaban una página semanal, ‘Los miércoles, ellas’, dedicada a la liga. Económicamente no se puede comparar, claro. Nosotras éramos prácticamente amateurs. Pero no tengo ninguna envidia. No gané dinero, pero me sentí tan querida que vale más. Todavía hoy nos reconocen por la calle”.

Cada época también se retrata en su lenguaje, que a su vez genera realidad. “Vamos a ver a las niñas”, se decía, paseando hacia As Travesas. El término pervivió durante décadas. Ya no se llama niñas a las profesionales talludas del actual Celta Zorka Recalvi ni tampoco lo son, recién abandonada tal niñez, esas cadetes adolescentes que admiran la camiseta antigua, de Umbro, que Liboreiro se enfunda para la foto. “Para nosotras no supone ningún problema practicar deporte”, constata la capitana, Isabel, que sí distingue desigualdades como en la repercusión mediática: “Queda mucho camino por recorrer aún”.

Tita Davila, con jugadoras del Chapela a las que entrena.

Tita Davila, con jugadoras del Chapela a las que entrena. / Ricardo Grobas

Aquel Celta efímero que plantó la semilla

Suprimir esa consideración de que existen deportes que las mujeres no deben practicar o que no les resultan tan pertinentes es una de las principales batallas, a la par que la salarial o de estructuras. En España se sustancia en el fútbol, ya que materia principal. Todo se concita en ese escenario, con su dialéctica y sus contradicciones. La creación de equipos femeninos por parte de los clubes profesionales se conecta con la reclamación de mejores condiciones laborales en la Liga F; al título mundial cosechado por la camada más brillante le siguió el escándalo del beso de Rubiales, enmarcado en una reclamación de mejor trato a la Federación Española que se había iniciado en la etapa de Vero Boquete hace casi una década y que llevó al “motín de las 15” en 2022. El dato irrefutable es la multiplicación de las licencias femeninas. “Todos los deportes femeninos están creciendo, pero el fútbol es a un nivel espectacular”, estipula Anunciación Davila Pérez, Tita para la vida.

Tita puede hablar con autoridad de pasado y presente. Difícil de concebir una trayectoria tan extensa. Jugó a fútbol en Valladares, Sidra Mayador, Celta y Erizana, entrenando en Coia, Arenas de Alcabre y A Guía. Jugó a balonmano en Cividanes Porriño, Skol y Grupo de Empresas Citroën, entrenando en G.E. Citroën, Atlético Guardés, Lavadores, Caselas y Chapela, donde hoy prosigue su magisterio. “El balonmano tira mucho en la provincia. Los clubes siguen trabajando muy bien”.

Ella compaginó los dos deportes en los ochenta, cuando la consideración de ambos era bien diferente. “El balonmano femenino estaba más arriba, está claro. En fútbol no sabías lo que podías encontrar realmente. Había gente que te apoyaba, pero muchísima no admitía que la mujer jugase. Suponía un hándicap”

Incluso la generación de Tita, en esta cadena sin fin, ya tuvo sus antecesoras. En 1972, un grupo de chicas que jugaban a balonmano en el Cultural de Candeán y el Medina compusieron el núcleo del primer equipo femenino del Balaídos, de efímera existencia. Apenas media docena de amistosos contra Fontenova, Pilar o las atletas del Celta, pero seminales e inolvidables. Jugaban con indumentaria masculina y zapatillas variadas. Una de ellas, Meli, rememoraba los gritos de algunos espectadores:

–Id a lavar las bragas y la loza.

No nos achicábamos. Nuestros padres iban a todos los lados a llevarnos. Eran de mente abierta para la época”, se ufanaba Meli.

La presidenta del Celta, Marián Mouriño, se ha comprometido a que la próxima temporada habrá equipo femenino –sin aclarar cómo se llamará–. Responde así a una reclamación del celtismo que se ha ido acentuando conforme todos los demás clubes homologables han ido dando ese paso. Ya hubo mujeres, no obstante, con camisetas celestes y la cruz de Santiago sobre el corazón, con Tita entre ellas.

Nati Maradona, Susi, Pichi, Neri, Dalia, Gelis, Chita, Chelo, Aurora y Pili, con Conchi como delegada, fueron las demás componentes. En sustancia, el Mayador. En aquel entonces la competición femenina estaba organizada por los propios clubes, lo que la hacía inestable. El patrocinador les proporcionaba botellas de sidra que vendían, para financiarse, en ferias y pueblos a los que acudían a disputar partidos de exhibición.

Acuciado por la falta de financiación, el gerente céltico, Quinocho, con el beneplácito del presidente, José Luis Rivadulla, las integró en el club. No duró demasiado. Debutaron el día de Reyes de 1984, ganando 4-1 al Alcobendas. Quedaron segundas en una liga con Maravillas, Karbo, Salnés, Santo Cristo, Chorima y Rocío. A comienzos de 1985 su aventura ya había concluido.

Nada se pierde, sin embargo, en esa urdimbre de ímpetus y legados. La benjamina de aquella plantilla, Ángeles “Gelis” Rodríguez, protagonizaría el 18 de junio de 1988, junto a una rival vasca, el primer combate de full contact celebrado en España.

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