El Celta se llena de esperanza

El equipo vigués arrolla al Valladolid en una magnífica actuación coral que tuvo a Gabri Veiga, autor de dos goles, como principal protagonista | Seferovic, que se estrenó como goleador, abrió el marcador

Juan Carlos Álvarez

Juan Carlos Álvarez

Hay algo poético en lo sucedido ayer en Balaídos. El día que el estadio rendía un merecido tributo a Eusebio Sacristán, personaje sin el que no se podría entender la historia reciente del Celta y su regreso desde los infiernos, un muchacho de veinte años le brindaba su particular reconocimiento desde el campo con una actuación que le coloca en lugar preferente en la lista de deseos de un puñado de grandes equipos europeos. Puede que sin Eusebio nunca hubiese Gabri Veiga. Es imposible saberlo. Porque Eusebio cambió la forma de ver hacia abajo y abrió una puerta, cada vez más grande, en ese muro gigantesco que separaba A Madroa de Balaídos. Él alumbró la leyenda de Iago Aspas y hoy el príncipe del Celta es otro chico salido de su factoría. El partido fue un homenaje hacia esa filosofía porque Gabri Veiga, un futbolista bendecido ahora mismo por los dioses, abanderó una victoria redonda, incontestable, de un equipo que ha ido cerrando sus grietas y alimentando sus virtudes. Culpa de la buena mano de Carvalhal, del buen ojo para elegir, de su gestión de la plantilla y de la propia dinámica de la temporada. El Valladolid, un equipo que venía subiendo el nivel en las últimas semanas, se encontró un huracán que le pasó por encima, que le dominó en todas las zonas del campo y que siempre fue con un punto de intensidad superior a cada duelo, a cada pelota dividida.

Decía Curro Romero que es difícil comer despacio cuando se tiene hambre. Le sucede a muchos equipos de fútbol, a quienes la angustia clasificatoria les conduce a tomar caminos equivocados. No es el caso del Celta. Desde la llegada de Carvalhal los vigueses han evolucionado hasta un punto impensable, minimizan riesgos y explotan los recursos de una plantilla que cada semana parece mejor. Los resultados y el trabajo han convencido a un equipo que ahora mastica con calma a los rivales. Aún tienen hambre, pero lo primero es no atragantarse.

El equipo ni tan siquiera necesita ya la mejor versión de Iago Aspas. El moañés –papá, mamá y hasta el cuñado incómodo de cada familia hasta hace bien poco– ejerce un papel estelar pero siempre bien arropado. Ahora le sobran socios y cómplices aunque ninguno como Gabri Veiga, un percherón que cruza el medio del campo como un velocista y que pisa el área rival con la contundencia de un tráiler. Tardó un minuto en avisar al Valladolid de que la tarde en Balaídos no iba a ser agradable. El porriñés rompió en velocidad para generar una situación clara, Iago prolongó para dejar mano a mano a Seferovic con Asenjo, pero el remate del ariete (una de las novedades de la alineación junto a Mallo, que ocupó el sitio del lesionado Mingueza) salió mordido. Aquello fue el banderazo de salida para un carga constante sobre el área del equipo de Pacheta, incapaz de superar la presión de un Celta que no se va en busca del rival a su área (como hacía en los tiempos de Coudet) pero que en el medio del campo aprieta y va a los duelos con el cuchillo en los dientes. Han aprendido a amenazar desde el robo pero también a construir desde la posesión. Se llevaba un cuarto de hora cuando en otra transición eléctrica Iago Aspas sorprendió con un disparo lejano, acariciando la pelota, que hubiese sido un gol maravilloso si no hubiese encontrado el poste derecho de la portería de Asenjo. Alguien podría temerse en ese momento que iba a ser el clásico día del “uy” interminable, pero el Celta no tardó en despejar el temor. Gabri Veiga peinó en el primer palo un centro y a la espalda de la defensa surgió Seferovic para colocar el balón con tranquilidad en una esquina de la portería.

El Valladolid se quedó sonado después del gol y el Celta se lanzó a por él con la intención de que aquello estuviese liquidado antes del descanso. Lanzó Veiga fuera en un ataque prometedor, Carles Pérez se quedó sin ángulo en una jugada individual por la derecha. El Celta encontraba espacios y vías para transitar por todas las zonas del campo. Dinamismo en estado puro como se comprobó en el segundo tanto que empezó en Hugo Mallo y que, tras la intervención luminosa de Aspas y Carles, el balón cayó a los pies de Gabri Veiga que ajustició a Asenjo con un disparo inapelable que puso la rúbrica a media hora magnífica. El Celta solo cometió un pequeño despiste en el final del primer tiempo, cuando olía el descanso, y el Valladolid se encontró en un minuto con dos ocasiones a las que respondió de forma magnífica Iván Villar.

Pacheta renovó a buena parte del equipo en el descanso en busca de un cambio radical, pero la tarde estaba de no para ellos. Tuvieron una amenaza de resurrección e incluso marcaron un gol que el VAR anuló por fuera de juego. Aquello fue como un chispazo para el Celta que entendió que no era la hora de abrir falsas esperanzas al rival. Era un momento delicado porque la lesión de Beltrán había dejado a los vigueses con Óscar como sostén del equipo. Pero nada cambió la mentalidad de un grupo que volvió a cargar hacia el área del Valladolid de forma insistente hasta que Gabri Veiga se encargó de poner el cerrojo al partido. En otra llegada de Javi Galán –otro elemento a quien Carvalhal ha sacado su mejor versión en las últimas semanas– Luca de la Torre tuvo un remate claro que desvió Asenjo y Veiga, que tiene imán para ese tipo de acciones, remachó a la red con un remate con la izquierda. El partido ya estaba resuelto, el Valladolid perdió a Amallah por expulsión y Carvalhal tiró del banquillo para dar respiro a los suyos. Incluso ingresó Hugo Sotelo, que rozó el gol en un latigazo desde fuera del área. El partido ya estaba pendiente solo de si el Celta era capaz de voltear la diferencia de goles (perdió 4-1) en Valladolid. Le valió con equilibrarlo y para asistir a escenas maravillosas como la ovación que se llevó Gabri Veiga mientras el bueno de Eusebio seguramente sonreía feliz en el palco.

Gabri Veiga

Crecimiento sin límites

Pedro Posada dijo en San Sebastián lo que no debía decir y nadie quiere oír, aunque sea cierto. Cada exhibición de Gabri Veiga, cada escalón que salta en su crecimiento, lo aproxima seguramente a la oferta que ni el club ni él rechazarán. Entra en la naturaleza de los clubes obreros. Será más tarde y por más dinero si las voluntades se alinean. No es cuestión de amargarse, sino de exprimir el disfrute de un futbolista llamado a marcar época. Veiga está adquiriendo regularidad en su rendimiento: de partido a partido y dentro de cada uno, en frecuencia y extensión de sus intervenciones. Ya no solo galopa, sino que templa. Y lo distingue, claro, el gol, que lo convierte en una joya.

Suscríbete para seguir leyendo